– ¿Qué te parece? -le preguntó saliendo del cuarto de baño-. ¿Verdad que es como un cuento de hadas de los hermanos Grimm?
– Más bien como una historia de terror -dijo ella tendiéndole el abrigo largo de cuero negro.
– Repostaremos en Madrid y continuaremos viaje. Estaremos en Lisboa a últimas horas de la tarde.
Se puso el abrigo, se ajustó un sombrero gacho y tomó la bolsa de viaje que ella le había preparado.
– Espero noticias de Rivera en el término de dos días. Dale treinta y seis horas de tiempo y luego presiónalo. -La besó en la mejilla y añadió-: Cuídate, Use. Hasta pronto.
Y se marchó.
El avión era un JU52, con sus famosos tres motores y el pellejo de metal ondulado. Tras despegar de la base militar de la Luftwaffe, en las afueras de Berlín, Schellenberg se desabrochó el cinturón y se inclinó para tomar el maletín. Berger, sentado al otro lado del pasillo, sonrió.
– ¿Estaba bien elherr almirante, general?
«Eso no ha sido muy inteligente por tu parte -pensó Schellenberg-, Supuestamente, tú no sabías que yo iba a verle.»
– Parecía estar como siempre -contestó, devolviéndole la sonrisa.
Abrió el maletín, empezó a leer el informe completo sobre Devlin y examinó una fotografía suya. Al cabo de un rato, dejó de leer y miró por la ventanilla, recordando lo que le había dicho Canaris sobre Hitler: «Que él siga vivo no hace sino acortar la guerra para nosotros».
Le pareció extraño que aquel pensamiento diera vueltas y más vueltas en su cabeza, sin querer marcharse.
3
El barón Oswald von Hoyningen-Heune, el embajador alemán en Lisboa, era un amigo, un aristócrata de la vieja escuela que tampoco era nazi. Se sintió encantado de ver a Schellenberg y así lo demostró.
– Mi querido Walter, qué alegría verte. ¿Cómo está Berlín por el momento?
– Hace más frío que aquí -contestó Schellenberg. Ambos cruzaron el umbral de las puertas de cristal y salieron a una agradable terraza. El jardín era algo digno de ver; estaba lleno de flores por todas partes. Un mozo, vestido con chaqueta blanca, trajo café en una bandeja y Schellenberg suspiró-. Sí, comprendo que te aferres a este puesto, en lugar de volver a Berlín. Lisboa parece ser el mejor lugar en estos tiempos que corren.
– Lo sé -asintió el barón-. Todo mi personal tiene la preocupación constante de recibir la orden de ser transferido. -Sirvió el café-. El momento de tu llegada resulta extraño, Walter. Es Nochebuena.
– Ya conoces a tío Heini cuando siente comezón entre los dientes -dijo Schellenberg utilizando el apodo habitual empleado en las SS para referirse a Himmler, a sus espaldas, claro.
– Tiene que tratarse de algo importante -dijo el barón-. Sobre todo si te ha enviado a ti.
– Hay un hombre al que queremos, un irlandés…, un tal Liam Devlin. -Schellenberg sacó la foto de Devlin de la cartera y se la entregó-. Trabajó para el Abwehr durante un tiempo. La conexión con el IRA. La otra semana se escapó de un hospital en Holanda. Según nuestras informaciones, se encuentra aquí, trabajando como camarero en un club en Alfama.
– ¿El barrio antiguo? -preguntó el barón, asintiendo con un gesto-. Si es un irlandés, no necesito decirte que eso le convierte oficialmente en un neutral. Parece tratarse de una situación algo delicada.
– No hay necesidad de ser duros con él -dijo Schellenberg-. Confío en que podamos convencerle para que regrese pacíficamente. Tengo que ofrecerle un trabajo que podría resultarle muy lucrativo.
– Estupendo -asintió el barón-. Sólo recuerda que nuestros amigos portugueses valoran su neutralidad, y mucho más ahora que la victoria se nos parece escapar de entre las manos. No obstante, el capitán Eggar, mi agregado de policía aquí, podrá ayudarte en todo lo que esté a su alcance, -Levantó el teléfono y habló con un ayudante. Al colgarlo, añadió-: Le he echado un vistazo a tu acompañante.
– ElSturmbannführer Horst Berger, de la Gestapo -dijo Schellenberg.
