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– Poner al corriente a la opinión pública no parece que sea una de las prioridades de las autoridades -ironiza el presentador.

– Al menos, no hasta el momento -le asegura Sotirópulos.

– Veamos a continuación cómo se ha producido el asalto al barco por parte del comando de submarinistas -dice el presentador, dado que no tiene mejor bocado que ofrecer-. Según el comunicado oficial del Ministerio de Defensa, a las tres y cuarto de la madrugada una unidad de submarinistas de la Armada se ha aproximado a El Greco. Previamente, los helicópteros que sobrevolaban la embarcación han detectado que en la proa no había vigilancia. Por ahí han penetrado los submarinistas.

En pantalla empiezan a aparecer una especie de dibujos animados en forma de lanchas y hombrecitos que describen el asalto. La voz del presentador sigue explicando:

– Los submarinistas sólo podían llevar consigo armas ligeras. El primer objetivo que han asegurado ha sido el puente de mando. Allí han apresado al primer terrorista y le han obligado a llamar a los otros, con la excusa de que veía algo raro… -De pronto el presentador se detiene, le dicen algo desde control y continúa-: Hemos interrumpido la narración de los hechos para establecer una nueva conexión con nuestro corresponsal en Suda.

Los reporteros siguen concentrados en la puerta de entrada de la base, lo que significa que aún no les han autorizado a acceder al interior. Se ve a Sotirópulos en primer plano, micro en ristre.

– Según los primeros datos que nos llegan, pero que aun no son oficiales…, quiero subrayarlo puesto que estamos todavía a la espera del comunicado oficial…, según los primeros datos, repito, de que disponemos, se han producido dos muertes en el asalto. La primera víctima ha fallecido de paro cardiaco. Al parecer, al pasajero en cuestión le ha dado un ataque de pánico cuando ha oído los disparos pensando que los terroristas empezaban a ejecutar rehenes. Otra persona ha recibido un balazo cuando un terrorista ha ofrecido resistencia y se ha producido un intercambio de disparos. Por el momento, esto es todo lo que ha trascendido.

– Jristos, ¿a qué hora se espera que llegue el barco?

– La llegada se producirá de un momento a otro.

Katerina coge el mando a distancia y baja el volumen.

– Más víctimas -comenta, y menea la cabeza desconsolada.

– ¡Bestias! ¡Esas personas no habían hecho daño a nadie! -murmura Adrianí.

Sin hacer caso de Adrianí, me vuelvo hacia Katerina:

– En el barco erais trescientos pasajeros, más los miembros de la tripulación -le digo-. Que esta odisea se cierre sólo con cuatro muertos, dos de ellos de muerte natural, es un milagro.

Se vuelve hacia mí y me lanza una mirada casi hostil.

– No sé qué clase de estadísticas utiliza la policía, pero sin los terroristas, el diabético seguiría vivo, igual que el que ha muerto de un ataque al corazón.

Estoy dispuesto a seguir discutiendo, pero me interrumpe la imagen muda que nos traslada a una sala de prensa, donde aparece un hombre de unos cuarenta años presto a hacer declaraciones. El corresponsal ya no es Sotirópulos.

– Sube el volumen, a ver qué dicen.

El corresponsal de la cadena nos informa de que nos encontramos en el Ministerio de Defensa y que quien habla es el portavoz del ministerio.

– La operación para liberar El Greco ha concluido, con el balance de un muerto y un herido, entre los rehenes; asimismo, ha muerto uno de los secuestradores. El súbdito alemán Christian Schrod, uno de los rehenes, ha fallecido de paro cardiaco.

Ha resultado también herido el súbdito ruso Nikita Lebedev, al recibir el impacto de una bala que ha rebotado en la pared del salón de primera clase y se le ha alojado en el vientre, durante el intercambio de disparos entre las fuerzas de la Armada y los terroristas. Nikita Lebedev ya ha sido trasladado al Hospital Central de Janiá y su estado no es grave. En lo que respecta a los terroristas, ha muerto Efthimios Agoreos, el único de los secuestradores que ha ofrecido resistencia. Los otros cinco han sido detenidos y en estos momentos están siendo interrogados.

