– ¿Ya lo habéis detenido? -me pregunta Kula al salir del despacho de Guikas.
– Aún no, pero sabemos dónde vive.
– Venga, señor Jaritos, por favor, acabe de una vez con este caso, que yo también quiero irme de permiso. Ya he perdido la cuenta de las semanas que han pasado desde el famoso lunes en que me iba de vacaciones. Primero se congelaron todos los permisos hasta nueva orden por culpa del secuestro y después he estado pegada a este despacho por lo de ese demente.
– ¡Lo hemos localizado! -grita con aire triunfal Vlasópulos cuando me ve por el pasillo-. Acaban de llamarme de la comisaría que se ocupa de la vigilancia. Lo han visto salir de casa y subir a un viejo Skoda Favorit.
Por eso en la foto no llevaba el casco puesto. Estaba a punto de subirse al coche. Robaba una moto y la aparcaba en algún punto. Después iba en coche hasta donde estaba la moto para cometer el crimen, la abandonaba y volvía a huir en coche.
En el aparcamiento de abajo me espera un joven de pelo largo y perilla, vestido con una camiseta, vaqueros rotos y zapatillas deportivas. Me abre la puerta de un Hyundai para que me siente a su lado.
– ¿Tu aspecto habitual es éste o estás de servicio? -le pregunto riendo.
– Estos días trabajo en la oficina, por eso me he duchado por la mañana -me responde-. Cuando tengo alguna misión, a veces incluso huelo mal, para parecer más auténtico.
Es un chico agradable que habla por los codos. Cuando no se dirige a mí para decirme algo, la toma con los demás conductores. Lo más normal es que éstos le insulten y que él se mofe de ellos. En un santiamén, llegamos a Tris Iéfíres. El joven, que se llama Andonis, aparca en la esquina de Nirvana con Ajarnón y recorremos el resto del trayecto a pie. Así, caminando el uno al lado del otro, parecemos padre e hijo.
Elefzerudakis es un pasaje que empieza en Nirvana y acaba en una guardería. La casa donde vive Perandonakos se halla más o menos a mitad de la calle. El edificio, de dos pisos y bien conservado, tiene en la primera planta un balcón lleno de macetas. Las persianas de la planta baja están herméticamente cerradas.
– ¡Esto va a ser coser y cantar! -se anima Andonis-. La única salida da a Nirvana, y desde allí lo más probable es que se dirija a la derecha, hacia Ajarnón, o que siga recto hasta Iakovaton para salir a Patisíon -realiza una pausa y añade-: El único punto negro es la guardería. Tendremos que ir con mucho ojo, porque a esta gentuza no le importa tomar como rehenes a unos cuantos crios con tal de salvar el pellejo.
La misma valoración hace Stavridis una hora después. Decide los puntos desde donde se hará el seguimiento y dispone un comodín que seguirá a Perandonakos en moto cuando éste salga a la calle. Andonis plantea la posibilidad de situar agentes de paisano que vigilen discretamente la guardería desde el interior de la misma.
– ¿Bromeas? Alarmaríamos a las puericultoras y a los padres, y echaríamos a perder el seguimiento -le dice Stavridis-. La guardería la vigilaremos discretamente desde fuera.
Ya son las cuatro y nada puedo hacer. Decido recoger los bártulos y volver a casa. Se inicia ahora un periodo de espera, pues no creo que hoy se produzcan nuevos acontecimientos.
Me encuentro el piso vacío. Katerina y Adrianí no están. Me meto bajo la ducha para recuperarme y después me echo en la cama con mi Dimitrakos, el mejor calmante y ansiolítico de que dispongo.
«Vigilar: v. tr. 1. Estar atento a lo que puede o debe hacer alguien o algo, especialmente para evitar un peligro; velar, estar al acecho, vigiar, custodiar. / 2. Prestar atención, controlar, tener los ojos abiertos. / 3. Rondar, inspeccionar, montar guardia.»
Lo más interesante es que en la primera acepción tenemos cabida tanto nosotros como Perandonakos. Sin embargo, nuestra actividad se acerca más al «estar atento a lo que puede o debe hacer alguien o algo, especialmente para evitar un peligro», pero también con «prestar atención», mientras que Perandonakos se limita exclusivamente al «estar al acecho» para asesinar.
