Skip los había escuchado hablar por la radio: después de que Schow informase al general de sus recientes progresos y victorias, la voz -que sonaba igual que la de Marlon Brando en Apocalypse Now- repetía «Dick está satisfecho» una y otra vez, como un mantra.
Skip pensó que lo más probable era que estuviese loco. Como Schow.
Todos estaban locos. Tenías que estarlo si querías sobrevivir.
Gettysburg era segura. La ciudad estaba libre de no muertos y se dispuso con rapidez de aquellos que habían fallecido por enfermedad, heridas o causas naturales, incinerando sus cuerpos después.
Después de la operación de barrido y purga inicial, colocaron alambre de espino en torno a una gran parte de la ciudad y plantaron minas en los alrededores, en los campos en los que se había desarrollado la guerra civil. Estas medidas demostraron ser muy poco efectivas contra los muertos vivientes: las hordas de zombis atravesaban el alambre de espino, haciéndose trizas sin la menor preocupación. Peor aún era el caso de aquellos que perdían las piernas por una mina para a continuación arrastrarse por el campo con los brazos en busca de una presa.
Al final se decidió que hubiese guardias por todo el perímetro para garantizar su seguridad. Se siguieron usando minas y alambre de espino porque constituían unos sistemas de alarma aceptables y para mantener a moteros y carroñeros a raya.
Los moteros nómadas y los renegados no eran los únicos problemas. Empezaron a llegar refugiados en tromba, atraídos por el falso rumor de que el gobierno había establecido un Pentágono secreto durante la guerra fría. A Skip siempre le resultó muy irónico todo aquello…: los civiles eran realmente idiotas si creían que el gobierno iba a dejar que aquella información estuviese al alcance de cualquiera. Aun así, no dejaban de llegar: buscaban orden y refugio, pero en su lugar se encontraron con los hombres de Schow.
Todavía estaban buscando una defensa eficaz contra las aves zombi y otras criaturas capaces de acceder a la zona segura. Las serpientes, roedores y otros pequeños animales no muertos también suponían un problema, pues podían pasar desapercibidos y colarse. Por ello, la mayor parte de la población se quedaba en casa todo el día.
«Tampoco es que tuviesen muchas opciones», pensó Skip.
Por orden del coronel Schow, cualquier civil -hombre, mujer o niño- que fuese visto portando un arma debía ser ejecutado de inmediato. No se hizo ninguna excepción, y tras unos cuantos ejemplos cualquier atisbo de disidencia desapareció.
Skip concluyó que tampoco es que los civiles tuviesen muchas razones para salir de sus casas. El casco antiguo de Gettysburg se había convertido en un campamento militar: el humo de los cubos de basura a los que habían prendido fuego congestionaba el cielo, y el aire estaba saturado con el olor de las letrinas y los cuerpos incinerados en las afueras de la ciudad. La basura se pudría en las cloacas pese a los esfuerzos por recogerla. Las calles estaban llenas de soldados en todo momento. No había servicios: el agua corriente y la electricidad eran cosas del pasado, aunque se facilitaron generadores para los cuarteles de los oficiales y para algunos soldados.
Que se concediese permiso a los ciudadanos para salir de sus casas no era motivo de celebración, exactamente. Los hombres aptos eran usados como esclavos, y aunque nadie utilizaba aquel término en voz alta -preferían hablar de «trabajadores»-, estaban obligados a cumplir con las tareas encomendadas. A la mayoría de soldados les satisfacía esta estructura, ya que eran otros quienes debían asumir el trabajo duro, como limpiar letrinas y ocuparse de los cadáveres.
Los civiles que se resistían eran destinados a tareas aún peores, la más famosa de las cuales consistía en servir de cebo. Cuando una patrulla se aventuraba en los campos y pueblos que rodeaban la ciudad, se llevaban a una docena de civiles con ellos. Se obligaba a uno de aquellos desgraciados a caminar por delante del grupo: así, cualquier zombi que se encontrase al acecho se abalanzaría sobre él, lo que daría a los soldados tiempo de sobra para reaccionar. Aquellos individuos usados como cebo se consideraban, simplemente, prescindibles.
