– Mayor -dijo Schellenberg.
Rossman despidió al sargento.
– Un placer verle por aquí, general. Él le está esperando. Y, a propósito, no está de buen humor.
– Lo recordaré.
Rossman abrió la puerta y Schellenberg entró en un gran salón con un techo abovedado y un suelo enlosado. Había tapices en las paredes y muebles de roble de color oscuro. En la gran chimenea de piedra había un fuego encendido. ElReichsführer estaba sentado ante una mesa de roble, repasando un montón de documentos. No iba vestido de uniforme, lo que no era habitual en él. Llevaba un traje de tweed, con camisa blanca y corbata negra. Los quevedos de montura de plata le daban el aspecto de un profesor universitario bastante desagradable.
A diferencia de Heydrich, que siempre se había dirigido a Schellenberg llamándolo por su nombre de pila, aunque sin tutearle, Himmler se mostraba invariablemente formal.
– General Schellenberg -dijo levantando la mirada-. Por fin ha llegado.
En su frase había una reprimenda implícita, por lo que Schellenberg replicó:
– Salí de Berlín en cuanto recibí su mensaje, Reichsführer. ¿En qué puedo servirle?
– Operación Águila, el asunto de Churchill. No le utilicé en ese asunto porque tenía usted otros deberes que cumplir. Sin embargo, creo que a estas alturas ya estará familiarizado con la mayor parte de los detalles.
– Desde luego,Reichsführer.
De repente, Himmler cambió de tema.
– Schellenberg, me siento cada vez más preocupado por las actividades traicioneras de muchos miembros del alto mando. Como sabe, la semana pasada un desgraciado mayor voló por los aires en su coche cerca de la entrada al cuartel general del Führer en Rastenburg. Evidentemente, se trataba de otro intento contra la vida de nuestro Führer.
– Me temo que así es,Reichsführer.
Himmler se levantó y le puso una mano en el hombro.
– Usted y yo, general, estamos comprometidos por un hermanamiento común, el de las SS. Hemos jurado proteger al Führer y, sin embargo, nos vemos amenazados constantemente por la conspiración de un puñado de generales.
– No hay pruebas directas,Reichsführer -dijo Schellenberg, aunque sabía que eso no era cierto del todo.
– Los generales von Stulpnagel, von Falkenhausen, Stieff, Wagner y otros, y hasta su buen amigo el almirante Wilhelm Canaris, Schellenberg. ¿Le sorprendería eso?
Schellenberg trató de conservar la calma, considerando la clara posibilidad de que su nombre pudiera ser pronunciado a continuación en aquella lista.
– ¿Qué puedo decirle,Reichsführer?
– Y también Rommel, el zorro del desierto. El héroe del pueblo.
Y ¡Dios mío! -balbuceó Schellenberg, sobre todo porque le pareció que eso era lo que debía hacer.
Y ¡Pruebas! -espetó Himmler-. Yo conseguiré las pruebas antes de acabar con esto. Todos ellos tienen una cita concertada con el verdugo. Pero ocupémonos ahora de otras cosas. -Regresó ante la mesa y se sentó-. ¿Ha tenido usted tratos alguna vez con un agente llamado Vargas? -Examinó un papel que tenía ante él y añadió-: José Vargas.
– Le conozco. Es un contacto del Abwehr. Un agregado comercial en la embajada española en Londres. Por lo que sé, sólo se le ha utilizado ocasionalmente.
– Tiene un primo que también es agregado comercial en la embajada española aquí, en Berlín. Un tal Juan Rivera. -Himmler levantó la mirada hacia él-, ¿Es eso correcto?
– Es lo que tengo entendido,Reichsführer. Vargas utilizaría la valija diplomática desde Londres. La mayoría de los mensajes llegarían hasta su primo, aquí en Berlín, en el término de treinta y seis horas. Todo de forma muy ilegal, desde luego.
