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– Efectivamente, las hay.

– Por tanto, ¿podemos considerar la posibilidad de que los terroristas sean palestinos, como entonces?

– En este instante nos hallamos ante la incertidumbre más absoluta y no podemos descartar ninguna hipótesis. Sin embargo, le recuerdo que los palestinos hace ya muchos años que no perpetran actos terroristas en el ámbito internacional.

– ¿Considera más probable que detrás de esto se encuentre Al Qaeda?

– Aún es pronto para llegar a alguna conclusión -responde nervioso-. Podría ser Al Qaeda, pero también cualquier otra organización terrorista, e incluso un grupo que actúe por primera vez. En este momento no sabemos todavía nada con certeza, no se ha establecido comunicación con el barco. Repito, cuando tengamos alguna novedad, les informaremos.

El representante del Gobierno desaparece de la pantalla.

– Cambiemos ahora de cuestión, señores televidentes, para saber cómo han abordado la noticia los medios de comunicación extranjeros.

Dejo a Adrianí mirando la tele y corro al teléfono. Llamo al centro de operaciones y pido que me pasen con el despacho de Guikas. Oigo la voz de Kula al otro lado del hilo.

– Despacho del director general de la policía, Nikolaos Guikas, ¿dígame?

– Kula, soy Jaritos. ¿Está el director?

– El director debe de estar ya en Creta, señor comisario. Hace dos horas que ha salido en helicóptero.

– Necesito hablar con él.

Como era de esperar, se produce una pausa llena de indecisión.

– No es fácil, comisario, pero lo intentaré.

– Kula, escúchame, Katerina va en ese barco.

Ahora la pausa es más larga, y a continuación, como si creyera que le estoy gastando una broma, me pregunta:

– ¿Qué dice?

– Lo que has oído. Katerina está en el barco con Fanis. Iban de vacaciones a Creta.

Encajo el tercer «¡Ay, Dios mío!» de la noche.

– Por eso quiero hablar con él. Tiene que saberlo, pero no ha de correr la voz de que la hija de un comisario se encuentra entre los pasajeros.

Kula recobra la calma:

– Cuelgue, ya le llamaré yo.

Vuelvo junto a Adrianí. Tiene la mirada fija en la pantalla y escucha las opiniones de un especialista norteamericano, entrevistado por un presentador de la CNN. Como no puedo hacer nada hasta que me llame Kula, me siento y leo los subtítulos, que traducen lo que dice.

– Podrían haber volado el barco por medio de detonadores a distancia o con un ataque suicida -explica el especialista a la presentadora-. Es la tendencia que marcan los atentados de Madrid y Londres. Sin embargo, todavía no lo han hecho, por lo que este secuestro no parece seguir el mismo esquema y no sé qué pretenden con ello. Hace ya mucho que los islamistas han abandonado los asaltos y los secuestros.

– Según usted, ¿se puede llegar a la conclusión de que este acto no lleva la firma de Al Qaeda? -pregunta la presentadora.

– No, no podemos excluir ninguna hipótesis, pues todavía no ha habido contacto con los terroristas ni con el barco.

Suena el teléfono. Adrianí se me anticipa y se levanta, pero la detengo.

– Deja, es Kula. Quiere ponerme con Guikas.

Es Guikas en persona.

– ¡Dime que no es cierto! -es su primer comentario-. ¡Dime que es mentira!

– Por desgracia es cierto. Iba de vacaciones con su prometido. -Mira por dónde, me digo a mí mismo, no me atrevo a llamarlo «su amigo» ni en momentos como éste y sí, me permito el lujo de prometerlos sin su consentimiento.

– ¡Lo siento, Kostas! ¡De verdad, lo siento mucho!

– Se ha de mantener en secreto, señor director. Si los periodistas se enteran, podría correr peligro.

Hablo en voz baja para que no me oiga mi mujer y se vuelva a poner histérica. Doy gracias a Dios porque hasta ahora Adrianí no haya tenido otro de esos ataques suyos.

– De acuerdo, pero tendré que informar al ministro y a Stazakos, que dirige la operación. Deben saberlo.

– De acuerdo, pero quiero ir a Creta.

Tarda en contestar.

