Выбрать главу

– Santo Dios, muchacha, pero si sólo tienes diecinueve años. Ahí fuera te está esperando todo, y esta condenada guerra no va a durar siempre.

Se detuvieron al abrigo de un muro, mientras él encendía un cigarrillo.

– Quisiera que tuviéramos tiempo para caminar hasta el Embankment.

– ¿Tan lejos? ¿Estás segura?

– Vi una vez esa película. Creo que era Fred As- taire. Paseaba por el Embankment en compañía de una chica, mientras su chófer les seguía con un Rolls- Royce.

– ¿Y eso te gustó?

– Fue muy romántico.

– Ah, eso sí que es ser una mujer.

Giraron por Cable Wharf y se detuvieron un rato sobre la pequeña terraza antes de entrar en la casa.

– He pasado un rato maravilloso.

– Debes de estar bromeando, muchacha -exclamó él echándose a reír.

– No, de veras. Me gusta estar con usted.

Ella seguía apoyándose en su brazo. El le rodeó los hombros con su otro brazo y ambos permanecieron así durante un momento, mientras la lluvia relucía al caer a través del cono de luz que arrojaba la luz encendida por encima de la puerta. Experimentó una repentina sensación de tristeza por todo lo que nunca había existido en su vida, recordando a una muchacha en Norfolk, como Mary Ryan, una joven a la que había causado mucho daño.

Suspiró y Mary le miró.

– ¿Qué ocurre?

– Oh, nada. Sólo me estaba preguntando a dónde habría ido a parar todo. Es una sensación como la que se tiene al despertarse a las tres de la madrugada y se piensa que ya ha desaparecido todo lo que fue alguna vez.

– Eso no le pasará a usted. Usted tiene muchos años por delante.

– Mary, mi amor, tú tienes diecinueve años, y yo ya tengo treinta y cinco, he visto de todo y ya no creo en casi nada. Dentro de unos pocos días seguiré mi camino y eso estará bien. -Le dio un pequeño y ligero abrazo-. Así que entremos en casa, antes de que pierda la poca cordura que aún me queda.

– Jack Carver siempre son malas noticias, Liam -dijo Ryan sentado en el otro lado de la mesa-. ¿Cómo puedes estar seguro de que jugará limpio?

– No podría estarlo aunque quisiera -dijo Devlin-, pero en esto hay mucho en juego. Mucho más de lo que parece. La radio que necesito, el modelo veintiocho, es un equipo insólito y en cuanto Carver se dé cuenta de eso va a querer saber más sobre lo que pasa aquí.

– ¿Qué vas a hacer, entonces?

– Ya se me ocurrirá algo. Eso puede esperar. Lo que no puede esperar es hacer una inspección a ese túnel de drenaje que pasa por debajo del priorato.

– Te acompañaré -dijo Ryan-. Iremos en la lancha motora. Sólo tardaremos quince minutos en llegar allí.

– ¿Hay alguna probabilidad de que eso llame la atención?

– No hay ningún problema -denegó Ryan con un gesto de la cabeza-. En estos tiempos, el Támesis es la autopista más concurrida de Londres. Durante la noche hay mucho tráfico marítimo por el río; barcazas, cargueros…

– ¿Puedo ir yo? -preguntó Mary volviéndose hacia ellos.

– Eso es una buena idea -contestó Ryan antes de que Devlin pudiera protestar-. Podrás quedarte vigilando la lancha.

– Pero te quedarás a bordo -le dijo Devlin-. Nada de hacer cosas extrañas.

– De acuerdo. Iré a cambiarme -dijo ella, y salió corriendo.

– Ah, qué bueno es eso de ser joven -exclamó Devlin.

– Le gustas, Liam -dijo Ryan, asintiendo.

– Y a mi me gusta ella, buen amigo, y en eso se quedará todo. Y ahora, ¿qué necesitamos?

– La marea está baja, pero seguirá habiendo mucha humedad. Sacaré unos impermeables y unas botas -dijo Ryan saliendo y dejándolo solo.

La pequeña lancha motora avanzó hacia la franja de guijarros, con su motor emitiendo un apagado golpeteo. La proa se abrió paso por el barro y la arena, y Ryan apagó el motor.

– Muy bien, Mary. Quédate vigilando. No tardaremos mucho.

