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La propuesta recibe la aprobación general, pero Katerina parece dudar.

– Nos sentará bien, los dos lo necesitamos -insiste Fanis.

Katerina está a punto de levantarse cuando empieza el noticiario.

– Primero veamos las noticias y después salimos. Tal vez digan algo de la ejecución.

Fanis no disimula su desencanto: precisamente quería evitar el informativo de la tarde. Es posible que Fanis haya tenido un presentimiento, y que Katerina haya tomado una decisión equivocada: el resultado se revela poco después del saludo de la presentadora:

– Comencemos con las novedades que se han producido en relación con el rehén muerto. Conocemos ya la identidad de la víctima. Se trata del súbdito español, José Antonio Ferrer, natural de Zaragoza.

– ¡José! -salta de su asiento Katerina-. ¡Han matado al pobre José, que estaba enfermo! ¿Qué daño les había hecho el buen hombre?

Debido al estallido de Katerina nos perdemos un trozo de la noticia. Cuando volvemos al informativo, la presentadora continúa:

– Sin embargo, queridos telespectadores, no está claro que se trate de una ejecución. El examen forense preliminar concluye que la víctima ya estaba muerta cuando los terroristas le dispararon. Escuchemos las palabras del médico forense.

En momentos como éste le daría un beso a mi desconocido asesino de publicistas, si lo tuviese delante, puesto que, cuando más intrigados estábamos en saber cómo murió la víctima, una batería de anuncios interrumpe la emisión.

Aprovechamos la ocasión para mirarnos con desconcierto, yo incluido.

– ¿Lo ejecutaron estando ya muerto? ¿Cómo es posible? -se sorprende Sebastí.

Pródromos se dirige a mí, como experto del grupo.

– ¿Qué dices tú, consuegro?

– No tengo ni idea. En unos instantes saldremos de dudas.

De repente me acuerdo de Sotirópulos, que encontraba extraño el modo en que los terroristas arrastraban a la víctima antes de ejecutarla. O sea, que no estaba drogado ni había sufrido torturas, como yo pensaba. Ya estaba muerto.

Pasan otros cinco minutos; la cadena mete tanta publicidad en las noticias que transcurren diez minutos más, con lo que la ansiedad en la sala de estar alcanza niveles de infarto. Por fin aparece en pantalla el forense. No es Stavrópulos, sino un tal Dulgerakis, del Servicio Forense de Creta.

– El español José Ignacio Ferrer, la víctima, era diabético y murió por causas naturales -declara Dulgerakis-. Sufrió una infección de orina, ocasionada por la falta de agua en el barco, lo que le provocó deshidratación e insuficiencia diabética. La víctima entró en coma diabético y murió. Los terroristas escenificaron la ejecución, pero en realidad ya estaba muerto.

Los gritos de Katerina me impiden oír lo que sigue.

– ¡Era diabético y lo han dejado morir, Fanis! -grita mi hija mientras golpea con un brazo a Fanis-. Cuando nosotros estuvimos en el barco, nos ocupamos de que siempre tuviese agua e insulina. Cuando tú te fuiste, y a mí me encerraron en el camarote, abandonaron a José a su suerte.

Vuelve a estar histérica, grita y da golpes. Los demás la contemplamos, mudos, mientras Fanis intenta tranquilizarla desesperadamente.

– De acuerdo, tienes razón, pero no sabemos en qué condiciones contrajo la infección de orina. A lo mejor no es culpa de nadie.

– El pobre hombre necesitaba su inyección de insulina dos veces al día, agua y comida especial. ¡Lo han dejado morir y no han respetado su muerte: le han disparado cuando ya estaba sin vida y lo han lanzado al mar!

Finalmente Fanis consigue convencerla para ir a dar un paseo.

– ¿Qué sucederá ahora? -se lamenta Adrianí en cuanto salen-. ¿Cómo acabará todo esto? -me pregunta a mí, dado que no tiene cerca a ningún psicólogo.

