Ni Guikas ni Stazakos me ven entrar porque están escuchando a Panusos, quien les informa de que sus intentos de establecer contacto con el barco han resultado infructuosos.
– Han cortado la línea, comandante -oigo que comenta Panusos.
– Está bien, mantente en tu puesto. No nos queda más remedio que esperar.
– Tal vez deberíamos emitir un comunicado por televisión para decirles que si dejan salir a las mujeres, a los niños y a los enfermos, estaremos abiertos al diálogo.
– Tú ocúpate de tu trabajo y déjate de propuestas, que son asunto nuestro -le contesta Stazakos de malos modos. Está a punto de cortar la comunicación cuando interviene Guikas.
– Aquí Guikas. Aclárame una duda, Panusos. ¿Por qué no se comunican con nosotros?
– Creo que quieren minar nuestra paciencia y forzarnos a suplicar, señor director.
– Me parece coherente -responde Guikas, y corta la comunicación. Después se vuelve hacia Stazakos-: Prepara el comunicado del que hablaba Panusos y pásalo a la prensa. ¿Para qué narices lo enviamos a estudiar técnicas psicológicas si luego le censuramos sus propuestas?
Stazakos lo mira sin ocultar su preocupación.
– Lo que nos acaba de decir contradice su misma propuesta.
– ¿A qué te refieres?
– A que los terroristas se quieren hacer de rogar. ¿No es eso lo que dejaremos entrever en nuestro comunicado, nuestra debilidad?
– ¡Por Dios, Stazakos! Han tomado a trescientos rehenes en un barco. ¿Te parece que nos queda margen para gilipolleces?
Stazakos piensa que sí queda margen para gilipolleces, y por eso calla.
– Esto es Grecia -prosigue Guikas-, si nos despistamos un segundo nos echarán la culpa de todo y se nos va a caer el pelo. Ordena que redacten el comunicado -añade Guikas, zanjando la discusión.
Stazakos da media vuelta para salir y se topa conmigo. No le entusiasma la idea de verme y se limita a un seco: «Ah, ¿estás aquí?». Ni me inmuto ante su reacción; en Jefatura todos saben que él y yo nos llevamos como el perro y el gato. Stazakos me toma por un poli pasado de moda que no entiende nada de sistemas modernos, y yo a él por un imbécil que se cree que es Rambo, cuando en realidad no es más que un griego acomplejado.
Guikas se ha vuelto al oír el «Ah, ¿estás aquí?» y me mira sin decir nada. Me acerco y me planto delante de él.
– Si quiere, inhabilíteme por desobediencia o envíeme a Inspección -le digo-. No objetaré nada y lo encontraré justificado, pero no podía quedarme en Atenas mientras unos desconocidos tienen retenida a mi hija ahí dentro -le digo y le señalo el barco en el monitor.
No me quita los ojos de encima, pero en su mirada no hay rabia, sino, más bien, angustia.
– Ni te inhabilitaré ni te enviaré a Inspección. Tampoco esperaba que te quedases en Atenas, aunque lo hubiese preferido. Aquí la tensión irá en aumento y no sé cuánto resistirás… -se interrumpe unos segundos-, pero puedo encomendarte un trabajo que te distraiga.
– ¿Qué tipo de trabajo?
Me da una de cal y una de arena.
– No esperes nada importante. En primer lugar, porque no eres la persona apropiada, y en segundo lugar porque te resultaría imposible concentrarte en el caso. Te he buscado un trabajo de guía turístico.
– ¿De guía?
– Quiero que te encargues de Parker, del FBI.
– ¿Está aquí? -pregunto sorprendido.
– Vuelven a enviárnoslo, llegará de un momento a otro. Y no se le puede dejar solo. Recuerda lo que nos hizo sufrir; empezasteis con mal pie, pero al final os entendisteis. Por eso quiero que te ocupes de él. Parker confía en ti.
