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– Para serle franco, todavía no hemos tocado ese asunto. Ya le diré algo cuando lo haya hablado con ella.

– De acuerdo. Pero dile que corren tiempos difíciles, que no se puede ir por ahí a ver qué sale, sino a lo seguro.

Cada cual ofrece un puesto de trabajo a su medida.

Entro en el ascensor para bajar a la planta tercera, donde está mi despacho, pero en el último instante me arrepiento y pulso el botón de la cafetería. Me apetece ver las caras de aquellos que, «a pesar de todo», tendrán que reconocer que lo he conseguido, cuando me den la enhorabuena.

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Capítulo 4

En medio del sueño oigo sonar el teléfono del recibidor. Lo confundo con el despertador y entreabro los ojos para ver qué hora es. Las cuatro menos diez de la mañana. Adrianí protesta pero no abre los ojos. Cuando suena a esas horas, ya sabe que es para mí. Me levanto renegando alternativamente de Guikas y de mi mujer. De Guikas porque me despierta por cualquier cosa, en lugar de avisar a alguno de mis hombres, y de Adrianí porque insiste en no querer supletorio en la habitación; dice que se asusta si suena cuando duerme.

Descuelgo el auricular y emito un «sí» seco y soñoliento; no recibo ninguna respuesta, pero se oye un ruido como de sollozos y lamentos.

– ¿Sí? ¿Quién es?

Nadie responde, pero ahora los sollozos son más claros, y parece que alguien intenta hablar.

– ¿Quién es? ¡Diga!

– La tele, comisario…, encienda la tele…, ay, ¡Dios mío!

– ¿Quién es, coño?

– Soy Sebastí, ponga la tele…

Dejo el auricular y corro hacia el televisor, que está en el comedor. Mi primer pensamiento es que algo grave le ha ocurrido al barco que lleva a Katerina y a Fanis a Creta. Pido a Dios que no se haya hundido con toda la tripulación, mientras me tranquilizo a mí mismo pensando que la de Creta no es una ruta calamitosa por la que circulen barcos destartalados.

El volumen de la tele asusta al vecindario en medio del silencio de la noche. Mientras intento bajarlo, maldigo a mi mujer que tiene la costumbre de poner la tele a todo volumen, como si se tratase de una radio, mientras prepara la comida o plancha en la cocina. Intento fallido: todos los que eran susceptibles de despertarse, ya se han despertado.

Lo primero que veo es el titular en un lado de la pantalla: «Última Hora: Ataque terrorista a El Greco». De todas las tragedias posibles, ésta era la única que ni me había pasado por la cabeza, y es, a excepción de la muerte, la peor. El presentador del informativo habla con el corresponsal, que aparece arrinconado en un recuadro a la derecha de la pantalla. Presto atención para oír qué dicen, pero me interrumpe mi mujer.

– ¿Te has vuelto loco? ¿Qué haces con la tele encendida?

No necesito responder, porque fija su atención en el titular y oigo otro «¡Ay, Dios mío!».

– ¿Cómo te has enterado? ¿Te ha llamado la policía?

– No, me ha llamado Sebastí.

Le señalo el teléfono. Ve el auricular descolgado sobre la estantería y oye que hay alguien al aparato. Lo coge y grita:

– ¡Señora Sebastí!

– ¡Deja en paz el teléfono! -protesto, porque no puedo oír qué dice el presentador-. ¿Te vas a enterar de qué ha pasado por Sebastí?

Cuelga el auricular y se sienta a mi lado en el sofá. Me coge del brazo con fuerza y se pega a mí.

– Hasta este momento, Andreas, no ha habido comunicación alguna con el barco. La autoridad portuaria de Janiá ha intentado ponerse en contacto con el capitán, pero no ha recibido ninguna respuesta.

– Así pues, ¿no sabemos si ha habido víctimas mortales?

– No sabemos nada, Andreas. No tenemos ninguna información.

– ¿No se tiene siquiera algún dato relativo a la identidad de los terroristas?

