– Halcón. Se le tiene que alertar con el mensaje: «¿Sigue esperando el halcón?». Ha llegado el momento de hacerlo.
¿«-Bueno -dijo Devlin-, de modo que estaban ahí, esperando el gran día, la invasión que nunca se produjo. Me pregunto cuál será ahora la situación.
– Resulta que disponemos de alguna otra información -le dijo Use-. Tenemos aquí un artículo que fue publicado en una revista estadounidense. – Comprobó la fecha-. En marzo del cuarenta y tres. Se titula «El Movimiento Fascista Británico». El periodista consiguió una entrevista con Shaw y su hermana. También hay una foto.
Lavinia aparecía montada a caballo, con la cabeza cubierta por un pañuelo, y era bastante más atractiva de lo que Devlin se había imaginado. Shaw estaba de pie junto a ella, con una escopeta bajo el brazo.
Schellenberg leyó el artículo con rapidez y luego se lo pasó a Devlin.
– Bastante triste. Ahí dice que, como la mayoría de los que eran como él, fue detenido sin juicio durante unos meses, en el cuarenta, amparándose en la regulación 18B.
– ¿En la prisión de Brixton? Eso tuvo que haber sido toda una conmoción para él -comentó Devlin.
– El resto es incluso más triste. Tuvieron que vender terrenos. Se quedaron sin sirvientes. Sólo estaban ellos dos, dependiendo el uno del otro, en una vieja casa que se desmoronaba. Podría ser perfecto. Echemos un vistazo al mapa del Canal. -Se acercaron a la mesa de mapas-. Aquí, en Francia, en Cap de la Hague y Chernay. Antes había aquí un club aéreo. Dispone de una pista de aterrizaje que sólo utiliza la Luftwaffe en casos de emergencia, para repostar y esas cosas. Sólo hay media docena de hombres y es perfecto para nuestros propósitos, porque sólo se encuentra a poco menos de cincuenta kilómetros del cháteau de Belle Ile, donde tendrá lugar la conferencia del Führer.
– ¿A qué distancia de nuestros amigos, en las marismas de Romney?
– A unos doscientos treinta kilómetros, la mayor parte del trayecto sobre el mar.
– Estupendo -asintió Devlin-, a excepción de una sola cosa. ¿Estarán dispuestos los Shaw a ser activados de nuevo?
– ¿No podría Vargas encargarse de averiguarlo?
– Como ya le dije antes, Vargas podría echarlo todo a perder. Eso sería exactamente lo que desearía la inteligencia británica. La oportunidad de detener a todos los que pudieran. -Devlin sacudió la cabeza con un gesto negativo-. No, los Shaw tendrán que esperar a que yo llegue allí, lo mismo que todo lo demás. Si están dispuestos a participar, entonces entraremos en acción.
– Pero ¿cómo se comunicará con ellos? -preguntó Ilse.
– Es posible que todavía tengan esa radio y yo puedo manejar uno de esos trastos. En el cuarenta y uno, cuando el Abwehr me reclutó para ir a Irlanda, pasé por el habitual cursillo de radio y morse.
– ¿Y si no la tienen?
– Entonces pediré una, la tomaré prestada o la robaré -contestó Devlin echándose a reír-. ¡Jesús, general! Se preocupa usted demasiado.
Shaw vio un conejo y se llevó la escopeta al hombro, pero ya era demasiado tarde y falló el tiro. Lanzó una maldición, se sacó un frasco del bolsillo y tomó un trago.Nell gimió, dirigiéndole una mirada de ansiedad. En esta zona, los juncos eran casi tan altos como un hombre, y el agua gorgoteaba en las grietas del terreno, deslizándose hacia el mar. El paisaje era de la desolación más completa; el cielo tenía un aspecto negruzco, cubierto por nubes hinchadas, y lluvioso. Cuando empezó a llover, Lavinia apareció montada a caballo, avanzando a lo largo de un dique, en su dirección.
– Hola, querido -le saludó, tirando de las riendas-, He escuchado tu disparo.
– Últimamente parece que no soy capaz ni de darle a una pared de ladrillos. -Volvió a llevarse el frasco a los labios e hizo un gesto señalando lo que les rodeaba-. Fíjate…, un mundo muerto, Lavinia. Todo está condenadamente muerto, incluido yo mismo. Si al menos sucediera algo…, cualquier cosa.
Y se volvió a llevar el frasco a los labios.