– ¿Estás aquí?
Adrianí asoma la nariz por la puerta de la habitación. Estoy concentrado en el diccionario y no he oído la puerta de la calle. -Sí, descanso un rato.
Me deja solo, porque ha llegado su hora de repantigarse delante de la tele; en cambio, yo ni me acerco hasta el telediario de la noche.
«Seguir: v. tr. 1. Ir detrás de alguien o de alguna cosa de cerca, seguir el rastro. / 2. Proseguir, continuar. / 3. Observar con la mirada o con el pensamiento, examinar atentamente. / 4. Acompañar a alguien, tomar a alguien como guía.»
«Seguir el rastro» es más bien lo que hemos estado haciendo durante días, hasta identificar a Perandonakos; y ahora estamos estancados en un seguimiento que no se acaba nunca.
– ¡Kostas, ven, rápido! -me llama Adrianí desde el comedor.
– ¿Qué sucede?
– ¡Lo han detenido!
– ¿A quién?
– ¡Al que mataba a los de la publicidad! ¡Lo han detenido!
Salto de la cama y corro como un loco hacia el comedor. El informativo especial está allí, esperándome.
– Señoras y señores, en estos momentos podemos informarles de que la policía ha conseguido localizar y detener al llamado «asesino del accionista mayoritario». Responde al nombre de Elefzerios Perandonakos, tiene veintiséis años de edad y trabaja en una empresa de mensajería. Una unidad de los grupos de operaciones especiales, en una intervención relámpago, ha conseguido capturar a este peligroso malhechor antes de que pudiese ofrecer la menor resistencia. En unos momentos estaremos en disposición de emitir imágenes de la detención.
La emisión se interrumpe y comienzan a emitir anuncios.
– Pero ¿cómo? ¿Tú no sabías nada? -me pregunta Adrianí con cara de sorpresa.
– No te embales -le digo para ganar tiempo y ver qué me queda por tragar aún.
Se acaban los anuncios y vuelve a salir la presentadora.
– Les ofrecemos a continuación imágenes de la detención de Elefzerios Perandonakos.
Se abre la puerta del edificio de dos plantas de la calle Elefzerudakis y dos gorilas nuestros agarran fuertemente de los brazos al culturista, que va esposado. En la acera de enfrente hay apostados efectivos del grupo de operaciones especiales, con uniformes de asalto y armados con ametralladoras. La cámara sube lentamente en dirección a las azoteas de las casas circundantes y nos muestra francotiradores de la policía apuntando hacia la casa. La habitual puesta en escena de Stazakos.
– ¿Disponemos de nuevas informaciones, Manos? -le pregunta la presentadora.
– El asalto ha culminado con éxito, Eleni. Hace unos instantes, se ha marchado la patrulla que se lleva detenido a Perandonakos a la Dirección General de la Policía, y la calle recupera la normalidad.
– ¿Nos puedes dar detalles de cómo se ha producido el asalto al inmueble?
– La policía vigilaba la casa discretamente desde este mediodía. Mientras tanto, en la Jefatura, el grupo de operaciones especiales, bajo las órdenes de su responsable, Lukas Stazakos, preparaba minuciosamente el asalto. Las unidades se han desplegado lentamente y con discreción por la zona adyacente a la casa donde se encontraba Perandonakos.
En la pantalla, un croquis muestra cómo se han desplegado los del grupo de operaciones especiales alrededor de la calle Elefzerudakis.
– Cuando se tuvo la certeza de que Perandonakos había vuelto a su domicilio, los efectivos del grupo de operaciones especiales han entrado en escena con rapidez y han detenido al sospechoso antes de que pudiese oponer resistencia. Podemos añadir, asimismo, que en el domicilio del detenido se ha encontrado un verdadero arsenaclass="underline" un fusil de asalto Kaláshnikov, pistolas y varias granadas.
No me quedo a oír las tonterías que soltarán a continuación. Me precipito al dormitorio y empiezo a vestirme deprisa. En tres minutos estoy listo para salir.