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– ¿Qué sugiere entonces?

– Usted volará de regreso a Berlín y se pondrá a trabajar en los preparativos. Habrá muchas cosas que hacer. Consígame los documentos adecuados en la embajada, dinero para gastos de viaje, etcétera, mientras yo hago el viaje por ferrocarril, mucho menos arriesgado. De Lisboa a Madrid, y luego tomaré el París Exprés. Organice allí las cosas para que pueda volar si así lo desea, o continuaré viaje en tren.

– Tardará por lo menos dos días.

– Como ya le he dicho, tendrá usted cosas que hacer mientras tanto. No me diga que el trabajo no se le ha ido acumulando.

– Tiene razón -asintió Schellenberg-. Bien, tomemos un trago por eso. Por nuestra empresa inglesa.

– Santa madre de Dios, nada de eso, general. La última vez, alguien utilizó también esa frase conmigo. No se dieron cuenta de que fue así como se describió a la Armada Invencible, y fíjese en lo que ocurrió con ella.

– Entonces, que sea a nuestra salud, señor Devlin -asintió Schellenberg-. Yo beberé a su salud, y usted a la mía.

Y ambos regresaron al interior del local.

Munro estaba sentado ante la mesa en su piso de Haston Place, escuchando con atención, mientras Cárter le informaba de lo más destacado de su conversación con Vargas.

– Ya tenemos dos piezas del rompecabezas, Jack -asintió-. Schellenberg está interesado en rescatar a Steiner, y ¿dónde está Schellenberg ahora? En Lisboa, codeándose con Liam Devlin. ¿A qué conclusión le conduce eso?

– Que quiere reclutar a Devlin para la causa, señor.

– Desde luego. Es el hombre perfecto -asintió Munro-. Esto podría conducirnos a posibilidades muy interesantes.

– ¿Cómo cuáles, señor?

– Sólo estaba pensando en voz alta -contestó Munro sacudiendo la cabeza-. Ha llegado el momento de pensar en cambiar a Steiner de sitio. ¿Qué sugerirla usted?

– Esta la cárcel de Kensington, en Londres -dijo Cárter.

– Olvídelo, Jack. Sólo se la utiliza para prisioneros en tránsito, ¿no es cierto? Para prisioneros de guerra como las tripulaciones aéreas de la Luftwaffe.

– También está Cockfosters, señor, pero eso también es una cárcel, y la escuela situada frente a la prisión de Wandsworth, donde hemos retenido a una serie de agentes alemanes. -Munro no pareció sentirse impresionado, y Cárter lo volvió a intentar-^ Claro que también está Mytchett Place, en Hampshire. Han convertido eso en una especie de fortaleza en miniatura para Hess.

– Quien vive allí rodeado de un esplendor tan solitario que en junio del cuarenta y uno saltó de un balcón y trató de suicidarse. No, eso no nos serviría. – Munro se levantó y se dirigió a la ventana. La lluvia se había convertido ahora en aguanieve-. Creo que ha llegado el momento de que hable con nuestro amigo Steiner. Lo intentaremos para mañana.

– Muy bien, señor. Me ocuparé de todos los preparativos.

– Ese Devlin… -dijo Munro volviéndose-, ¿tenemos una foto suya en los archivos?

– Una foto de pasaporte, señor. Cuando estuvo en Norfolk tuvo que rellenar un formulario de registro para extranjeros. Es una obligación para los ciudadanos irlandeses y para ello se necesita una foto de pasaporte. Los de la rama especial se encargaron de conseguirla. No es muy buena.

– Esa clase de fotos nunca lo son. -Munro sonrió de repente-. Ya lo tengo, Jack. Ya sé dónde podemos llevar a Steiner. A ese lugar de Wapping. Al priorato de St. Mary.

– ¿Las Hermanitas de la Piedad, señor? Pero si eso es un hospicio para casos terminales.

– También cuidan a los tipos que se han desmoronado, ¿no? ¿A apuestos pilotos de la RAF que han sufrido colapsos nerviosos?

– En efecto, señor.