– No parece que sea de los de tu tipo.
– Un regalo de Navidad delReichsführer. No tuve otra alternativa que aceptarlo.
– ¿De veras? ¿Así están las cosas?
Se escucharon unos golpes en la puerta y un hombre de algo más de cuarenta años entró en el despacho. Llevaba un poblado bigote y un traje de gabardina marrón que no le sentaba muy bien. Schellenberg reconoció en seguida al tipo: era un policía profesional.
– Ah, aquí está usted, Eggar. Ya conoce al general Schellenberg, ¿verdad?
– Desde luego. Es un gran placer verle de nuevo. Nos conocimos durante el curso del asunto Windsor, en el cuarenta.
– Sí, bueno, ahora preferimos olvidar aquel asunto. -Schellenberg le pasó la fotografía de Devlin-. ¿Ha visto usted a este hombre?
– No, general -contestó Eggar después de examinarla.
– Es irlandés, ex IRA, si es que eso se puede ser alguna vez. Treinta y cinco años. Trabajó para el Abwehr durante un tiempo. Queremos que regrese. Nuestra última información es que ha estado trabajando como camarero en un bar llamado Flamingo.
– Conozco ese lugar.
– Bien. Encontrará usted fuera a mi ayudante, el mayor Berger, de la Gestapo. Hágale pasar. -Eggar salió y regresó acompañado por Berger. Schellenberg hizo las presentaciones-. El barón Von Hoyningen- Heune, embajador, y el capitán Eggar, agregado de policía. ElSturmbannführer Berger. -Este último, con su traje oscuro y su rostro destrozado, fue una presencia escalofriante cuando asintió formalmente con un gesto e hizo entrechocar los talones-. El capitán Eggar conoce ese bar Flamingo. Quiero que vaya usted allí, con él, y compruebe si Devlin sigue trabajando en ese lugar. En tal caso, no contactará, repito, no contactará con él de ninguna forma. Limítese a informarme. -Berger no expresó ninguna emoción al escuchar las órdenes. Se volvió hacia la puerta y, al abrirla, Schellenberg añadió-: Durante los años treinta, Liam Devlin fue uno de los pistoleros más notables del IRA. Caballeros, harían ustedes muy bien en recordar ese hecho.
La observación iba dirigida a Berger, como éste no dejó de apreciar. Sonrió débilmente y dijo:
– Lo tendremos en cuenta, general.
Se volvió y abandonó el despacho, seguido por Eggar.
– Es un mal tipo. Hay que llevar cuidado. Sin embargo… -El barón comprobó su reloj-. Son justo las cinco, Walter. ¿Qué te parece una copa de champaña?
El mayor Arthur Frear tenía cincuenta y cuatro años, aunque parecía más viejo con su traje arrugado y el cabello blanco. Debería haber estado jubilado a estas alturas, con una pensión modesta, llevando una vida de digna pobreza en Brighton o Torquay. En lugar de eso, y gracias a Adolf Hitler, estaba empleado como agregado militar en la embajada británica en Lisboa, donde, extraoficialmente, representaba al SOE.
El Luces de Lisboa, en el extremo sur del barrio de Alfama, era uno de sus lugares favoritos. Había sido muy conveniente para él que Devlin estuviera allí tocando el piano, aunque por el momento no se veía di menor rastro de él. De hecho, Devlin le estaba vigilando a través de una cortina, desde el fondo del local Llevaba un traje de lino inmaculadamente blanco» con el cabello oscuro cayéndole sobre la frente y unamirada llena de diversión en sus vividos ojos azules, mientras vigilaba a Frear. Lo primero que Frear supo acerca de su presencia fue cuando le vio deslizarse en una silla a su lado, y pedir una cerveza.
– El señor Frear, ¿verdad? -Hizo un gesto de asentimiento mirando al barman-. José me dice que anda usted metido en el negocio del oporto.
– Así es -dijo Frear con jovialidad-. Llevo años exportándolo a Inglaterra, para mi empresa.
– Nunca ha sido de mi gusto -le dijo Devlin-. Claro que si estuviéramos hablando de whisky irlandés…
– Me temo que, en eso, no puedo ayudarle -dijo Frear volviendo a reír-, Pero hombre, ¿se da cuenta de que lleva una corbata de la brigada de Guardias?