– Y menos mal que es así -dijo Himmler-. Este asunto de la operación Águila… ¿Dice usted que está familiarizado con los detalles?
– Sí, lo estoy,Reichsführer -contestó Schellenberg con suavidad.
– Tenemos un problema, general. Aunque la idea la sugirió el propio Führer, fue…, ¿cómo lo diría?, más una fantasía que otra cosa. No podía confiarse en que Canaris hiciera nada al respecto. Me temo que la victoria total para el Tercer Reich no está en un lugar muy alto en su lista de prioridades. Ésa fue la razón por la que yo, personalmente, me encargué de poner en marcha la operación, ayudado por el coronel Radl, del Abwehr, quien, por lo que tengo entendido, ha sufrido un ataque al corazón y no se confía mucho en que sobreviva.
– Entonces, ¿el Führer no sabe nada del asunto? -preguntó Schellenberg con precaución.
– Mi querido Schellenberg, él soporta sobre sus hombros la responsabilidad de la guerra en cada uno de sus aspectos. Nosotros tenemos el deber de aligerar esa carga en todo lo posible.
– Desde luego,Reichsführer.
– La operación Águila, aunque brillantemente concebida, terminó en un fracaso, ¿y quién va a querer llevarle al Führer un fracaso y ponérselo encima de la mesa? -Siguió hablando antes de que Schellenberg pudiera contestar-. Lo que me lleva a este informe que me ha llegado desde Vargas, en Londres, a través de su primo de aquí, en Berlín, ese tal Rivera.,,
Le tendió un documento del cuerpo de transmisiones y Schellenberg le echó un vistazo.
– ¡Increíble! -exclamó-. Kurt Steiner está con vida.
– Y en la Torre de Londres -dijo Himmler guardando el documento.
– No lo tendrán allí durante mucho tiempo -dijo Schellenberg-. Puede parecer espectacular, pero la Torre no es nada adecuada para alojar durante mucho tiempo a prisioneros de alta seguridad. Lo trasladarán a algún otro sitio seguro, como hicieron con Hess.
– ¿Tiene usted alguna otra opinión sobre la cuestión?
– Sólo que los británicos guardarán silencio sobre el hecho de que lo tienen en sus manos.
– ¿Por qué lo dice así? 5 -Tenga en cuenta que la operación Águila estuvo a punto de alcanzar el éxito.
– Pero Churchill no era Churchill -le recordó Himmler-. Eso fue lo que descubrió nuestro personal de inteligencia.
– Desde luego,Reichsführer, pero los paracaidistas alemanes descendieron sobre suelo inglés y libraron una batalla sangrienta. Si se publicara esa historia, el efecto sobre el pueblo británico sería desmoralizador en esta fase de la guerra. Una mayor prueba de ello es el hecho de que sean el SOE y su brigadier Munro los encargados de manejar el tema.
– ¿Conoce usted a ese hombre?
– Sólo sé algo de él,Reichsführer. Es un oficial de inteligencia muy capacitado.
– Mis fuentes me indican que Rivera también ha transmitido está misma información a Canaris. ¿Cómo cree usted que reaccionará él?
– No tengo la menor idea,Reichsführer.
– Puede usted pasar a verle una vez que regrese a Berlín. Descúbralo. En mi opinión, no hará nada.
Desde luego, no irá corriendo a hablar con el Führer. -Himmler examinó otra hoja de papel que tenía ante él-. Nunca lograré comprender a hombres como Steiner. Un héroe de guerra. La Cruz de Caballero con hojas de roble, un soldado brillante y, sin embargo, ha arruinado su carrera, se ha arriesgado al fracaso, lo ha arriesgado todo por proteger a una pequeña zorra judía a la que trató de ayudar en Varsovia. La operación Águila vino a salvarle, a él y a sus hombres, de la unidad de castigo en la que estaban sirviendo. -Dejó la hoja sobre la mesa-. El irlandés, desde luego, ya es otra cuestión.
– ¿Se refiere a Devlin,Reichsführer?