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Se miran inquietos y después dicen, casi al unísono:

– Hoy mañana, ir a pescar y vemos hombre.

– ¿A qué hora, más o menos?

Se miran de nuevo y uno se encoge de hombros.

– No mirar reloj, pero nosotros siempre venir a las nueve, nueve treinta.

– Rápido fuimos a decir señor Iannis -añade el otro, refiriéndose al vigilante.

El mencionado señor Iannis mueve la cabeza en señal de aprobación y le da un golpecito amistoso en la espalda, sin duda para recompensarlo por haber recurrido enseguida a la autoridad.

– ¿Lo habíais visto antes por aquí?

– ¡No! -responden todos al unísono, como un coro, mientras el solista añade-: ¡Éste, de tele! -como diciendo: «¿Qué se le ha perdido en este vertedero a alguien que sale en la tele?».

No creo que estos aficionados a la pesca de subsistencia nos aclaren nada más.

– Encárgate de que les tomen declaración -le digo a Vlasópulos-, y después seguiremos la rutina de siempre: quién era, dónde vivía, para qué empresa de publicidad trabajaba…

Me mira un instante.

– ¿Piensa quedarse para llevar la investigación? -me pregunta, como si no me creyese.

– No es que no confíe en ti, pero estás solo y el caso cada vez se complica más. Si éste también resulta ser homosexual, nos enfrentamos a un psicópata que se ha propuesto limpiar Atenas de gays. Cuando se sepa, cundirá el pánico, Guikas y yo no estaremos, y tú tendrás que apechugar con el caso, lo cual significa que si mañana se tuerce algo, te cagarás en todo. -Su mirada me dice que no le he convencido y continúo-: En Creta no soy de ninguna utilidad. Las negociaciones las llevan otros, que son los que toman las decisiones. O les pondré de los nervios, o tendré que dar muchos paseos para tranquilizarme. Me ayudo más a mí mismo estando aquí, ocupándome de algo y no siendo una carga para nadie.

Hemos llegado al lugar donde están aparcados el Mirafiori y el coche patrulla.

– Venga con nosotros; ya enviaré a alguien a buscar su coche -me dice Vlasópulos.

– Deja, iré en mi coche y nos encontraremos en Jefatura.

De repente veo que le brillan los ojos.

– Perdone, comisario. Déjeme que le diga algo, y después, si quiere, me chilla: ¿le parece normal circular con este coche?

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué le pasa a mi coche?

– Estamos hablando de una pieza de coleccionista, comisario. Ni el mejor conductor del Cuerpo sería capaz de conducirlo. Si le surge algún imprevisto, en el estado anímico en que se encuentra, corre el riesgo de perder el control. Al menos no lo coja estos días, que está angustiado. ¡No puedo entender el amor que le prodiga a este Mirafiori!

– ¿Crees que lo conduzco por amor? -le pregunto, mientras empiezo a ponerme nervioso.

– No sé qué decirle, comisario, pero no encuentro otra explicación. Porque no me diga que no puede comprarse un coche nuevo; hoy en día se pueden pagar en cuarenta y ocho meses, y empezar los pagos dos años después de la compra.

– ¿Sabes por qué no me lo cambio? Porque estoy harto de ver a mi alrededor Mercedes, BMW y Jeeps 4x4 que se transforman en barcas y veleros en cuanto pisan el primer charco; y también estoy harto de ver, en las urbanizaciones residenciales donde están aparcados, cómo malgastan el agua de sus mansiones hollywoodienses a golpe de cubo. El Mirafiori es un coche genuino, no un Porsche aparcado delante de una mansión con su cubo para lavarlo al lado. Te puede dejar tirado en la carretera, sí, pero en eso es igualito que Grecia.

Subo al coche, que arranca a la primera, quizá como recompensa por haberle defendido, y atraviesa raudo la avenida de desperdicios, a los que pertenece por naturaleza.

Capítulo 20

La llamada de Guikas me pilla poco después de pasar la calle Palini. Esta vez no me arriesgo a hablar por teléfono mientras conduzco, y mucho menos ahora, que me temo oír lo peor. Aparco en la esquina, para charlar con calma.

– La situación no es tan trágica -me tranquiliza Guikas-. O están jugando con nosotros o hemos topado con unos imbéciles. Todo esto se ha producido por culpa de una decisión que ha tomado la dirección del sindicato de policías y que se difundió ayer en los periódicos.

