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– ¿Crees que habrá más asesinatos? -inquiere Sotirópulos.

No me da tiempo a responderle, porque suena el teléfono. Atiendo la llamada y oigo la voz de Guikas:

– Deja lo que tengas entre manos y sube. El ministro quiere vernos.

– Chicos, tenéis que disculparme. Me reclama el director para una reunión urgente -les digo mientras me levanto.

Es de las pocas veces que ellos me ven irme.

Capítulo 35

Están sentados alrededor de la mesa rectangular de reuniones del despacho del ministerio, con su responsable máximo a la cabeza. A la mayoría los conozco del encuentro de anteayer con Guikas. Sin embargo, hay un invitado más, el presidente de la SEB, la Confederación Empresarial. El ministro intenta hacer las presentaciones de rigor, pero al ver el gesto afirmativo que todos esbozamos con la cabeza, se detiene con la típica frase de «todos nos conocemos ya». Aún no hemos acabado de acomodarnos cuando Guikas recibe el ataque frontal del presidente de la patronal.

– Hoy ha sucedido algo inadmisible y deben asumir sus responsabilidades. Ya se lo he explicado al ministro.

Guikas adopta una actitud fría, típica de su cargo, que con nosotros pocas veces utiliza.

– No entiendo a qué se refiere, señor presidente.

– ¡Es evidente a qué se refiere! -Galakterós, el presidente de la Unión de Publicistas, interviene, tan enojado como el presidente de la patronal-. ¡A la publicación de la carta del asesino! ¿Cómo es posible que no hayan podido impedirlo?

Hace años que trabajo a las órdenes de Guikas. A veces, cuando entro en su despacho, tengo la sensación de que estoy a su lado desde niño. Sin embargo, nunca le había visto reaccionar a un verdadero ataque. Si ayer me hubiesen pedido mi opinión, habría dicho que seguramente Guikas intentaría salirse por la tangente. Lo que veo me desmiente. Guikas observa con el mismo aire frío a Galakterós y le replica:

– Si no recuerdo mal, la censura se derogó después de la caída de la dictadura. No veo cómo podía prohibir la publicación de la carta.

– No le pedíamos que censurase nada, ¡le pedíamos que se adelantase a los periódicos! -toma de nuevo la palabra el presidente de la patronal.

– Si me hubiesen informado, habría llamado personalmente al director del periódico para pedirle que no publicase la carta -le apoya el ministro.

En otras circunstancias, Guikas tal vez habría musitado una disculpa. Hoy, sin embargo, tiene que ajustar cuentas con el ministro por haber marginado al cuerpo policial en el asalto de El Greco. De modo que se prepara para el contraataque y saldar las cuentas pendientes:

– Consideré que usted jamás aprobaría que prohibiésemos publicar la carta, por eso no me atreví a comentárselo. Al contrario, temía oír severísimas amonestaciones.

– No he hablado de prohibiciones, sino de una petición amistosa -responde, molesto, el ministro.

– El diario que ha publicado la carta pertenece, si no estoy mal informado, a la oposición. ¿Se imagina las repercusiones que podría haber tenido su petición amistosa? -le pregunta Guikas, y el ministro ha de tragarse sus palabras.

Consciente de que la discusión nos conduce a un callejón sin salida, decido intervenir por primera vez. Sé que me miran por encima del hombro, pues consideran que estoy allí sólo para facilitar la información que precisen y mantener la boca cerrada el resto del tiempo. Pero eso no me intimida lo más mínimo.

– Si la carta no se hubiese publicado, nada habríamos ganado. El asesino se ha cobrado ya tres víctimas y seguirá matando hasta que dejen de emitirse anuncios.

– Que el asesino deje de matar es trabajo de la policía, y nosotros no tenemos ninguna responsabilidad en ello -me replica, en tono displicente, el presidente de la patronal-. Nuestro trabajo es fabricar productos y hacer publicidad de ellos.

