Выбрать главу

Son más de las cinco cuando nos vamos de casa de los Uzunidis. La comida y el tsipuro me han amodorrado y me acomodo, medio dormido, al lado de mi mujer, mientras oigo el leve murmullo de Katerina y Fanis, que conversan en los asientos delanteros. Cuando llegamos a Levendi, Fanis nos propone parar a tomar un café, pues teme dormirse mientras conduce.

No sé qué mosca me ha picado, pero yo inicio la conversación en la cafetería de Levendi, en medio de largas colas de gente que aguarda frente a la barra, niños que chillan y padres de familia a la caza y captura de alguna mesa libre, con las bandejas del sel fservice pegadas al pecho como si fuesen escudos.

– ¿Cuándo prepararás los papeles para presentarte a la judicatura? -pregunto a Katerina.

Adrianí y Fanis no se esperaban una pregunta así, después de un total de cinco horas de viaje, con banquete en Volos incluido, y me miran sorprendidos. Katerina se muestra algo incómoda. Quiere decirme algo y busca la manera de hacerlo con suavidad.

– Petrópulos, el profesor de Derecho penal, me ha propuesto entrar en su grupo de trabajo -me dice finalmente-. Me contratará como colaboradora científica, y cuando se convoque la plaza de interina me presentaré.

La noticia me cae como un jarro de agua fría. Si la primera fase de mi sueño era que se sacase el doctorado, la segunda, que era a más largo plazo, era verla convertida en juez en lo alto del estrado y a mí sentado abajo, entre el público, orgulloso de ella. Nunca se lo había dicho a las claras, pero lo habíamos mencionado infinidad de veces y ella lo sabía.

– ¿Crees que te va más el mundo de la investigación? -Me muerdo la lengua en el último instante y digo «mundo» por no decir «infierno».

Katerina continúa su explicación pronunciando lentamente las palabras, como si también ella las buscase:

– Mientras hacía el doctorado, he descubierto que me gusta la investigación. Y cuando el profesor de Derecho constitucional me propuso desarrollar el tema de mi tesis en un curso, vi que me gustaba dar clases. -Hace una breve pausa y prosigue-: ¿Qué futuro me espera si me presento a juez? Dedicarme toda la vida a bregar con talones sin fondos, fraudes y divorcios, y esperar pacientemente hasta llegar a ser magistrado del Constitucional o del Consejo del Poder Judicial, ¡eso si tengo suerte y me puedo contar entre las pocas mujeres que acceden a esas plazas!

– Sí, pero ¿el sueldo de juez no es más alto que el de una profesora, Katerina? -pregunta Adrianí.

Katerina se encoge de hombros.

– No lo sé, pero supongo que cuanto más alto sea el cargo, mayor será el sueldo.

– Vaya por Dios, ¿tantos años de estudio y esfuerzo para acabar con un empleo con el sueldo más bajo?

El sentido común de Adrianí no puede aceptar que alguien curse estudios de mayor nivel y escoja el sueldo más bajo. Y ya que hablamos de esto, yo tampoco lo entiendo.

– ¿Tú qué dices? -pregunto a Fanis, que hasta ese momento ha seguido la conversación sin participar en ella.

Fanis levanta los brazos para expresar su incertidumbre.

– Creo que ha de decidirlo ella sola. Es una decisión muy personal, y unas veces el dinero desempeña un papel muy importante y otras no tanto -añade, mirando a Adrianí-. Yo, por ejemplo, después de estudiar para médico rural, decidí que quería ser médico de hospital. Cuando se lo dije a mis padres, se llevaron una gran decepción. Soñaban con que abriera una consulta en Volos o en Almiros y que estuviese muy solicitado. «¿Por qué no te quedas a trabajar aquí, hijo mío?», me preguntó mi madre, «¿sabes que en Volos hacen falta buenos médicos? Te adorarán.» Un amigo mío acabó la carrera a la vez que yo y luego abrió una consulta en Velestinos. Tiene dos pisos en Volos y una casa en Tasos, sin contar la consulta, que también es suya. Lleva un BMW y su mujer un Audi, e incluso tiene un fueraborda. Alguna vez me llama y me consulta: «Tengo un paciente con un problema grave, ¿conoces un buen médico?». «¿Y tú qué eres?», le digo. «Para mí», me contesta, «la medicina acaba donde llegan los medicamentos que me traen los representantes de las empresas farmacéuticas. Gano dinero a espuertas. Pero cuando se me presenta un paciente con un problema grave, le busco un buen especialista. No quiero quedarme con un cargo de conciencia.»

