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Ford pateó el bordillo de la acera e hizo una mueca de frustración.

– Román también está muerto. Thompson y él iban delante y cayeron en una emboscada. Alucino con lo bien que pueden llegar a calcular los muy cabrones.

– Sargento, ¿Thompson está bien? -preguntó Miccelli.

Su corpulento compañero negó con la cabeza.

– En el mejor de los casos, perderá una pierna. Cuando nos marchamos estaba rogándole al médico que le pegase un tiro. Supongo que si él no lo hace, lo hará el propio Thompson en cuanto tenga la oportunidad.

Kramer avistó un cuervo solitario que los observaba desde un poste de teléfonos. Con un rápido movimiento, disparó hacia él. Un montón de plumas negras cayó flotando hasta el suelo.

– Creo que ése estaba vivo -musitó Anderson.

– Bueno, pues ya no.

– Estás callado como una tumba, Skip -observó Ford.

Skip se revolvió y miró al sargento a los ojos con prudencia. Todos estaban mirándole a él y Miccelli le lanzó una callada advertencia con el ceño fruncido.

– Lo siento, sargento -mintió-. Estaba pensando en el pobre Thompson. Fuimos al mismo campamento de reclutas.

La verdad era que había estado observando a las dos mujeres cautivas. Saltaba a la vista que eran madre e hija, y aunque los recientes acontecimientos les habían pasado factura, seguían siendo muy atractivas. La primera noche en el picadero iba a resultarles muy dura. Y sería aún peor cuando llegasen de vuelta a Gettysburg.

Skip sentía una creciente rabia en su interior. Se imaginó a sí mismo acribillando a sus compañeros y escapando con las mujeres. Pero no serviría de nada: estarían muertos en cuestión de minutos, e incluso aunque consiguiesen escapar, serían capturados y correrían la misma suerte que Hopkins, Gurand y Falker.

Incluso si evitasen ser capturados, ¿qué iban a hacer? Resignado, llegó a la misma conclusión de siempre: la seguridad radicaba en el número, y eso era precisamente lo que le aportaba su unidad. Estaba atrapado.

– Súbelas al camión -le ordenó Ford a Kramer.

– Asegúrate de que las laven bien. Partridge ha conectado la manguera al depósito de agua de la ciudad; no se cuánta potencia tiene, pero procura no dejarlas peor de lo que están ahora.

Kramer condujo a las aterradas mujeres hacia los camiones.

Miccelli apuntó al final de la calle.

– Aquí viene Capriano. ¡Parece que está herido!

El hombre se dirigió renqueando hacia ellos, arrastrando la pierna derecha. Cuando estuvo más cerca, Skip se fijó en que tenía el pie del revés, con los dedos apuntando hacia atrás, al camino por el que había venido. No emitió ningún sonido a medida que se acercaba.

– ¡No te muevas, Capriano! -dijo Anderson mientras se dirigía corriendo hacia él-. Te conseguiremos…

El soldado herido apuntó con el M-16 y apretó el gatillo. Las balas golpearon a Anderson en el pecho y salieron por la espalda. Ford, Miccelli y Skip se echaron cuerpo a tierra y devolvieron el fuego por instinto. Capriano se agitó violentamente bajo los disparos y cayó de espaldas. Después de disparar una ráfaga descontrolada al cielo, se quedó quieto.

– ¡No parecía que estuviese muerto! -gritó Miccelli.

– Pues si antes no lo estaba, ahora sí -dijo Ford, apretando los dientes. Su ráfaga había acertado a su objetivo en la boca, destrozando su cara hasta casi desintegrarla de mandíbula para arriba.

Skip corrió hasta Anderson mientras pedía un médico a gritos, pero en cuanto llegó a su lado vio que no serviría de nada. Tenía el pecho destrozado y húmedo, y la mirada de sus ojos vidriosos, perdida.

Ford también se acercó. El sargento sacó su pistola y disparó al fallecido en la cabeza sin inmutarse.

– Reagrupémonos -ordenó-. ¡Warner! ¡Blumenthal! ¡Nos vamos!