– Sobre este punto también reina la incertidumbre. No se han puesto en contacto con las autoridades, de modo que no hay ninguna pista ni sabemos cuáles son sus exigencias. Por otro lado, ninguna organización terrorista ha reivindicado hasta el momento la autoría del asalto. En cualquier caso, la opinión predominante es que se trata de un acto idéntico al secuestro del Achille Lauro.

Me estrujo el cerebro intentando ver qué me sugiere el nombre de Achille Lauro. Lo único que recuerdo es que revolucionó a medio mundo.

– Ese crucero italiano fue secuestrado en 1985 por un grupo de palestinos, encabezados por el famoso Abú Abbás -me refresca la memoria el corresponsal-. El secuestro duró doce días y se saldó con una sola víctima, un norteamericano.

– ¿En qué lugar se encuentra El Greco en estos momentos?

– En alta mar, delante del puerto de Suda. Lo cual preocupa mucho a las autoridades competentes, porque…

– Iannis, debo cortar la comunicación contigo. Hemos de dar paso a las declaraciones de un portavoz del Gobierno. Restableceremos la conexión para conocer las novedades que se vayan produciendo.

Se cierra la pantallita del corresponsal, pero, en lugar del representante del Gobierno, aparece una chica que sale de una tienda Vodafone con un hombretón que le va detrás para alcanzarla y regalarle un teléfono móvil.

– ¡Miserables! -grita Adrianí-. ¡Miserables! ¡Jugáis con el sufrimiento de la gente! -Aún diría más, pero en ese instante vuelve a sonar el teléfono y se precipita a descolgarlo-. ¡Ay, Sebastí, qué desgracia más grande! -se lamenta a través del auricular. Escucha durante un momento y después me grita, desesperada-: ¡Sus móviles no contestan!

Acabo de recordar que Katerina tiene móvil. Marco su número para asegurarme de que Sebastí, por culpa de los nervios, no se ha equivocado al marcar. El teléfono suena pero nadie responde.

– ¿Te sabes el número de Fanis de memoria?

– No te esfuerces, Fanis tampoco contesta -empieza a desesperarse y a chillar-. ¡Mi hija, mi tesoro, va en ese barco!

– ¡Cállate! -le grito-. ¡Cállate! ¡No seas ceniza! ¡Aún no sabemos nada!

La zarandeo un poco para calmarla, pero está fuera de sí. Comienza a darse golpes en la cabeza y a chillar:

– ¡Han matado a mi niña! ¡En plena juventud, me la han matado! ¡Que se vayan de aquí todos estos egipcios, sirios, paquistaníes y sudaneses! ¡Fuera, echadlos todos al mar, sí, fuera toda esta gente que habéis acogido y a la que habéis dado papeles para legalizarlos! ¡Vuestros papeles los paga ahora mi hija con su vida!

Alzo la mano y le doy dos bofetadas, no para defender a los moros, sino para cortar su histerismo.

– Ahora más que nunca necesitamos mantener la sangre fría, la histeria no nos ayuda en nada -le digo con dulzura-. Venga, oigamos qué dice el portavoz del Gobierno y después ya veremos qué hacemos. Para algo soy policía, ¿no?, algo sabré de esto.

Yo sólo sé que no sé nada, pero ¿qué otra cosa le voy a decir?

El portavoz aparece en pantalla.

– Hasta el momento no ha habido contacto alguno con El Greco -declara-. Por tanto, desconocemos la identidad de los terroristas y la situación en que se encuentra el barco. Todas las autoridades competentes se han trasladado ya a Janiá, en Creta, al igual que la Unidad de Lucha Antiterrorista, bajo las órdenes del comandante Lukas Stazakos, que ha asumido la coordinación de las operaciones. El primer ministro está en contacto permanente con el ministro del Interior, que también se encuentra en Janiá. En cuanto se produzca alguna novedad, la comunicaremos de inmediato.

– Señor ministro, ¿cree usted que hay similitudes entre el ataque terrorista que se ha producido esta noche contra El Greco y el secuestro del crucero italiano Achille Lauro, ocurrido en 1985?