Él y Devlin, protegidos por los impermeables negros y las botas, desembarcaron por un costado y vadearon el agua hasta la orilla. Ryan llevaba una bolsa con herramientas y Devlin una linterna grande, del tipo utilizado por los obreros. Había poco menos de un metro de agua en el túnel.

– Tendremos que vadear -dijo Ryan. Al moverse en el agua, el olor fue acre. -Por Cristo -exclamó Devlin-, ya podemos estar seguros de que es una cloaca.

– Así que intenta no caerte, y si te caes, mantén la boca bien cerrada -dijo Ryan-, Las cloacas son lugares terribles para contraer enfermedades.

Devlin abrió el paso, con el túnel extendiéndose ante ellos, iluminado por la luz de la linterna. La obra de mampostería era evidentemente muy antigua, y aparecía corroída y putrefacta. De pronto, se escuchó un chapoteo repentino, y dos ratas saltaron desde un reborde y se alejaron nadando.

– Criaturas nauseabundas -dijo Ryan con asco.

– Ya no puede estar lejos -dijo Devlin-. A sólo unos cien metros. Seguramente no llega.

Y de repente apareció allí. Se trataba de una reja de hierro que tendría aproximadamente algo menos de metro y medio por un metro, situada justo por encima de la superficie del agua. Miraron a través de ella, hacia la cripta, y Devlin paseó la luz de la linterna por el interior. Se veían un par de tumbas cubiertas casi por completo por el agua, y en el extremo más alejado se veían unos escalones de piedra que subían hacia una puerta.

– De una cosa puedes estar seguro -comentó Ryan-. Esta reja no ha hecho nada para aliviar su sistema de drenaje.

– Fue colocada hace casi cuarenta años -dijo Devlin-. Quizá en aquel entonces funcionaba.

Ryan sacó una palanca de su bolsa de herramientas. Devlin le sostuvo la bolsa, mientras él golpeaba con la palanca el mortero de la obra de mampostería, junto a la reja. Saltó hacia atrás, alarmado, cuando la pared se dobló y cinco o seis ladrillos cayeron al agua.

– Todo esto está a punto de desmoronarse. Podemos sacar esta reja en apenas diez minutos, Liam.

– No, ahora no. Antes necesito saber cuál es la situación allá arriba. Por el momento, ya hemos descubierto todo lo que necesitamos saber; es decir, que podemos quitar la reja en cuanto queramos. Y ahora, salgamos de aquí.

En ese mismo momento, en las marismas de Romney, el viento procedente del mar hizo repiquetear las puertas vidrieras del salón cuando Shaw cerró las cortinas. Ya hacía tiempo que los muebles no eran lo que habían sido, y que el color de las alfombras aparecía desvaído, pero en la chimenea ardía un buen fuego de leña, yNell estaba tumbada delante. Se abrió la puerta y entró Lavinia. Llevaba pantalones y portaba una bandeja.

– He preparado café, cariño.

– ¿Café? -rugió él-. Al infierno con el café. He encontrado una botella de champaña en la bodega. Un Bollinger. Eso es lo que necesitamos esta noche.

La sacó de una cubeta que había sobre la mesa, la abrió con movimientos ampulosos y sirvió dos copas.

– Ese hombre, Conlon, ¿qué aspecto dijiste que tenía? -preguntó ella.

– Creo que ya te lo he dicho por lo menos cinco veces.

– Oh, Max, ¿verdad que es excitante? Quiero decir, para ti, cariño.

– Y también para ti, vieja amiga -dijo él, devolviéndole el brindis.

En Berlín, todo estaba muy tranquilo en el despacho de Schellenberg, mientras él trabajaba en unos documentos, a la luz de la lámpara de la mesa. Se abrió la puerta e Use asomó la cabeza.

– ¿Café, general?

– ¿Todavía estás aquí? Creía que te habías ido a casa.

– Voy a pasar la noche en los alojamientos de emergencia. Asa también se queda. Ahora está en la cantina.

– Pues entonces será mejor que nos unamos a él.

Schellenberg se levantó, abrochándose la guerrera.

– ¿Está preocupado, general? ¿Por Devlin?

– Mi querida Ilse, Liam Devlin es un hombre de infinitos recursos y astucia. Teniendo en cuenta esos atributos, podría decirse que no tengo nada de qué preocuparme. -Abrió la puerta y sonrió, añadiendo-: Y ésa es la razón por la que, en lugar de eso, estoy muerto de miedo.