Todos nos echamos a reír, porque Fanis sabe cómo distender el ambiente y hacer que la gente se relaje. Katerina me coge la mano y me mira con ternura.

– ¿Lo dejamos fifty-fifty?

– ¿Qué quieres decir?

– Aceptaré la propuesta de Petrópulos y, a la vez, me inscribiré para las oposiciones a la judicatura. De todos modos, tanto la plaza de la universidad como la de justicia van para largo. Ya veremos qué sale primero, y entonces decidimos.

Tal como ella ha dicho, fifty-fifty. En la era de los pagos a plazos y de los créditos, quien pide en préstamo todo el dinero que necesita, es que no está en sus cabales.

Capítulo 3

La segunda decepción nos llegó a la mañana siguiente y, sobre todo, afectó a Adrianí. Tomábamos café en la cocina, sumidos en el dulce sopor que nos sobrevino tras la tensión y la angustia de los últimos días. No acabábamos de creernos que Katerina hubiese vuelto a casa definitivamente. Aún teníamos la sensación de que se iría de nuevo al cabo de dos semanas, como en los últimos ocho años, pese a que ya había vaciado el piso de Salónica y guardaba sus pertenencias en un almacén de mudanzas de la calle Liosíon. Sin duda eso llevó a Adrianí a iniciar la conversación.

– ¿Cuándo traerás tus cosas del almacén? -le pregunta a Katerina.

– Dentro de unos días. Dame un pequeño respiro.

De acuerdo. Pero Adrianí odia dejar pendiente cualquier tema relacionado con la casa. Todo hay que hacerlo en el acto y a la perfección.

– Hija mía, tómate los respiros que quieras. Sólo te lo comento porque no sé si habrá suficiente espacio para todo lo que has acumulado estos años en Salónica. Sólo para tus libros ya necesitas una habitación.

– ¿Y qué quieres que hagamos, mamá, que nos acabemos el café y empecemos a tomar medidas?

– ¡Claro que no! ¡No me refería a esto! -Adrianí tiene la desesperante costumbre de aparentar que está de acuerdo contigo para continuar con su cantinela-. Podríamos dejar en el almacén lo que no necesites. Sin embargo, me pregunto si no sería mejor buscar un piso más espacioso en lugar de pagar dos alquileres, el del piso y el del guardamuebles.

Esto último va por mí. Antes de que yo abra la boca, Katerina hace un nuevo intento para frenarla.

– ¡No te preocupes, mamá! Ya hablaremos cuando vuelva de Creta.

Ella y Fanis han decidido ir a pasar una semana en Creta para celebrar el doctorado, pero también para que Katerina descanse. Parten en el barco de la tarde.

– Como quieras. Sólo era un comentario. Ya hablaremos cuando volváis de vacaciones. Pero si tenemos que buscar piso para tres, ya podemos empezar a movernos.

– Deja que primero pensemos qué tipo de casa alquilamos.

– Un piso, por supuesto -responde Adrianí-. Ojalá encontrásemos una casa unifamiliar, pero te piden un ojo de la cara.

– No me refería a eso. Podemos alquilar un piso más grande que éste o puede que Fanis y yo alquilemos uno. -Se da cuenta de que su comentario ha caído como un rayo y enseguida aclara-: Todo depende de Petrópulos. Si me ofrece un contrato de colaboradora científica a partir de otoño, entonces tendré unos ingresos fijos y podré alquilar un piso con Fanis, para irnos a vivir juntos. Si Petrópulos me da calabazas, en ese caso seguiré siendo una carga para vosotros hasta que encuentre trabajo. -Las últimas palabras las pronuncia con una cálida sonrisa.