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Baker pasó uno de sus sucios dedos por el mapa y frunció el ceño. La mejor opción parecía continuar hacia el sur, hacia Pensilvania, pasando por Maryland o Virginia. Siguió la línea azul de la autopista. Harrisburg, pese a ser pequeña, tenía muchos habitantes y presentaría los mismos problemas. York y Hanover eran más viables: pese a tener una gran densidad de población, ambas estaban rodeadas por kilómetros de comunidades rurales, cultivos deshabitados y bosques. El gobierno local podría haber opuesto resistencia y construido una barricada para protegerse del enemigo.

Su dedo se detuvo en Gettysburg, algo más al sur, poco después de Hanover. Además de ser un lugar clave en la conmemoración de la guerra civil, Gettysburg estaba cerca de Camp David, donde se rumoreaba que estaba el «Pentágono secreto». Con los años, Baker había hecho amigos en el Congreso y el ejército, por lo que su acreditación de seguridad era bastante alta. Sabía cosas que el resto de la población no sabía.

Cosas como que, en caso de guerra o de un ataque terrorista a gran escala, muchos de los líderes del país serían llevados a un lugar en Gettysburg, donde se les protegería mientras desarrollaban las estrategias para volver a poner el país en marcha.

Si quedaba algo remotamente parecido al orden, el mejor lugar para buscar sería Gettysburg. Podrían coger la salida del sur, pasar rápidamente por las afueras de Harrisburg y dirigirse hacia York; una vez ahí, viajarían a través del campo y por las carreteras secundarias de Gettysburg, que casi siempre estaban menos congestionadas.

Asintió para sí, convencido de que se trataba de un buen plan.

No obstante, seguía tratándose de un viaje en el que cabía la posibilidad de morir en cualquier momento.

Pensó en cómo llegar a su destino. En condiciones normales, Gettysburg estaría a unas tres horas desde su posición, pero cómo transcurriría el viaje y el estado de las carreteras era algo completamente impredecible.

¿Deberían conducir o un vehículo en movimiento llamaría más la atención? Pensó en la joven pareja que había sido asesinada por los zombis. Las criaturas podían conducir vehículos y usar armas. Eran lentos, pero también astutos y letales. Por otra parte, un vehículo dirigiéndose a toda velocidad -o incluso despacio- por la autopista llamaría mucho la atención. ¿Sería más seguro que Gusano y él fuesen caminando por los campos y los bosques?

Suspiró, desesperado. Caminar era igual de peligroso, puede que más: no sólo serían vulnerables a los zombis humanos, sino también a todos los animales salvajes. La distancia también era un factor que había que tener en cuenta: lo que podría ser un viaje de tres horas en coche se convertía en una caminata de más de ciento noventa kilómetros. Baker no estaba en absoluto en mala forma física gracias a que le había sacado un buen partido al gimnasio de Havenbrook, al que asistía cada dos días. Sin embargo, a sus cincuenta y cinco años, ya no era ningún chaval, y dos horas de bicicleta estática tres veces a la semana no eran nada comparado con una extenuante caminata, especialmente una tan peligrosa.

Por si todo aquello fuese poco, también estaba Gusano. No podía abandonarlo sin más. El chico había sobrevivido bastante bien por su cuenta, pero ahora que Baker lo había descubierto (se preguntó si no sería más bien al revés), se sentía responsable de su cuidado. Quizá -pensó Baker- estaba intentando hacer méritos; tratando de conseguir el perdón divino tras haber causado semejante desastre.

Así pues, tendría que conducir. Una vez aclarado ese punto, se planteó cómo encontrar un medio de transporte. Había unos cuantos coches y camiones abandonados por todo el aparcamiento del área de descanso, por lo que la primera opción estaba clara.

Llamó la atención de Gusano y le puso la mano en el hombro.

– Quédate aquí -le ordenó Baker-. Tengo que salir un rato.

– ¡Ao, Eiker! -dijo el chico mientras sonreía, haciendo un signo de aprobación con los dedos.