Fred Parker era el jefe de seguridad del equipo olímpico estadounidense. Se entrometía en todo y a todo ponía reparos. Cada vez que nos atrevíamos a contradecirlo, nos amenazaba con que el presidente de su país aconsejaría oficialmente a los ciudadanos estadounidenses no viajar a Grecia, y con que la delegación del país no acudiría a los Juegos Olímpicos. Para mí era como una tortura: todo lo que hacía le parecía mal. Hasta que, en un caso, mientras él investigaba por un lado, yo hallé la solución por otro y tuvo que quitarse el sombrero. Desde ese momento nos entendimos, pero tampoco fue como para dar saltos de alegría. El me consideraba su amigo y me daba palmaditas en la espalda, que yo soportaba mientras pensaba: «¡Para ya, imbécil!».
– ¿Cuándo llega?
– Viene en helicóptero desde Atenas, estará al caer.
De repente me siento un poco mejor, no sólo porque no tendré que deambular por ahí como alma en pena (al contrario, tendré trabajo), sino porque con Parker piso terreno conocido.
Stazakos regresa con un papel y se lo da a Guikas.
– Si está conforme, lo difundiremos de inmediato. -Mientras Guikas lee el comunicado, se vuelve hacia mí-: Me he enterado de que tu hija y su prometido están en el barco. ¡Qué le vamos a hacer! A veces ocurren estas cosas.
Cuento hasta cien para no soltarle ninguna barbaridad y me limito a desviar la mirada. Él lo capta y se ríe por lo bajinis.
– No te enfades, hombre. Es imposible que se filtre fuera de aquí. Todo el mundo es de confianza, yo personalmente me he ocupado de que así sea.
Guikas le devuelve el comunicado.
– Me parece bien, pero enséñaselo también a Panusos. Si le da el visto bueno, lo difundiremos.
Stazakos lo observa sin saber si enfadarse o pensar que es un imbécil.
– ¡No me mires así! -le grita de repente Guikas-. ¡Panusos será quien negocie con ellos, de modo que él debe estar de acuerdo!
Stazakos da media vuelta y se aleja en dirección al teléfono rojo para hablar con Panusos. Guikas le echa una mirada por encima del hombro y después se dirige a mí:
– Ya sé que vosotros dos no congeniáis, pero intentad mantener vuestras diferencias fuera de aquí. Ahora no hay tiempo para estas cosas. -A continuación siente la necesidad de justificar a Stazakos-: Y no te rías de él, en realidad es muy hábil, sólo que le atrae el poder.
Porque es un griego acomplejado y no un Rambo, me digo. De modo que yo no era el único que opinaba así. En ese mismo instante se abre la puerta y entra Parker, que sí es un Rambo y por lo tanto no tiene que demostrarlo. Cuando lo conocí, en el despacho de Guikas, dos meses antes de los Juegos, me pareció el director de una sucursal del Banco Nacional. Hoy viste de manera más informal, con vaqueros y una camisa de colores llamativos, de esas que llevan los norteamericanos y los que quieren parecerse a ellos. Del bolsillo de la camisa le cuelga una tarjeta identificativa, como la que me dieron a mí en la garita situada a la entrada de la base.
Guikas y yo le damos la bienvenida. Primero estrecha la mano de Guikas.
– Hello, Nick -le dice casi con indiferencia, como si las Olimpiadas se hubiesen celebrado ayer mismo. Después le da la mano a Stazakos y emite un «Hi!» a modo de saludo, y finalmente se vuelve hacia mí, me toma la mano y me la aprieta afectuosamente. «Kostas, I know. They told me, I'm so sorry.» No se me ocurre nada que decir ante su «Ya me lo han dicho, lo siento de veras» y le devuelvo su afectuoso apretón de manos sin decir nada.
Parker considera que con estas formalidades ha cumplido con el protocolo y nos dice a los tres: «OK, let's talk».