– No. Comprendo tu angustia, pero es mejor que te quedes en Atenas -decide-. Aquí no hay nada que hacer, y lo que debamos hacer, lo haremos. Este caso no es de tu especialidad, y lo que menos necesitamos ahora es tu angustia, por muy justificada que esté. Quédate en Atenas, alguien ha de estar en Jefatura. Te doy mi palabra de que te mantendremos al corriente de cualquier novedad.

– ¡No puedo quedarme aquí, imposible! ¡Tal vez lleve usted razón, pero me resulta imposible!

– Kostas, no me obligues a darte una orden. Quédate y decidiremos según evolucione la situación. -Me cuelga antes de que yo pueda añadir una palabra más.

– ¿Con quién hablabas? -me pregunta Adrianí.

– Con Guikas. Está en Creta. Le he dicho que yo también quería ir, pero insiste en que me quede.

De un salto se pone en pie.

– No me importa lo que diga Guikas. Tú quédate si quieres, pero yo me voy a Creta en el primer avión. ¡Faltaría más! ¡La vida de mi hija en peligro y yo aquí sentada, llorando mi desgracia!

Adrianí lleva razón. Vuelvo a llamar a Kula.

– Kula, necesito que me hagas un favor: quiero que llames a la Olympic y me reserves dos pasajes en el primer vuelo a Janiá. Resérvalos a mi nombre, los billetes los pago yo. Si Guikas te pregunta, tú no sabes nada.

– Entendido. No quiere que vaya a Creta. Bien, cuelgue, comisario, le volveré a llamar.

Me llama al cabo de un cuarto de hora y nos dice que nos ha hecho la reserva en el vuelo de las 5:50.

– Meto un poco de ropa en una bolsa y estoy lista -dice Adrianí.

Que Guikas me inhabilite o que me traslade por desacato. Ahora no estoy para órdenes

Capítulo 5

El centro de operaciones se ha instalado en la base naval de Suda, que dispone de una sala con los sistemas de comunicación y seguimiento más modernos. De este modo es posible controlar el barco las veinticuatro horas, tenerlo cerca, fotografiarlo por partes y grabar el menor movimiento en cubierta o en el puente de mando. Han habilitado otra sala de operaciones más pequeña en la comandancia del puerto, donde se halla Panusos, el negociador más experto en la lucha antiterrorista. Me ha puesto al día el conductor del coche patrulla que me ha llevado desde la Jefatura de Policía de Janiá hasta Suda.

La embarcación está anclada unos metros más allá de la bocana del puerto. En cubierta no se ve el más mínimo movimiento. Deben de haber reunido a los pasajeros en los salones interiores, para controlarlos mejor. Un helicóptero vuela sin cesar a su alrededor, pero hasta ahora sólo ha detectado a tres miembros de la tripulación en el puente y a un tipo vestido completamente de negro y con la cara cubierta que les apunta con un Kaláshnikov.

La comunicación con los terroristas sigue en punto muerto. No hay ni carta ni comunicado por Internet que ayude a descubrir su identidad. No hace aún dos horas, Panusos ha intentado contactar con ellos inútilmente. Hasta el momento, lo único tranquilizador es que no hemos visto que arrojaran ningún cadáver al mar ni hemos oído tiroteo alguno. El puerto de Suda está cerrado al tráfico marítimo y todos los barcos con destino a Janiá son desviados hacia Rézimno.

De camino a la base naval, a las ocho y media de la mañana, contemplo el barco a lo lejos y sé que en algún lugar allí dentro en alguna sala o en algún camarote, están Katerina y Fanis, tal vez juntos, o tal vez no, si han separado a los hombres de las mujeres.

El conductor del coche patrulla me ha dicho que los encontraría a todos aquí: al ministro del Interior, al secretario de Estado, a Guikas y a Stazakos, responsable éste de la lucha antiterrorista, pero en la sala de operaciones sólo veo a estos dos últimos. Guikas viste de uniforme, y Stazakos lleva encima todo el equipo de campaña, como se presenta a veces en mi despacho. Están situados detrás de los operadores, que observan el mundo a través de una serie de monitores. Ahora toda la atención se centra en un barco, El Greco. Dos monitores lo muestran en un plano general y el resto de pantallas lo enfoca desde ángulos distintos. Otro monitor controla una pequeña ensenada donde se hallan los submarinistas de la Armada en un fueraborda.