– Y desde esta mañana el sector está revolucionado -añade Galakterós-. Los teléfonos de nuestra asociación y mi móvil echan humo. Las empresas de publicidad nos piden consejo y preguntan si deben interrumpir la producción de anuncios hasta nueva orden.

– Seguramente, la mitad os ha llamado a vosotros, y la otra mitad a nosotros, para saber si seguiremos emitiendo sus spots -le dice Delópulos.

– En cualquier caso, he ordenado al departamento de contabilidad que congele los pagos. No sé cuánto durará esta historia ni qué consecuencias acarreará, por lo que sería aconsejable que tomásemos alguna medida preventiva -interviene el calvo regordete, que en la reunión anterior llevaba un traje de color crema y hoy uno azul celeste-. Ya os podéis imaginar el pánico que les entrará a los productores de series y de otros programas cuando sepan que se han congelado los pagos hasta que se detenga al asesino. ¡Se os echarán a la yugular y os harán trizas! -La última frase nos la dirige a nosotros, pero, sobre todo, al ministro.

– En cualquier caso, interrumpir la emisión de anuncios detendría las muertes y nos daría cierto margen de tiempo para dar con al asesino. -Guikas esgrime el argumento que yo mismo utilicé durante la reunión con Petrójilos. Sin embargo, esta vez topa con una dura Línea Maginot.

– ¿Cuánto tiempo necesita, señor Guikas? -estalla Delópulos-. Porque, si le he entendido bien, nos pide que interrumpamos la emisión de anuncios indefinidamente, hasta que ustedes atrapen al asesino. Pero, entonces, nosotros ya nos habremos arruinado.

– No sólo se arruinarán las televisiones, también quebrarán las agencias de publicidad y las productoras de series, de talk shows, de realities y, claro está, todas la empresas que, al no anunciar sus productos, verán cómo sus ventas caen en picado. -El calvo regordete lo ha soltado todo de un tirón y por poco se ahoga.

– Perdone, señor ministro, pero ¿se ha fijado en cómo firma la carta el asesino? -pregunta el presidente de la patronal.

Ha pillado desprevenido al ministro.

– ¿La firma…? Sí, me parece que… -murmura desconcertado.

– No se preocupe, se lo recordaré yo: «el asesino del accionista mayoritario». ¿Sabe usted qué mensaje subyace tras ese nombre? Que, metafóricamente hablando, el accionista más importante de las cadenas televisivas, el que manda, no es el que posee cierto número de acciones, sino los departamentos de publicidad, porque ellos deciden la programación, qué series se grabarán, con qué actores, qué talk show se emitirá y quién lo conducirá, qué concursos se programarán y con qué presentadores. Lo que a los de publicidad no les gusta, desaparece automáticamente de la programación de las cadenas. De modo que no mandan los accionistas, manda la publicidad.

– ¡Exageraciones! -tercia el calvo.

– ¡Nada de exageraciones, querido amigo! -discrepa Delópulos-. Ellos tienen el dinero y hacen lo que quieren con nosotros.

– ¿Y pretenden que, a petición del director general de la policía, dejemos de rodar anuncios, para que todo el mundo vea que cedemos a la exigencia absurda de un maniaco? -pregunta Galakterós, dando pie al ministro para que haga gala de su poder:

– ¡De ningún modo! Lo afirmo categóricamente. El Gobierno no cede al chantaje de un asesino.

Guikas se ha quedado más solo que la una y recibe por todos lados. Me inspira lástima y, a la vez, me pregunto por qué me siento solidario con él. ¿Qué ha sido de nuestros antiguos enfrentamientos? ¿Qué ha sido de mi malicia cuando le veía exhibirse en público? No lo sé, tal vez mis sentimientos se deban a los momentos difíciles vividos últimamente y a la ayuda que me ha prestado. En cualquier caso, siento la necesidad de echarle un cable.

– También podrían hacer anuncios publicitarios sin modelos, figurantes o presentadores, para no dar al asesino posibles objetivos.