– ¡Maldita la hora en que empezó esta desgracia! -añade Sebastí, que pasa de santiguarse a proferir imprecaciones.

Ahora que su hijo y su futura nuera se han salvado, olvida que ya ha pasado lo peor.

– Paciencia, necesita tiempo para recuperarse -respondo vagamente, pero yo también estoy tocado.

Los dejo en el salón y me voy al dormitorio para poder llamar a Guikas con tranquilidad. Tarda un poco en descolgar y su voz parece trastornada.

– ¡Da gracias a Dios por estar en Atenas y no en las aguas turbulentas de Janiá! -me dice-. Aquí la situación se está haciendo insoportable.

– ¿No se ha tomado ninguna decisión?

– Ninguna. ¡Reuniones y más reuniones! -Después de una pausa me dice con voz preocupada-: Nadie quiere asumir la responsabilidad política.

Decido informarle de cómo van las investigaciones sobre los dos asesinatos. Le hablo de la llamada del desconocido; que había amenazado a las dos empresas de publicidad y que éstas lo habían ocultado. Me escucha sin interrumpirme y, a continuación, me dice con gravedad y en tono de advertencia:

– Ponle un cirio a la Virgen, Kostas; si no, no veo cómo vamos a quitarnos de encima la mala suerte que nos persigue. ¿No podía haber esperado a otro momento para hacer su aparición el tal «asesino del accionista mayoritario»?

– He llamado a declarar a los dos consejeros ejecutivos de esas empresas. Vendrán mañana por la mañana.

– Por favor, Kostas, trátalos con tacto y no con los malos modos de siempre. Sí, de acuerdo, nos han ocultado información, pero no abramos ahora un nuevo frente contra los publicistas. Dejemos que se cierre antes el de los terroristas.

Le prometo que iré con cuidado, aunque sé cómo discurrirá el interrogatorio y todo el rollo que intentarán venderme los dos ejecutivos.

Capítulo 28

Estoy dormido y oigo la voz de Katerina:

– ¡Papá, papá!

Su voz me llega en medio de un sueño. Camino por un bosque, cerca del pueblo donde nací. Miro a mi alrededor, pero no veo a Katerina por ningún lado. Sin embargo, oigo de nuevo su voz:

– ¡Papá, despierta, papá!

En el sueño no tengo la sensación de estar dormido; al contrario, siento perfectamente cómo camino, hasta que oigo a mi lado la voz de Adrianí, inquieta, asustada:

– ¿Qué pasa, hija mía? ¿Qué sucede? -Y abro los ojos.

Katerina, en bata y pijama, se inclina sobre mí y me toca suavemente el hombro:

– ¡Papá, despierta, ya han asaltado el barco para liberarlo!

Adrianí y yo nos incorporamos de un brinco.

– ¿Cuándo?

– Ahora, hace unos minutos. Los ministros de Interior y de Defensa han hecho declaraciones.

– ¿Y tú cómo te has enterado? -le pregunta Adrianí.

– No podía dormir y me he puesto a ver la tele, a ver si me entraba sueño.

Todos corremos hacia el televisor. Vemos El Greco iluminado por primera vez. A la derecha de la pantalla hay un único titular: «Intervención para rescatar a los rehenes». La policía y las autoridades portuarias han acordonado el muelle. Detrás del círculo que forman, varias cámaras enfocan el barco. Ni rastro de periodistas.

– En estos momentos vemos cómo El Greco se pone en marcha -se oye al presentador. De hecho, las imágenes muestran al barco entrando lentamente en la bahía de Janiá.

Cambia el plano y aparece la puerta de acceso a la base de Suda. Los periodistas se han concentrado allí y esperan. La cámara busca a Sotirópulos y lo encuentra.

– Aquí, en la base naval, todo está preparado para recibir a El Greco y a sus últimos pasajeros -comenta Sotirópulos-. En cualquier caso, Zanos, hasta el momento no nos han permitido acceder al recinto.

– ¿Sabes si hay víctimas entre los miembros del comando de asalto?

– Desgraciadamente, de esto tampoco nos han informado.