Выбрать главу

: -Pero necesitará la ayuda de otros -dijo Schellenberg frunciendo el ceño-. También necesitará armas y un radiotransmisor porque, si no tiene posibilidad de comunicarse…

– Está bien -dijo Devlin-. Al parecer, vamos a tener que hacer algunas cosas confiando en los demás. Antes estuvimos hablando de mi viejo amigo en Wapping, de Michael Ryan. Existen muchas posibilidades de que él siga donde estaba y, en tal caso, me ayudará, al menos proporcionándome los contactos adecuados.

– ¿Como, por ejemplo…?

– Michael conducía un taxi y trabajaba además para los del hampa. En los viejos y buenos tiempos conocía a muchos amigos de los bajos fondos. La clase de bribones capaces de hacer cualquier cosa por dinero, como tráfico de armas y ese tipo de cosas. La unidad de servicio activo del IRA a la que tuve que eliminar en Londres en el treinta y seis utilizaba mucho los contactos con gente de los bajos fondos, incluso para comprar los explosivos que empleaban en sus atentados.

– Eso sería excelente. Contaría con la ayuda de su amigo del IRA, y con la asistencia de algún elemento criminal cuando la necesitara. Pero también cabría la posibilidad de que su amigo ya no estuviera en Londres.

– O de que hubiera resultado muerto durante el blitz, general. No hay nada garantizado.

– ¿Y sigue queriendo correr el riesgo?

– Mire, llegaré a Londres y valoraré la situación, porque de todos modos eso es algo que tengo que hacer, por muy inteligente que parezca el plan que elaboremos aquí. Si no encuentro a Michael Ryan, si la operación me parece totalmente imposible, tomaré el siguiente barco con dirección a Belfast, volveré a cruzar la frontera en sentido contrario y me encontraré sano y salvo en Dublín antes de que usted lo sepa. – Devlin sonrió con una mueca-. En tal caso le haré saber las malas noticias desde su embajada de allí. Y ahora, ¿podríamos regresar a su despacho? Hace tanto frío que tengo la impresión de que se me van a caer las pelotas.

En el despacho, después de haber almorzado, empezaron de nuevo, con Ilse sentada en un rincón, tomando notas.

– Digamos, para seguir con el argumento, que una noche oscura llega con Steiner a Londres.

– ¿Quiere decir que lo he sacado del priorato?

– Exactamente. Y ése sólo sería el primer paso. ¿Cómo conseguiría hacerle regresar? ¿Lo llevaría a Irlanda? ¿Volvería por el mismo camino por donde habría entrado?

– Eso no sería muy saludable -contestó Devlin-. De Valera, el primer ministro irlandés, ha jugado de una forma muy inteligente. Ha mantenido a Irlanda al margen de la guerra, pero eso no quiere decir que esté a favor de ustedes. Todas las tripulaciones de la Luftwaffe que han terminado por caer en Irlanda han sido encerradas en campos de concentración. Por otro lado, si un avión de la RAF se extravía y se estrella, habitualmente le ofrecen al piloto un buen desayuno de huevos con jamón y lo envían de regreso a casa.

– Y también tengo entendido que ha detenido y encarcelado a miembros del IRA.

– En el cuarenta y uno -dijo Devlin-, regresé en un barco neutral, un carguero brasileño que partió de Irlanda rumbo a Lisboa, pero eso es algo arriesgado, y no hay nada garantizado.

– No cabe la menor duda de que buscarán al coronel en cuanto se haya escapado -dijo Use con timidez.

– En efecto -asintió Devlin-. Policía, ejército, la Guardia de Interior, los servicios de seguridad. Vigilarán todos los puertos, y especialmente las rutas irlandesas. -Sacudió la cabeza con un gesto negativo-. No, una vez que haya logrado escapar tenemos que abandonar Inglaterra casi inmediatamente. Tenemos que emprender el camino antes de que sepan lo que les ha ocurrido.

Schellenberg asintió con un gesto, pensativo.

– Se me ocurre pensar que una de las cosas más inteligentes de la operación Águila fue la forma en que se transportó a Inglaterra al coronel Steiner y a sus hombres.

– ¿Se refiere al Dakota? -preguntó Devlin.