Asa Vaughan cerró el expediente y levantó la mirada. Schellenberg se inclinó hacia él, desde el otro lado de la mesa, y le ofreció un cigarrillo.
– ¿Qué le parece?
– ¿Por qué yo?
– Porque me han dicho que es usted un gran piloto capaz de volar en cualquier cosa.
– Habitualmente, los halagos le pueden llevar a uno a cualquier parte, general, pero examinemos esto. Cuando entré a formar parte de las SS, digamos que «inducido», el trato fue que sólo actuaría contra los rusos. Para mí quedó bien claro que no tendría que participar en ningún acto que fuera en detrimento de la causa de mi país.
Devlin, sentado junto a la ventana, se echó a reír duramente.
– Qué cantidad de sandeces, hijo. Si creyó usted eso, habría sido capaz de creer en cualquier otra tontería. A usted le tuvieron metido entre la espada y la pared desde el momento en que le pusieron ese uniforme.
– Me temo que tiene toda la razón, capitán -dijo Schellenberg-. Con esa clase de argumentación no llegaría muy lejos con elReichsführer.
Ya me lo imagino -dijo Asa con una expresión taciturna en su rostro.
– ¿Cuál es su problema? -preguntó Devlin-. ¿Dónde preferiría estar? ¿Otra vez en el frente oriental o aquí? Además, no tiene alternativa. Niéguese y ese viejo cabrón de Himmler le enviará en un santiamén a un campo de concentración.
– Parece que no hay nada que oponer, excepto un pequeño detalle -le dijo Asa-. Si me atrapan en Inglaterra llevando este uniforme, me encontraré con el consejo de guerra más rápidamente constituido de toda la historia de Estados Unidos y de ahí al pelotón de fusilamiento.
– No, no le sucederá eso, hijo -dijo Devlin-. Le ahorcarán. Nada de pelotones de fusilamiento. Pero hablemos ahora del vuelo. ¿Cree que podría hacerlo?
– No veo ninguna razón para que no se pueda. Si voy a tener que hacerlo, necesito conocer la aproximación al canal de la Mancha desde Inglaterra. Por lo que puedo ver, tendría que volar sobre el agua durante la mayor parte del tiempo y girar hacia el continente en los últimos kilómetros.
– Exactamente -asintió Schellenberg.
– En cuanto a esa casa, Shaw Place, significaría un aterrizaje nocturno. Pero incluso con luna necesitaría de algún tipo de guía para orientarme. -Asintió con un gesto, pensando en ello-. Cuando era un muchacho, en California, mi instructor de vuelo era un tipo que había volado con la escuadrilla Lafayette, en Francia. Recuerdo que me contaba cómo en aquellos tiempos en que las cosas eran mucho más primitivas, utilizaban a menudo unas pocas lámparas de bicicleta, colocadas en el campo e invertidas, dispuestas en forma de L al revés, con el cruce en la parte por donde soplara el viento, ir -Es un método muy sencillo -dijo Devlin.
– En cuanto al avión, tendría que ser pequeño. Algo así como un Fieseler Stork.
– Sí, bien, confío en que eso se esté solucionando -dijo Schellenberg-. He hablado con el oficial al mando del Ala Aérea Enemiga. Se hallan estacionados en Hildorf, a sólo un par de horas en coche desde Berlín, y nos esperan por la mañana. En su opinión, cree poder encontrarnos un avión adecuado.
– Supongo que así será -dijo Asa levantándose-. ¿Qué viene ahora?
– Ahora vamos a comer, hijo -le contestó Devlin-. Lo mejor que puede ofrecer el mercado negro. Luego regresará conmigo al apartamento defrau Huber, y ambos compartiremos la habitación libre. No se preocupe, dispone de camas gemelas.
La capilla del priorato de St. Mary de las Hermanitas de la Piedad era fría y húmeda y olía a cera e incienso. En el confesionario, el padre Frank Martin esperó a que se hubiera marchado la hermana cuya confesión acababa de escuchar. Después apagó las luces y salió.
Era el sacerdote que estaba a cargo de St. Patrick, a dos calles de distancia, y con esa responsabilidad se incluía el ser el padre confesor del priorato. Tenía setenta y seis años y era un hombre pequeño y frágil, con el cabello muy blanco. De no haber sido por la guerra, le habrían jubilado ya, pero eso era como todo lo demás en estos últimos tiempos, había que poner todas las manos a la obra.