– ¿Dónde se encuentran ahora?

– En la base de Suda. En los próximos días se les trasladará a Atenas.

La imagen vuelve a los estudios de televisión y aparece el presentador:

– La rápida actuación del comando de la Armada ha recibido felicitaciones de todo el mundo, como también la han recibido, por otro lado, la prudencia y la serenidad demostrada por el Gobierno griego por el modo en que ha afrontado la crisis. El presidente de Estados Unidos, el de Rusia, el primer ministro británico y el canciller alemán han enviado telegramas de felicitación al primer ministro griego.

Dado que las congratulaciones y las palmaditas en la espalda no me interesan, me estrujo el cerebro intentando adivinar por qué la policía ha desaparecido de la faz de la tierra. El asalto lo han llevado a cabo submarinistas de la Armada, el comunicado procede del Ministerio de Defensa, y los míos se han esfumado. Seguramente obedece a una decisión personal del primer ministro, de otro modo no entiendo que el ministro del Interior ceda sus competencias al de Defensa en una demostración de altruismo político, que universalmente suele ser escaso, y que en Grecia no existe ni en el diccionario.

Esta idea me tortura hasta que despunta el día y me voy al trabajo. Evidentemente, a juzgar por las caras que veo a mi alrededor, no soy yo el único que está preocupado. Bajo a comprar mi café y mi cruasán diarios y la cafetería parece la cantina de un cementerio los días en que hay velatorio. Mis compañeros están sentados con la cabeza gacha, uno murmura algo, otro asiente con la cabeza o abre los brazos en señal de desconsuelo. Sólo faltan las pastas y el coñac típicos de los entierros.

De nuevo me seduce la idea de llamar a Guikas, pero lo pospongo, porque cuando vuelvo a mi despacho me encuentro en la puerta a Vlasópulos, que me informa de que Petrakis, de la agencia Helias, y Andreópulos, de Spot, han llegado y esperan a que les reciba.

– ¿Los hago pasar a su despacho?

– No. Llévalos a la sala de interrogatorios y deja que esperen. -Me mira con extrañeza-. Así sabrán que esconder información de vital importancia a la policía no es de recibo.

Entro en mi despacho y me siento cómodamente en mi silla. Doy un par de sorbos de café, mientras quito el celofán al cruasán sin prisas. Desayuno con calma y al cabo de un rato miro el reloj. Veo que ha transcurrido cerca de un cuarto de hora, un tiempo de espera prudencial para dos directivos de empresas publicitarias.

Me los encuentro sentados en aquellas sillas incomodísimas de la sala de interrogatorios, uno al lado del otro y hablando entre sí. Cuando me ven, callan y me miran, a la espera de alguna frase o reacción mía. No digo nada, me siento al otro lado de la mesita y les observo.

– ¿El asesino les llamó antes o después de la muerte de Stelios Ifantidis y de Makis Kutsúvelos? -pregunto al poco rato.

Alarmados, cruzan miradas de sorpresa. Estaban seguros de que su precioso secreto no se había divulgado y ahora constatan que ha llegado a mis oídos.

– ¿Qué asesino? -Andreópulos ha encontrado una pregunta estúpida para disimular su estupor.

– Señor Andreópulos, el asesino les llamó a usted y al señor Petrakis y les amenazó con que, si no dejaban de hacer anuncios, mataría indiscriminadamente a cualquiera que tuviese algo que ver con el mundo de la publicidad. La pregunta es si asesinó después de avisarles, cosa que significaría que ustedes no se lo tomaron en serio, o si les dio primero una prueba fehaciente y después les advirtió, para que no confundiesen su amenaza con una broma. -Hago una pequeña pausa para darles la oportunidad de decir algo. Al ver que callan, continúo-: Está claro que ustedes no se tomaron su amenaza en serio.