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– Sí, es un hombre verdaderamente repugnante. ¿Sabe usted a qué se parecen los irlandeses, Schellenberg? Todo es un chiste.

– Debo decir que, a juzgar por todos los informes, conoce bien su oficio.

– Estoy de acuerdo con eso, pero sólo intervino en este asunto por dinero. Alguien fue singularmente descuidado al dejarle salir tan tranquilamente de aquel hospital de Holanda.

– En efecto,Reichsführer.

– Mis informes indican que ahora está en Lisboa -dijo Himmler tomando otra hoja de papel-, Encontrará los detalles aquí. Está intentando llegar a Estados Unidos, pero no dispone de dinero. Según lo que dice aquí, trabaja como barman.

Schellenberg examinó con rapidez el informe.

– ¿Qué quiere usted que haga en esta cuestión, Reichsführer?

– Regresará a Berlín esta misma noche. Vuele mañana a Lisboa. Convenza a ese bribón de Devlin para que vuelva con usted. No creo que eso le resulte muy difícil. Radl le entregó veinte mil libras por tomar parte en la operación Águila. Se le pagó en una cuenta numerada en Ginebra. -Himmler sonrió ligeramente-. Hará cualquier cosa por dinero. Es esa clase de hombre. Ofrézcale lo mismo…, incluso más, si se ve obligado a ello. Yo autorizaré pagos de hasta treinta mil libras.

– Pero ¿por qué,Reichsführer?

– ¿Cómo que por qué? Para organizar la huida de Steiner, desde luego. Creía que eso ya sería evidente para usted. Ese hombre es un héroe del Reich, un verdadero héroe. No podemos seguir dejándolo en manos de los británicos.

Al recordar la forma en que el general Steiner había encontrado su fin en las celdas de la Gestapo, en la Prinz Albrechtstrasse, a Schellenberg le pareció mucho más probable que Himmler tuviera otras razones.

– Comprendo su punto de vista,Reichsführer -dijo con tranquilidad.

– Conoce muy bien la confianza que deposito en usted, general -dijo Himmler-, Y nunca me ha defraudado. Dejo todo este asunto en sus capaces manos. -Le entregó un sobre-. Aquí encontrará una carta de autorización que debe ser suficiente para cubrir todas las contingencias.

Schellenberg no la abrió y se limitó a preguntar:

– Reichsführer, ha dicho usted que desea verme partir para Lisboa mañana mismo. ¿Me permite recordarle que es Nochebuena?

– ¿Y qué demonios tiene eso que ver con nada? -replicó Himmler verdaderamente sorprendido-.

En este caso es fundamental la rapidez, Schellenberg, y tras recordarle el juramento de fidelidad que ha hecho como miembro de las SS, le voy a decir por qué. Dentro de aproximadamente cuatro semanas, el Führer volará a Cherburgo, en Normandía. Exactamente el veintiuno de enero. Yo le acompañaré. Desde allí, nos dirigiremos a unchateau que hay en la costa, en Belle Ile. ¡Qué nombres tan extraños emplean estos franceses!

– ¿Me permite preguntarle cuál es el propósito de esa visita?

– El Führer tiene la intención de reunirse personalmente con el mariscal de campo Rommel, para confirmarle su nombramiento como comandante del grupo de ejércitos B. Eso le otorgará responsabilidad directa sobre las defensas de la Muralla del Atlántico. En la reunión se tratará la estrategia necesaria en el caso de que nuestros enemigos decidan efectuar la invasión el año que viene. El Führer me ha concedido el honor de organizar la conferencia y, desde luego, la responsabilidad de su seguridad, que será una cuestión dependiente exclusivamente de las SS. Como ya le he dicho, Rommel estará allí, y probablemente también Canaris. El Führer en persona pidió que estuviera presente.

Empezó a arreglar los papeles, formando un montón ordenado y guardando algunos de ellos en una cartera de mano.

– Pero,Reichsführer -dijo Schellenberg-, sigo sin comprender la urgencia del caso Steiner.