Las mujeres eran utilizadas para «mantener alta la moral». En la mayoría de los casos esto significaba ser esclavas sexuales en el picadero, aunque a las ancianas y a las menos agraciadas se les permitía trabajar en el comedor y en otras tareas menores.
Las mujeres que se resistían sistemáticamente a entregar sus cuerpos eran utilizadas como cebo.
Lo que más asqueaba a Skip era la complicidad de la población civil. Su coraje estaba aniquilado, así que la mayoría aceptaba aquel estilo de vida. Algunos hasta parecían preferirlo. Unos pocos hombres habían demostrado ser especialmente aptos y pasaron a engrosar las filas de la unidad con un permiso para portar armas. A Skip le resultaban especialmente desagradables las mujeres que «disfrutaban» siendo objetos sexuales, putas del apocalipsis a las que no les importaba chupar diez pollas en una noche con tal de mantenerse sanas y salvas.
Apretó los puños.
¿Por qué no se rebelaban? Cuando la unidad estaba fuera, los soldados que permanecían en la ciudad estaban en clara inferioridad numérica. ¿Por qué aceptaban la situación como ovejas? Quizá no les gustaba la alternativa. O quizá tenían miedo.
Como él. Vivía con miedo, pero la idea de morir le aterraba.
En aquellos días, la muerte negaba cualquier opción de salir de sus fútiles vidas.
Durante el bachillerato, Skip estuvo saliendo con una gótica obsesionada con la muerte, hasta tal extremo que había intentado suicidarse varias veces. Aquello le cabreaba, y se culpaba a sí mismo, a sus padres, al instituto y a un montón de cosas; hasta que se dio cuenta de que suicidarse era parte de su fantasía, parte de su obsesión. Ansiaba saber qué había más allá.
Montado en el Bradley, escuchando el rugido de las orugas bajo sus pies, Skip se preguntó si seguiría viva y si seguiría ansiando saber qué había más allá.
El teniente segundo Torres apuntó en el mapa de carreteras a una ciudad llamada Glen Rock.
– Estamos aquí. El capitán González quiere que unos hombres hagan un reconocimiento de esta ciudad -señaló una pequeña población llamada Shrewsbury, ubicada en la frontera entre Pensilvania y Maryland-. El capitán dice que el coronel Schow quiere abandonar el campamento de Gettysburg para trasladarlo a una ubicación más segura. Debemos determinar si Shrewsbury cumple con los requisitos.
El sargento Miller asintió:
– Delo por hecho.
– Sargento Michaels, usted dirigirá otro escuadrón aquí -dijo Torres señalando York-. Insisto en que ésta sólo es una misión de reconocimiento: no se enfrenten al enemigo a menos que sean atacados, limítense a observar e informar. Mientras tanto, yo me ocuparé del resto de la unidad y los prisioneros e informaré a Gettysburg.
– El soldado de primera Anderson se viene conmigo -dijo Miller.
Michaels se aclaró la garganta.
– Anderson murió durante la escaramuza de esta mañana.
– Mierda -murmuró Miller. Se pasó la mano por el pelo: estaba sucio y graso, y hacía tiempo que dejó de lucir mi rapado militar-. Vale, pues entonces me llevo a Kramer.
– De acuerdo -respondió Torres-. Sargento Michaels, usted puede llevarse al sargento Ford.
– Muy bien. También quiero a Warner, Blumenthal y Lawson.
– ¡Y una mierda! -protestó Miller-. ¡Eso me deja con Skip, Partridge y Miccelli, y no confío en ese acojonado de Skip! Estoy convencido de que preferiría pegarnos un tiro por la espalda que pegárselo a un zombi. ¿No te has fijado en que nunca se folla a las putas? Creo que es marica.
– ¡Pues qué pena! Has elegido a Kramer, así que te quedas con ellos. ¡Yo no voy a cargar con todos los novatos!
– Ya basta -ladró el teniente-. ¡Ya tenéis vuestras órdenes, así que cumplidlas! Miller, si crees que el recluta Skip no quiere lo mejor para esta unidad y puedes demostrarlo, nos ocuparemos de ello. Hasta entonces, a callar.