– Y olvida usted a ese agente Baum, del Abwehr, en febrero. El que recibió un tiro en el pecho cuando la rama especial y el MI5 trataron de detenerle en Bayswater. Lo atendieron en el priorato, y fue allí donde lo interrogaron. He visto los informes. Los del MI5 no lo utilizan con regularidad, eso lo sé con seguridad. Será un lugar perfecto. Reconstruido en el siglo diecisiete. Antes perteneció a una orden de clausura, de modo que el lugar está rodeado de fuertes muros. El edificio fue construido como una fortaleza.

– Nunca lo he visto, señor. H: -Yo sí. Es un lugar un tanto extraño. Fue protestante durante años, cuando los catolicorromanos fueron proscritos. Luego, un industrial Victoriano que resultó ser un chiflado religioso lo convirtió en un hospicio para mendigos. Permaneció desocupado durante varios años y luego, en mil novecientos diez, lo compró un benefactor. El lugar fue nuevamente consagrado a la Iglesia católica, y las Hermanitas de la Piedad se hicieron cargo de él. – Asintió con un gesto, lleno de entusiasmo-. Sí, creo que el priorato nos servirá estupendamente bien.

– Hay una cosa más, señor. Le recuerdo que éste es un asunto de contraespionaje, lo que significa que cae estrictamente dentro de las competencias del M15 y de la rama especial.

– No, si resulta que ellos no saben nada al respecto -dijo Munro sonriendo-. Cuando Vargas llame, véalo en seguida. Dígale que deje pasar tres o cuatro días y que luego notifique a su primo que Steiner va a ser trasladado al priorato de St. Mary.

– ¿Pretende invitarles a que lo intenten y monten la operación, señor?

– ¿Por qué no, Jack? No sólo atraparíamos a Devlin, sino también a cualquier otro contacto del que pueda disponer. No puede trabajar solo. No, en este asunto hay toda clase de posibilidades. Ya puede usted retirarse.

– Muy bien, señor.

Cárter cojeó hasta la puerta y Munro exclamó entonces:

– Estúpido de mí. Se me olvida lo más evidente. Walter Schellenberg va a querer saber de qué fuente procede esta información. Tiene que parecer buena.

– ¿Me permite una sugerencia, señor?

– Desde luego.

– José Vargas es un homosexual practicante y en estos momentos en la Torre de Londres está de servicio una compañía de Guardias escoceses. Digamos que Vargas ha obtenido la información de uno de esos guardias, al que ha conocido en uno de los pubs que frecuentan los soldados, en los alrededores de la Torre.

– Oh, muy bien, Jack, excelente -afirmó Munro-. Adelante, pues.

Desde un discreto puesto de observación situado en la explanada del aeropuerto, en las afueras de Lisboa, Frear observó a Schellenberg y a Berger caminar por la pista y aproximarse a los Junkers allí estacionados. Permaneció en su puesto, viendo cómo se alejaba el taxi que los había llevado, y sólo se dirigió hacia la parada de taxis una vez hubo comprobado que el avión había despegado.

Media hora más tarde, entró en el Luces de Lisboa y se sentó ante la barra. Pidió una cerveza y le preguntó al barman:

– ¿Dónde está hoy nuestro amigo irlandés?

– Oh, ¿ése? Se ha marchado -contestó el hombre encogiéndose de hombros-. No creaba más que problemas. El jefe lo despidió. Anoche vino por aquí un cliente, un hombre muy agradable. Creo que era alemán. Ese Devlin tuvo una pelea con él, y casi llegaron a las manos. Tuvo que ser sacado a rastras.

– Me pregunto qué hará ahora -dijo Frear.

– Bueno, hay muchos bares en Alfama,senhor -dijo el barman.

– Sí, en eso tiene usted mucha razón. -Frear se terminó la cerveza-. Será mejor que me marche.

Salió y, poco después, Devlin surgió desde detrás de la cortina, en el fondo del bar.

– Buen hombre, José. Y ahora, tomemos juntos una copa de despedida.

Era a últimas horas de la tarde y Munro estaba sentado ante su mesa, en el despacho del cuartel general del SOE, cuando Cárter entró.

– Otro comunicado de Frear, señor. Schellenberg se marchó esta mañana en avión, en dirección á Berlín, pero Devlin no se marchó con él.