– ¿Qué decisión?

– No lo sé. La han emitido en todas las cadenas, pero no le he prestado atención. Te diría que fueses a preguntar al presidente o al secretario general de la confederación de sindicatos, para que te pongan al corriente. Aquí nadie está preocupado por tu hija, en cambio tenemos todos los nervios a flor de piel por la suerte que puedan correr los rehenes extranjeros. No se puede descartar que maten a alguno para forzar las negociaciones.

Intento hablarle del caso, pero me corta.

– Déjalo correr por el momento. Aquí hay gente en peligro. Si los periodistas te molestan, diles que nuestra prioridad son los rehenes extranjeros de El Greco. Los modelos publicitarios pueden esperar.

Inmediatamente llamo a Fanis para calmarlo.

– ¡Ojalá tengan razón tus colegas! -exclama-. De todos modos, nunca me hubiera imaginado que llegaría a decir pestes de los sindicalistas.

Me pica la curiosidad saber qué clase de comunicado ha difundido la confederación de sindicatos para sacar de sus casillas a unos terroristas idólatras de los serbios. En Geraka, a mano derecha, veo un café, pero me aguanto y espero hasta llegar a Jefatura para ver las noticias con tranquilidad en el despacho de Guikas.

Veo que he tomado una decisión acertada porque, con los escasos cuarenta por hora que alcanza el Mirafiori, llego a la avenida Alexandras en media horita. Dejo el coche en el aparcamiento y subo directamente al quinto piso. Kula está en el despacho de Guikas viendo la televisión.

– ¡Son unos sádicos! -grita, fuera de sí, cuando me ve entrar-. Disfrutan torturando a los demás.

– ¿Has entendido de qué narices se trata?

– Alta filosofía… ¡Y un rábano! -comenta con sarcasmo-. Pero yo me callo. Juzgue usted mismo.

Miro la pantalla y veo que el presentador ha establecido comunicación telefónica con uno de nuestros sindicalistas.

– Es Arvanitakis, el presidente de la Confederación Nacional de Funcionarios de Policía -me aclara Kula.

– ¿Piensan retirar su manifiesto antirracista, tal como exigen los secuestradores? -le pregunta el presentador.

– En primer lugar, no queremos que a la hija de nuestro apreciado compañero le ocurra nada. -El énfasis que pone Arvanitakis raya en la exageración-. Dicho esto, los terroristas no dejan claro si están en desacuerdo con la totalidad de nuestro escrito o sólo con una parte. Tengo la impresión de que no lo han leído; simplemente, alguien les ha ido con el cuento y se han aprovechado de las circunstancias al enterarse de que la hija de un compañero se encontraba entre los rehenes.

– Quizá no ha leído correctamente el comunicado de los terroristas, señor Arvanitakis. Piden que se retire el escrito en su totalidad.

– No piden que se retire el escrito en su totalidad, sólo el punto que menciona la contratación de policías extranjeros -insiste Arvanitakis.

– Escuchemos el comunicado de los terroristas para salir de dudas -dice el presentador.

De nuevo se oye la voz ronca del que había leído el primer comunicado de los secuestradores:

Los luchadores de la Organización de Voluntarios Griegos de la Bosnia Serbia hemos mantenido nuestra palabra. Esta mañana hemos liberado a todos los pasajeros griegos de El Greco que apoyaban nuestras posiciones. Hemos retenido temporalmente a dos miembros de la tripulación por razones logísticas. También hemos retenido a Katerina Jaritos, hija de policía, y no la liberaremos hasta que la Confederación Nacional de Funcionarios de Policía retire el vergonzoso escrito antirracista que ha publicado y en el que reivindica la contratación de extranjeros en nuestros orgullosos y dignos cuerpos de seguridad estatales. Grecia ha llegado a una situación tan ridícula que los mismos policías piden que se contraten colegas de Albania y de Bulgaria, pueblos hostiles. Incluso para un ladrón de poca monta, sería humillante que un policía albanés lo esposara. Que la confederación retire, pues, este vergonzoso texto y nosotros soltaremos a la chica. En caso contrario, correrá la misma suerte que los extranjeros, que serán ejecutados si en veinticuatro horas no se suspenden todos los procesos e investigaciones sobre nuestra participación en la supuesta matanza de Srebrenica.