No tengo nada más que preguntar y creo que debería hacer las mismas preguntas al vigilante de la entrada, más que nada por conciencia profesional, pero en ese instante suena el móvil y escucho por segunda vez la amable voz de Guikas:
– ¿Dónde estás?
– En Mediastar.
– Ven rápidamente al ministerio. Quieren vernos.
Cuelgo y ya estoy a punto de irme cuando la rubia se me acerca y me dice:
– Díganos la verdad, por favor, porque estamos todos como un flan: ¿cree que lo atraparán?
– Tarde o temprano lo detendremos. Pero trabaja solo, dispara y se va. Esos casos requieren tiempo. La policía se ve obligada a resolver el rompecabezas pieza a pieza.
– ¡Pues mejor que vayan a una adivina! -me dice con malicia la morena de labios carnosos-. Porque ustedes solos me parece que no lo conseguirán, y a nosotras nos va la vida en ello.
Sus reproches me sacan de quicio, de buena gana la enviaría a hacer gárgaras, pero tengo prisa por llegar a la sede del ministerio, en Katejaki.
Capítulo 42
Tardo unos tres cuartos de hora en ir de Melissia a Katejaki.
– Pase, señor comisario. Le esperan -me dice la secretaria del ministro, ligeramente molesta porque yo no estaba en Jefatura cuando me buscaban.
Hay exactamente el mismo número de personas y las mismas caras que en la reunión anterior. La distribución, sin embargo, ha cambiado un poco, pues el ministro preside la mesa rectangular. Guikas ha tenido la precaución de sentarse a su derecha, entre Galakterós y Delópulos. Frente al ministro está sentado el presidente de la patronal. Todos se vuelven y me miran molestos por la interrupción que ha provocado mi retraso. Cojo una silla y me hago un hueco entre Guikas y Galakterós, cosa que molesta ligeramente a este último, pero yo finjo no darme cuenta.
La discusión, interrumpida por mi entrada, se reanuda y prosigue el ataque del presidente de la patronal contra el ministro.
– Cuando se produjo el secuestro de El Greco, usted desplegó muchos más efectivos para hacerle frente, señor ministro -le dice con severidad-. La Unidad de Lucha Antiterrorista, numerosos cuerpos de seguridad, y al final incluso a la Armada. En el caso que nos ocupa, confía exclusivamente en el jefe del departamento de Homicidios. ¡Por todos los santos, no dudo de la capacidad del comisario Jaritos, pero no siempre va a sonar la flauta por casualidad!
– El comisario Jaritos no trabaja a solas en este caso -protesta el ministro-. En estos momentos estamos en disposición de movilizar a todas las fuerzas que sean necesarias para capturar al criminal. Así lo declaré públicamente ayer, y el señor Guikas, el director general, se lo puede confirmar.
El presidente de la patronal considera innecesario que Guikas le confirme nada y continúa su ataque contra el ministro.
– El coste político derivado de un acto terrorista es una broma frente al daño que sufrirán si se hunde el sistema de promoción de productos, incluidos los canales de televisión privada, señor ministro. Perdóneme, pero tengo la impresión de que el Gobierno no es consciente de la gravedad de la situación. Tal vez la lucha antiterrorista venda más políticamente, pero a este paso les advierto que, en el próximo ataque terrorista, no habrá televisión para retransmitirlo.
El ministro se siente duramente presionado y se vuelve hacia mí:
– Su superior ya nos ha puesto al corriente -me dice-. ¿Tiene usted alguna información de última hora que añadir?
– Ya he hablado con el personal del departamento de publicidad de Mediastar -mientras lo digo, miro a Renos Jelmis, el gordo y calvo del traje de color crema, que es el propietario del canal-. Parece que Vasos Alibrandis no recibió amenazas ni tenía la sensación de que le siguiesen. Lo más probable es que el autor del crimen calculase la hora a la que llegaba a su casa por la noche y esperase el momento oportuno para asesinarlo.
– Y, naturalmente, nadie vio nada -me espeta el ministro.
– No exactamente -interviene Guikas-. Tenemos una testigo, una vecina del edificio que se lo encontró a la entrada del aparcamiento inmediatamente después del crimen. Nos ha dado una precisa descripción del criminal. Gracias a ella sabemos que huyó en una Vespa de color rojo o granate, que estamos buscando.
– Quiero anunciarles que, desde hoy, la cadena Mediastar dejará de emitir publicidad, y sólo volverá a emitir anuncios cuando se detenga al asesino y estemos seguros de que no corre peligro ninguna vida humana -anuncia Jelmis.
Se produce una pausa llena de incomodidad e indecisión y todas las miradas convergen en Jelmis.
– La cadena que ahora deje de emitir anuncios se verá excluida de la tarta de la publicidad cuando pase esta tormenta -declara fríamente Galakterós, sin dirigirse directamente a Jelmis, sino a todos los presentes.
Jelmis salta de su silla como si hubiese sufrido un calambrazo, y se queda de pie.
– Entonces, ¿qué quieren? -se encoleriza-. ¿Que sigan asesinando personal de mi empresa y que yo continúe emitiendo anuncios? ¿Para que todos los telespectadores vayan diciendo por ahí que soy un aprovechado sin escrúpulos que no se detiene ni ante los muertos?
– Lo siento, pero aquí todos navegamos en el mismo barco. Y ninguno de nosotros abandona la nave sin sufrir las consecuencias -le responde fríamente Galakterós.
– ¡El señor Galakterós tiene toda la razón! -le secunda el presidente de la patronal-. En este momento, no sólo nos podemos hundir nosotros, sino también multitud de empresas cuyas ventas dependen de la publicidad de sus productos. ¿Cómo vamos a mirar al futuro con confianza si nos rendimos a las exigencias de un loco en el momento más crítico?
– Señores, por favor… No perdamos la calma… -intenta serenar los ánimos el ministro, pero todo el mundo pasa de él.
– ¡Por favor, señor ministro! -le corta Galakterós-. ¡Todo esto se debe a la inoperancia de la policía, de la cual usted es responsable! -añade fuera de sí.
– Así pues, ¿qué quieren? ¿Que tengamos que lamentar nuevas víctimas porque siguen emitiéndose anuncios? -Delópulos imita a Jelmis y levanta-. Al fin y al cabo, sus amenazas me parecen inútiles, señores. Están hablando con las dos cadenas con más telespectadores. Si las excluyen, ¿a quién darán sus anuncios?, ¿a las cadenas que no sobrepasan el tres por ciento de audiencia?
– ¿Sabes qué te digo, Iorgos? -le dice Jelmis a Galakterós-: ¡Que hasta aquí podíamos llegar! Vosotros decidís los programas que salen en antena, decidís cuánto pagaréis… ¿Y aún pretendéis exprimirnos más?
– ¡Con razón ese loco os llama el accionista mayoritario! En mi empresa no mando yo, sino vosotros -añade Delópulos-. ¡Vosotros sois los accionistas principales!
El presidente de la patronal, al ver que sus amenazas no han surtido efecto entre las cadenas de televisión, lo intenta con el poder, al que posiblemente controla mejor.
– Si finalmente se mantiene la decisión de cortar los anuncios, también se recortarán muchos puestos de trabajo. Las empresas no podrán mantener sus plantillas con los índices de venta por los suelos.
– Hoy he dado orden de que se calcule cuántos periodistas, personal técnico y de dirección tenemos que despedir para sobrevivir. -Jelmis se sale por la tangente y confirma los temores que Sotirópulos me había expresado.