– Se utilizó un Dakota de la RAF que se había estrellado en Holanda y que fue debidamente reparado. Si alguien lo descubría, todo indicaba que se trataba de un avión británico que regresaba a su base, y todo lo que tuvo que hacer para pasar fue volar por debajo de los ochocientos pies de altura, porque la mayoría de los sectores costeros de Inglaterra no disponen de radar de baja cota de vuelo.

– Funcionó a las mil maravillas -dijo Devlin-, excepto para el camino de regreso. Gericke, el piloto, estuvo en el mismo hospital que yo. Resultó que fue derribado por un caza nocturno de la Luftwaffe.

– Sí, fue un final desgraciado, pero resulta una idea intrigante. Un avión pequeño, volando por debajo de la cota de detección del radar. Un avión británico. Un lugar adecuado donde aterrizar. Podría conseguir que usted y Steiner salieran de allí y estuvieran en Francia en muy poco tiempo.

– Y resulta que los cerdos también saben volar. Vamos, general. No sólo necesitaría un avión adecuado, sino también un lugar donde aterrizar. ¿Me permite recordarle que, además, necesitaría un piloto excepcional?

– Vamos, señor Devlin, usted mismo ha dicho que cualquier cosa es posible. Disponemos de lo que denominamos Ala de Vuelo Enemiga, en la que la Luftwaffe prueba toda clase de aviones británicos y estadounidenses capturados. Disponen incluso de B17. Yo mismo los he visto. -Se volvió hacia Use-. Póngase inmediatamente en contacto con ellos. Amplíe su investigación sobre la operación León Marino para descubrir todos los lugares de la zona general de Londres que tuvimos intención de utilizar para operaciones encubiertas, aterrizajes nocturnos y esa clase de cosas.

– Y un piloto -le dijo Devlin-. Como ya he dicho antes, tiene que tratarse de alguien especial.

– Me pondré a trabajar en seguida en ello.

Al volverse para salir, alguien llamó a la puerta y luego entró una joven vestida con el uniforme de auxiliar de las SS. Llevaba una carpeta grande.

– El priorato de St. Mary, en Wapping. ¿Era eso lo que deseaba el general?

– Buena chica, Sigrid -dijo Ilse con una risa de triunfo-. Espérame en el despacho. Tengo algo más para ti. -Se volvió y le entregó la carpeta a Schellenberg-. Le pediré que se ponga a trabajar en lo otro.

Al llegar ante la puerta, Schellenberg le dijo:

– Hay otra posibilidad, Ilse. Compruebe los expedientes de esas organizaciones derechistas británicas que florecieron antes de la guerra, aquellas que a veces contaron incluso con miembros del Parlamento entre sus afiliados.

– ¿Y quiénes demonios podrían ser ésos, general? -preguntó Devlin una vez que Ilse se hubo marchado.

– Los antisemitas, gentes con simpatías fascistas. Ciertamente, muchos miembros de la aristocracia y de las clases altas británicas admiraban al Führer antes de la guerra.

– ¿Se refiere a esos que se sintieron desilusionados cuando lospanzers no aparecieron ante el palacio de Buckingham?

– Algo parecido. – Schellenberg abrió la gruesa carpeta, extrajo el primer plano y lo abrió-. Muy bien, señor Devlin, aquí tiene usted, en toda su gloria, el priorato de St. Mary.

Asa Vaughan tenía veintisiete años de edad. Nacido en Los Ángeles, su padre era un productor de cine; se había sentido fascinado por volar desde una temprana edad y había obtenido la licencia de piloto incluso antes de ingresar en West Point. Posteriormente, había completado su entrenamiento como piloto de combate, con calificaciones tan buenas que se le envió a seguir un curso para instructores en la base de la Marina, en San Diego. Y entonces llegó la noche en que todo su mundo se colapso, la noche en que se había metido en una pelea de borrachos en un bar del puerto y había golpeado en la boca a un mayor.

Fue el 5 de octubre de 1939. Aquella fecha se le había quedado grabada en el corazón. Nada de escándalo ni de tribunal militar. Nadie quería eso. Únicamente su dimisión. Después, se marchó a la opulenta mansión de sus padres en Beverly Hills, pero sólo pudo soportarlo durante una semana. Se preparó una bolsa de viaje y se marchó a Europa.