– Sólo leeré el comunicado del Gobierno. No responderé ninguna pregunta.
A continuación empieza a leer la declaración en un tono monótono, insulso, como si tuviese prisa por acabar.
El Gobierno de la nación quiere expresar su malestar y su indignación por el secuestro de El Greco y, en particular, su profunda tristeza, pues este secuestro ha sido organizado por ciudadanos de nuestro país con el objetivo de alterar el sistema jurídico vigente. El Gobierno de la nación declara del modo más categórico que no está dispuesto a ceder al chantaje ni a satisfacer exigencias que perturben la legalidad vigente. Exhorta a los secuestradores a que liberen a todos los rehenes sin excepción y a que se entreguen pacíficamente a las autoridades competentes para ser juzgados con indulgencia. Al mismo tiempo, el Gobierno de la nación no prevé, ni puede hacerlo, prohibir a ningún ciudadano griego, o de cualquier otra nacionalidad, firmar el manifiesto de los secuestradores relativo a la guerra de Bosnia. Por último, y con respecto a la declaración que contiene el informe del Arzobispado, su difusión pública depende exclusivamente de los correspondientes organismos eclesiásticos.
Cuando acaba la lectura, los periodistas se lanzan al asalto por segunda vez, pero el representante del Gobierno repite que no responderá ninguna pregunta y abandona la sala.
Bajo el volumen del televisor e intento ordenar mis pensamientos. En pocas horas todo ha dado un vuelco inesperado. Esperábamos que fuese Al Qaeda o los chechenos, y resultan ser unos cabrones de aquí. Eso no los vuelve menos peligrosos. Al contrario, tal vez los convierte en más imprevisibles, porque Al Qaeda o los chechenos no tienen nada nuevo que demostrar, el terror que infunden tiene sello propio. Y el Gobierno da palos de ciego. Por un lado, finge no ceder y exige a los terroristas que se rindan sin condiciones; por otro, incita indirectamente a los rehenes a firmar la declaración. No hacen público el fragmento del informe del Arzobispado, pero permite que éste lo difunda.
Veo en la televisión a mucha gente y subo otra vez el volumen. El presentador conversa con dos parlamentarios y un periodista, cada uno en una pantallita. Los tres declaran abominar del terrorismo, pero a partir de ahí sus opiniones difieren por completo. Uno de los diputados se pronuncia a favor de Serbia, el otro a favor de la OTAN, mientras que el periodista apoya a la OTAN pero no admite que se produjera una matanza en Srebrenica. Poco después, en una cuarta pantallita, un obispo exhorta a los jóvenes terroristas griegos a que depongan las armas y cedan. Y también, en un quinto recuadro, conectan en directo con un estadounidense, experto en terrorismo, que insta al Gobierno griego y a los organismos competentes a no ceder a las pretensiones de los terroristas aduciendo que con ello dañarían de modo irreparable la lucha mundial contra el terror. Si mañana por la mañana los secuestradores empiezan a ejecutar rehenes uno tras otro, o si los nuestros asaltan el barco para liberarlos y los terroristas se cepillan a la mitad, me pregunto qué clase de victoria en la lucha mundial contra el terror supondría eso.
El presentador corta el debate con brusquedad:
– Me informan de redacción que tenemos novedades -comenta a los invitados-. ¿Qué noticias hay, Rena?
– En estos momentos acabamos de recibir el comunicado del Arzobispado.
– ¿Podrías adelantarnos su contenido, a grandes rasgos?
– En primer lugar, autoriza que se difunda el fragmento del informe. Sostiene que los griegos que lucharon en Bosnia no participaron en las matanzas y, sin embargo, condena categóricamente los métodos empleados por los secuestradores para detener las investigaciones contra ellos.
En la pantalla empiezan a aparecer los comunicados del Arzobispado. Primero el fragmento del informe «Turquía-Estados Unidos-Grecia»:
El intento de inculpar y extraditar al Tribunal de La Haya a los voluntarios griegos, por su supuesta participación en las matanzas de musulmanes, sin que se presenten -pues al parecer no existen- pruebas incriminatorias o acusaciones contra ellos, es condenable y hay que evitarlo…
E inmediatamente después, la declaración del Arzobispado:
El Consejo de la Iglesia Ortodoxa Griega reconoce que las acusaciones contra los voluntarios griegos que intervinieron en la guerra de Serbia, que tienen como finalidad entregarlos al Tribunal de La Haya, son injustas y carentes de sentido. Sin embargo, el Consejo condena enérgicamente los métodos terroristas empleados por los voluntarios para defender su causa, métodos que provocan, y podrían seguir provocando, la muerte de víctimas inocentes con independencia de su nacionalidad o religión. El Consejo de la Iglesia Ortodoxa Griega hace un llamamiento a los voluntarios para que liberen a estos rehenes y reivindiquen su causa de acuerdo con la legalidad. La Iglesia Griega ofrece, por otro lado, su colaboración para que se restablezca el orden, pero también para que se celebre un juicio justo e imparcial de los patriotas griegos en tribunales de nuestro país.
Por vez primera, después de varios días, me siento aliviado, porque veo que estamos cerca de la liberación de los rehenes. De hecho, dos de las tres condiciones de los terroristas han sido aceptadas. Es cierto que el Gobierno no incita abiertamente a los rehenes a firmar el manifiesto, pero da a entender que nada les ocurrirá si lo hacen. Y la exigencia de los terroristas de que se difunda el punto de vista de la Iglesia sobre el Tribunal de La Haya, se ha cumplido íntegramente, aunque, como era previsible, la Iglesia se desmarque de la acción terrorista. Naturalmente, el Gobierno no puede interferir con la justicia, pero deja una puerta abierta, consintiendo que la Iglesia diga que velará para que sean juzgados en Grecia y no se les entregue al Tribunal de La Haya.
Empiezo a calcular cuántas horas tendré que esperar aún para oír la voz de Katerina y de Fanis, aunque sea por teléfono. De repente, al cabo de tantas horas, noto que el estómago empieza a quejarse. Pienso qué será mejor: ¿ir a buscar unos pinchos, o entrar en cualquier taberna a comer un plato caliente y tomarme un vaso de vino para celebrarlo?
Ya me he decidido por la taberna cuando, en una de las pantallitas, aparece el corresponsal de la cadena en Janiá.
– Jristos, ¿qué ambiente se respira en la ciudad?
– Un ambiente lleno de angustia, Kostas, pero también de esperanza, que ha llegado a su punto álgido. Después de las declaraciones del Gobierno y de la Iglesia, todo el mundo espera que, en cualquier momento, los secuestradores dejen en libertad a los rehenes. Aquí, a mi lado, tengo a una señora, esposa de un policía, cuya hija se halla entre los rehenes.
Aún no me he recuperado de la impresión, cuando veo aparecer a Adrianí, con la misma ropa que cuando se fue de Atenas. A decir verdad, su aparición no me pilla completamente por sorpresa. Esperaba el desastre como se espera la lluvia después del viento del sur. Tarde o temprano llega. Pospongo la excursión a la taberna y vuelvo a sentarme, dispuesto a soportar estoicamente mi sino.
– ¿Cree que el vía crucis de su hija está llegando a su fin? -le pregunta el corresponsal.