– Veinticinco mil libras, señor Devlin. Pagadas en cualquier forma que usted desee.
Devlin encendió otro cigarrillo y se reclinó en la silla.
– ¿Para qué lo quieren? ¿Por qué tomarse todas estas molestias?
– Hay por medio una cuestión de seguridad.
– Vamos, general -exclamó Devlin echándose a reír duramente-. Pretende usted que vuelva a saltar por la noche sobre Irlanda, desde un Dornier a cinco mil pies de altura, como la última vez, y está tratando de hacerme colar esa sarta de mentiras.
– Está bien -admitió Schellenberg levantando una mano, en un gesto defensivo-. El veintiuno de enero se celebrará una reunión en Francia. Participarán el Führer, Rommel, Canaris y Himmler. El Führer no conoce la operación Águila. ElReichsführer quisiera presentar a Steiner en esa reunión.
– ¿Y por qué querría hacer una cosa así?
– La misión de Steiner terminó en fracaso, pero condujo a soldados alemanes a entablar una batalla en territorio inglés. Es un héroe del Reich.
– ¿Y para eso tanto jaleo?
– A lo que hay que añadir que elReichsführer y el almirante Canaris no siempre están de acuerdo. Me refiero a lo de presentar a Steiner. -Se encogió de hombros-. El hecho de que su huida haya sido organizada por las SS…
– ¿Haría que Canaris apareciera como un estúpido? -Devlin sacudió la cabeza-. Menuda pandilla. Ninguno de ellos me importa lo más mínimo, y mucho menos los motivos de ese viejo cuervo de Himmler, pero Kurt Steiner ya es otra cosa. Ése sí que es un buen tipo. Pero la condenada Torre de Londres…
Sacudió la cabeza, con gesto pesimista, ante lo que Schellenberg le aseguró:
– No lo tendrán allí. Supongo que no tardarán en trasladarlo a una de las casas de seguridad que deben tener en Londres.
– ¿Y cómo podrá usted descubrir eso?
– Tenemos en Londres a un agente nuestro que trabaja en la embajada española.
– ¿Puede estar seguro de que no es uno doble?
– Bastante seguro en este caso. -Devlin se quedó allí sentado, en silencio, con el ceño fruncido, ante lo que Schellenberg añadió-: Treinta mil libras. – Sonrió-. Le aseguro que soy bueno en mi trabajo, señor Devlin. Le prepararé un plan que funcionará.
– Me lo pensaré -dijo Devlin asintiendo con un gesto y levantándose.
– Pero el tiempo es una cuestión esencial. Necesito regresar a Berlín.
– Y yo necesito tiempo para pensar. Y, además, es Navidad. He prometido ir al campo, a una finca de toros que dirige una amigo mío llamado Barbosa. En otros tiempos fue un gran torero en España, donde les gustan los cuernos bien afilados. Regresaré dentro de tres días.
– Pero, señor Devlin… -intentó Schellenberg de nuevo.
– Si me quiere a mí, tendrá que esperar -le interrumpió Devlin dándole una palmadita en el hombro-. Dejemos eso ahora, Walter. ¿Qué le parece la Navidad en Lisboa? ¿Luces, música, chicas bonitas? En estos precisos momentos seguro que en Berlín se ha producido un apagón y apuesto a que estará lloviendo. ¿Qué prefiere usted?
Schellenberg se echó a reír sin poderlo evitar y, por detrás de ellos, Frear se levantó y salió.
Un asunto urgente había obligado a Dougal Munro a permanecer en su despacho del cuartel general del SOE la mañana del día de Navidad. Estaba a punto de marcharse cuando Jack Cárter entró, cojeando. Era poco después del mediodía.
– Confío en que sea algo urgente, Jack -dijo Munro-. Tengo un compromiso para almorzar con unos amigos en Garrick.
– Pensé que le gustaría saber esto, señor. – Cárter le tendió un mensaje-. Del mayor Frear, nuestro hombre en Lisboa. Se refiere a nuestro amigo Devlin.
– ¿Y qué pasa con él? -preguntó Munro, deteniéndose.
– ¿Adivina con quién ha mantenido una estrecha conversación anoche, en un club de Lisboa? Con Walter Schellenberg.
Munro se sentó ante la mesa, fe -¿A qué demonios está jugando ahora el bueno de Walter?;. -Sólo Dios lo sabe, señor.