– General, tengo la intención de presentárselo al Führer en esa reunión. Su huida y el haber estado tan cerca de conseguirlo, serán un gran golpe de mano para las SS. Su presencia, desde luego, le dificultará mucho las cosas a Canaris, y eso será bueno. -Cerró la cartera de mano, entrecerró los ojos al mirarle y añadió-: Y eso es todo lo que usted necesita saber.

Schellenberg, quien tenía la impresión de que aquel hombre sólo se mantenía sujeto a la cordura apoyado en las uñas de los dedos, dijo:

– Pero,Retchsführer, ¿y si Devlin no se deja convencer?

– En tal caso deberá emprender usted las acciones apropiadas. Con ese fin, he seleccionado a un hombre de la Gestapo, y deseo que le acompañe a Lisboa, como guardaespaldas. -Apretó un timbre que tenía sobre la mesa y Rossman entró-. Ah, Rossman. Veré ahora alSturmbannführer Berger.

Schellenberg esperó, deseando desesperadamente poder fumarse un cigarrillo, pero sabiendo que Himmler desaprobaba por completo esa costumbre. La puerta se abrió de nuevo y Rossman apareció, acompañado por otro hombre. Alguien que constituyó toda una sorpresa. Era un hombre joven, de veinticinco o veintiséis años, con un cabello tan rubio que era casi blanco. En otro tiempo debió de haber sido apuesto, pero un lado de la cara había sido gravemente quemado. Schellenberg observó los lugares donde la piel había cicatrizado tensamente.

Extendió la mano.

– General Schellenberg, soy Horst Berger. Es un placer trabajar con usted.

Sonrió, observando aquel rostro echado a perder, que casi parecía el del propio diablo.

– Mayor -dijo Schellenberg. Luego, volviéndose hacia Himmler, añadió-: ¿Puedo empezar ya, Reichsführer?

– Desde luego. Berger se le unirá en el patio. Dígale a Rossman que entre. -Schellenberg llegó hasta la puerta y la abrió, antes de escuchar-. Una cosa más. Canaris no tiene que saber nada de esto. Ni lo de Devlin, ni lo de nuestras intenciones con respecto a Steiner, al menos por el momento. Y, desde luego, no debe mencionarse para nada lo de Belle Íle. ¿Comprende usted la importancia de esto?

– Desde luego,Reichsführer. Schellenberg le dijo a Rossman que entrara y luego se alejó por el pasillo. En el piso de abajo encontró un lavabo, entró y encendió un cigarrillo. Luego, se sacó del bolsillo el sobre que le había entregado Himmler y lo abrió.

DEL JEFE Y CANCILLER DEL ESTADO

, El general Schellenberg actúa bajo mis órdenes directas y personales en un asunto de la máxima importancia para el Reich. Sólo deberá dar cuenta de sus actos ante mí. Todo el personal, tanto militar como civil, sin distinción de rango, le asistirá en cualquier forma que él crea conveniente.

ADOLFHTTLER

Schellenberg se estremeció y guardó la hoja en el sobre. La firma, desde luego, parecía correcta; él mismo la había visto suficientes veces como para saberlo, pero a Himmler le sería fácil conseguir la firma del Führer en algo como un documento más perdido entre otros muchos. Así pues, Himmler le daba a él los mismos poderes que había dado a Max Radl para la operación Águila, pero ¿por qué? ¿Por qué era tan importante que Steiner regresara dentro del tiempo indicado?

En todo aquel asunto tenía que haber algo más de lo que Himmler le había contado, eso era evidente. Encendió otro cigarrillo y salió, perdiéndose al final del pasillo. Vaciló, sin estar muy seguro de saber dónde se encontraba, hasta que se dio cuenta de que la arcada que había al final daba a un balcón que se asomaba sobre el gran salón. Estaba a punto de dar media vuelta y seguir su camino en la dirección contraria cuando escuchó voces. Intrigado, siguió avanzando hacia el balcón y miró con precaución. Himmler estaba de pie a la cabecera de una gran mesa, flanqueado por Rossman y Berger. Era elReichsführer el que hablaba.

– Berger, hay quienes se sienten más preocupados por las personas que por las ideas. Se ponen sentimentales con excesiva facilidad. No creo que usted sea uno de ellos.