Después de comprobar que la pistola estaba cargada, salió afuera, bajo la lluvia. De pronto, le asaltaron dudas. ¿Qué estaba haciendo? Era un científico, no un ladrón de coches. No tenía ni la más mínima idea de cómo hacerle un puente a un coche ni de cómo entrar sin romper la ventana o hacer saltar la alarma (lo que atraería a todos los zombis de la zona).

Los primeros tres vehículos: un Saturn, una camioneta Dodge y un Honda, estaban cerrados. El cuarto, un Dodge Aries destartalado, estaba abierto pero no tenía las llaves puestas. Baker hurgó con pocas esperanzas en la guantera y bajo los asientos antes de rendirse y pasar al siguiente.

El quinto coche, un Hyundai compacto y negro, no sólo estaba cerrado sino que también estaba ocupado.

Las llaves reposaban en el suelo, justo al lado del asiento del conductor, sujetas por una mano cercenada. No había rastro del resto del cuerpo: Baker no estaba seguro de si habría sido devorado o estaría rondando la zona, ya que todo lo que quedaba de él era una mancha roja y marrón en el asfalto.

El niño del asiento trasero tendría unos cinco o seis años. Contempló a Baker a través del cristal, mostrando sus dientes con una expresión de puro odio y salvajismo. Baker estaba convencido de que el niño había sido oriental… chino, concretamente.

Se recompuso del susto inicial y comprobó que el zombi estaba atrapado. Estudió la situación, observando cada detalle. Después de un rato dedujo que el niño y sus padres habían sido emboscados por las criaturas: los progenitores se aseguraron de que su hijo estuviese a salvo en el coche, pero no tuvieron tiempo para ellos. De algún modo, ya fuese por acción de los padres o por un error del pequeño, el cierre de seguridad para niños estaba activado. Después de la muerte del niño (Baker hizo un repaso rápido de las posibles causas: inanición, lesión, shock), la entidad que pasó a poseer su cuerpo fue incapaz de desconectar el cierre porque su huésped no tenía ningún recuerdo de cómo hacerlo. Tampoco tenía la fuerza de un adulto, así que intentar romper el cristal de la ventana como le había visto hacer a Ob en Havenbrook sería un esfuerzo fútil.

¿Cuánto tiempo llevaría ahí sentado, encerrado en esa celda de acero de Detroit e ingeniería japonesa?

Parecía muy hambriento. Ansioso por devorar.

Baker dio unos golpecitos en la ventana con el dedo y la criatura gruñó, aunque el cristal y la lluvia amortiguaron el sonido.

Se agachó y cogió las llaves de la mano muerta.

El zombi se tensó.

Baker introdujo la llave en la cerradura y la giró. El zombi dio un salto hacia el panel del asiento delantero.

Con una velocidad que le sorprendió hasta a él mismo, Baker abrió de golpe la puerta del conductor y apuntó con la pistola. Al verla, el zombi se paró en seco. Una lengua hinchada y gris lamió los labios agrietados y abiertos.

Dijo algo en chino. Cuando Baker no respondió, optó por un dialecto sumerio en el que ya había oído hablar a Ob.

– No hablas inglés -observó con calma y desapego- porque tu huésped tampoco lo hablaba.

La criatura escupió mientras se aferraba firmemente al asiento.

– Pero sí sabes qué es esto, ¿verdad? -dijo Baker moviendo suavemente la pistola-. Es triste que un niño sepa lo que es un arma antes de aprender el idioma del país que lo acoge.

La criatura se abalanzó sobre él, pero Baker fue más rápido. Al crujir de un trueno le siguió un disparo y el contenido de la cabeza del niño quedó esparcido por todo el salpicadero.

Baker se aseguró de que lo había eliminado del todo, luego lo agarró de los escuálidos tobillos y lo dejó con despreocupación sobre el pavimento.

Se le encogió el estómago.

«No son humanos -se recordó a sí mismo-. Ésta es la única forma de sobrevivir.»

– Lo siento -le susurró al espeluznante saco de carne y hueso.

Después sacó la llave de la puerta, se sentó ante el volante, rezó un avemaria (algo que no había hecho desde la universidad) y encendió el contacto.