– Lo más probable es que sea el diablo. Comuníquese inmediatamente con Frear. Dígale que vigile lo que anda tramando Schellenberg. Si él y Devlin abandonan juntos Portugal, quiero saberlo en seguida.
– Lo haré ahora mismo, señor -contestó Cárter, abandonando el despacho apresuradamente.
Había tratado de nevar durante las Navidades, pero en la noche del 27 llovía en Londres, cuando Jack Cárter entró en un pequeño local cerca de la plaza Portman, no lejos del cuartel general del SOE, que era la razón por la que lo había elegido al recibir la llamada telefónica de Vargas. El café, llamado Mary's Pantry, estaba totalmente a oscuras desde el exterior, pero al entrar se encontró en un lugar brillantemente iluminado, alegre y con decoraciones navideñas. Eran las primeras horas de la noche, y sólo había tres o cuatro clientes.
Vargas estaba sentado en un rincón, tomando café y leyendo un periódico. Llevaba un pesado abrigo azul y había dejado el sombrero sobre la mesa. Tenía una piel olivácea, mejillas hundidas y bigote delgado, con brillantina en el pelo y la raya hecha por el centro.
– Espero que esto sea algo bueno -dijo Cárter.
– ¿Le habría molestado si no lo fuera, señor? -replicó Vargas-. He tenido noticias de mi primo, en Berlín.
– ¿Y?
– Quieren saber más información con respecto a Steiner. Están interesados en montar una operación de rescate.
– ¿Está seguro de lo que dice?
– Ese fue el mensaje. Quieren saber toda la información posible sobre su paradero. Parecen creer que ustedes lo trasladarán de la Torre.
– ¿Quiénes son? ¿El Abwehr?
– No. El general Schellenberg, del SD, está a cargo. Al menos, mi primo está trabajando para él.
Cárter asintió con un gesto, sintiéndose muy excitado, y se levantó.
– Quiero que me llame por teléfono, al número habitual, exactamente a las once, y no me falle. -Se inclinó hacia él y añadió-: Esta es una gran operación, Vargas. Cobrará usted mucho dinero si es inteligente.
Se volvió, salió del local y avanzó por la calle Baker, con toda la rapidez que le permitió su pierna.
En ese preciso momento, en Lisboa, Walter Schellenberg subía por una calleja empedrada de Alfama, en dirección al Luces de Lisboa. Escuchó la música procedente del local incluso antes de llegar a él. Al entrar, se encontró con que el lugar se hallaba vacío, a excepción de la presencia del barman y Devlin, sentado ante el piano.
El irlandés se detuvo para encender un cigarrillo y sonrió.
– ¿Ha disfrutado de sus Navidades, general?
– Podría haber sido peor. ¿Y usted?
– Los toros estaban muy bien. Me enredé. Creo que bebí demasiado.
– Un juego peligroso.
– En realidad, no tanto. En Portugal afeitan las puntas de los cuernos. Nadie muere.
– No parece que ese tipo de juego valga mucho la pena -comentó Schellenberg.
– ¿Y no le parece que se trata precisamente de eso? Vino, uvas, toros y mucho sol, así es como he pasado yo las Navidades, general. -Empezó a tocar Luz de luna en el camino-. Y mientras tanto pensaba® en el viejo Al Bowlly, muerto en un ataque aéreo, y en Londres, con sus calles cubiertas por la niebla. ¿No le parece algo muy extraño?
Schellenberg sintió un ramalazo de excitación, interior.
– ¿Quiere decir que irá?
– Con una condición. Me reservo el derecho a cambiar de opinión en el último momento si considerara que la situación no está clara del todo.
– Tiene mi palabra.
Devlin se levantó y ambos salieron a la terraza.
– Volaremos a Berlín por la mañana -dijo Schellenberg.
– Usted lo hará, general, no yo.
– Pero, señor Devlin…
– En este juego hay que pensar en todo, eso es algo que usted sabe muy bien. Mire allá abajo. -Al otro lado de la pared, Frear había entrado en el local y estaba hablando con uno de los camareros, dedicado a limpiar las mesas-. Ese viejo Frear me ha estado vigilando. Me ha visto hablar con el gran Walter Schellenberg. Supongo que ese detalle estará incluido en uno de los informes que envía a Londres.