La gravilla crujió bajo sus botas conforme se alejaba.

Miccelli desató el cinturón de Anderson y empezó a rapiñar su equipo.

– Eh, Skip, ¿quieres sus botas?

– No, puedes quedártelas.

– ¿Y estos cargadores? Si los quieres, son tuyos. -Sacó una navaja de muelle de uno de los bolsillos del pantalón de Anderson y silbó con alegría-. Mola.

Skip se dio la vuelta y se marchó.

No quería que Miccelli le viese llorar, o que notase la rabia que proyectaban sus ojos.

* * *

Hubo un tiempo en que habían sido la unidad de infantería de la Guardia Nacional de Pensilvania. En que eran héroes orgullosos.

Skip ya no sabía qué eran, pero estaba convencido de que no eran héroes.

Cuando tuvo lugar el colapso y los muertos empezaron a volver a la vida, los destinaron a Gettysburg. Al igual que el resto de unidades de la Guardia enviadas a varios pueblos y ciudades, su misión era proteger a los ciudadanos, cuidar de ellos y evitar que las criaturas se multiplicasen hasta que el gobierno diese con un modo de solucionar la situación.

Fracasaron, y no tardaron mucho tiempo en hacerse a la idea de que el gobierno no iba a solucionar el problema porque el gobierno ya no existía. Las noticias -por aquel entonces los medios de comunicación todavía operaban- habían emitido una cinta en la que se veía al presidente devorar al secretario de estado durante una rueda de prensa. El presidente apareció de golpe, sin que la cámara llegase a captar de dónde, escupiendo obscenidades y luchando con su víctima. La cámara acercó la imagen hasta captar una grotesca escena: el presidente hundió los dientes en el brazo de su presa atravesando la manga del traje a medida hasta la carne que había debajo. Un agente de su servicio secreto desenfundó su arma y apuntó al comandante en jefe no muerto, pero, antes de llegar a disparar, fue abatido por un compañero. El resto de agentes empezó un tiroteo y los reporteros huyeron en desbandada. Fue un caos.

El vicepresidente, según informaron, murió de un ataque al corazón tras la conferencia de prensa. Nadie dijo qué medidas se habían tomado para que no se volviese a alzar.

Horas después, un alto cargo (había distintos rumores sobre su identidad: algunos decían que era el secretario de defensa, y otros, un general renegado) ordenó que se bombardeasen la Casa Blanca y el Senado desde el cielo, ya que era evidente que estaban tomados por zombis. Aquello dio lugar a enfrentamientos aislados entre varias unidades del ejército en Washington y los alrededores, y, tras la pérdida del Pentágono, los combates se extendieron como la pólvora.

Skip había oído historias aterradoras como la del capitán del U.S.S. Austin, un barco de transporte con más de cuatrocientos marineros y doscientos marines a bordo. Ordenó ejecutar a toda la decimocuarta unidad anfibia de marines, que por aquel entonces se encontraba a bordo de su navío en el Atlántico norte, tras acusarles de haberse amotinado. Ambos bandos lucharon a muerte y Skip oyó que los marineros hicieron caminar por la tabla a los marines que sobrevivieron.

También ocurrió en otros países. Le sorprendía que no se hubiese lanzado ningún misil nuclear, aunque había oído rumores de un intercambio limitado de ataques nucleares entre Irán e Irak y entre India y Pakistán, pero nada confirmado.

Tras semanas de combates, el diezmado ejército empezó a organizarse en grupos enfrentados cada vez más grandes. El coronel Schow mantenía un contacto esporádico con el general de la Costa Oeste Richard Dumbar a través de un puesto de mando en Gettysburg; éste había lanzado una ofensiva para controlar el norte de California, eliminando a zombis y enemigos por igual. Hasta había conseguido organizar varias milicias ciudadanas por todo el estado, y estaba utilizando la alianza para expandirse hacia otros estados. Schow tenía un plan parecido para Pensilvania, así que ambos compartían información con regularidad.