Blumenthal se dirigió hacia Lawson y murmuró:
– Esos pájaros no van a atravesar esta lata ni de coña.
– Quizá -respondió mientras se encogía de hombros-, pero me alegro de tener el lanzallamas, por si las moscas.
Baker giró bruscamente hacia la izquierda y luego torció inmediatamente hacia la derecha, buscando una salida, pero las criaturas estaban por todas partes. Los pájaros se abalanzaron sobre el coche, estrellando sus cuerpos contra el parabrisas como torpedos vivientes, sin preocuparles el daño que se causaban a sí mismos.
Gusano, que no paraba de gemir, se aferró al cinturón de seguridad y cerró los ojos.
El parabrisas empezó a romperse por los repetidos impactos y las grietas se extendían con rapidez. La fuerza bruta de aquella oleada zarandeaba el coche como un pelele por la carretera. Cada cuerpo sonaba como una roca al estrellarse contra el techo y el capó. Baker encendió los limpiaparabrisas y tocó la bocina, pero no consiguió frenarlos.
De pronto, algo empujó al coche desde atrás, precipitándolo hacia delante con brusquedad. ¡La camioneta! El miedo le había hecho olvidarse de ella. Aterrado, echó un vistazo al espejo retrovisor.
La camioneta estaba justo detrás de ellos, tan cerca que podía ver las crueles sonrisas de sus dos pasajeros no muertos. El vehículo aceleró hasta estrellar el morro contra el parachoques trasero del Hyundai, que dio otro bandazo.
El metal chilló bajó unos espolones que arañaron el techo de lado a lado. Baker dio otro volantazo, pero el coche no respondía. Los cuerpos de los pájaros cubrían el asfalto y los neumáticos se deslizaban, inútiles, sobre ellos. Otros cadáveres se colaron en los agujeros de las ruedas, obstruyéndolas y enviando al incontrolable vehículo contra el quitamiedos. En ese instante, la camioneta los embistió por tercera vez y el coche empezó a dar vueltas. Los pájaros golpeaban por todas partes y la luna trasera empezó a resquebrajarse. Un cuervo asomó la cabeza por el machacado parabrisas y graznó hacia ellos.
El coche se paró en seco y la cacofonía de sus atacantes se volvió atronadora. Gusano se puso las manos sobre la cara mientras cerraba los ojos con todas sus fuerzas. Baker cogió la pistola a sabiendas de lo inútil que sería contra aquel enemigo. Sólo había una forma de escapar.
Algo pesado aterrizó sobre el techo con un golpe seco. Baker oteó a través de la masa de alas y vio un águila: en el pasado fue el orgulloso símbolo de la libertad y la democracia, pero ahora sólo simbolizaba la corrupción y la muerte. Abrió sus enormes alas y se abalanzó contra el destrozado parabrisas.
Baker puso la pistola en la cabeza de Gusano y rezó para que le diese tiempo a acabar con los dos antes de que las criaturas los alcanzasen.
Warner comprobó que un escuadrón de pájaros se había separado del resto de la formación y se dirigía directamente hacia el camión y el Humvee.
– ¡Joder!
– ¡Warner! -gritó Ford por la radio-, ¡mueve el culo! ¡Ya, ya, ya, ya, ya, YA!
Abrió la puerta de golpe y corrió hacia el Humvee. Blumenthal asomó por la escotilla superior sujetando un M-16 y apremiándolo a seguir.
Algo afilado le raspó la cabeza y sintió una punzada de dolor. Se puso la mano en la oreja y cuando volvió a mirarla estaba teñida de rojo. Otro pájaro le golpeó en los tobillos y un tercero hundió las garras en su pelo.
Agarró al pájaro entre alaridos y lo estrujó en su puño. No se rindió fácilmente y empezó a picotearle la mano y los dedos, derramando más sangre.
Warner se tambaleó y se le doblaron las rodillas en mitad de la carretera. El peso de los pájaros que se abalanzaban sobre su espalda le hizo caer al suelo, pero se puso a rodar y patalear, aplastándolos.
El Humvee se dirigió hacia él y Blumenthal disparó una ráfaga de su M-16. Consiguió abatir a algunos pequeños objetivos, pero el resto se desperdigó y echó a volar hasta que quedó fuera de alcance.
Warner se puso en pie y gritó cuando sintió un pico hundiéndose en su nuca.
En el interior del Humvee, Michaels estaba centrado en controlar el vehículo sin atropellar a Warner. Ford fue el primero en percatarse del Hyundai rojo que llegaba por la curva de la carretera, girando incontroladamente hasta detenerse. Una camioneta roñosa se detuvo detrás y dos zombis humanos se dirigieron hacia él.
– Cristo -murmuró. Luego se dirigió a Michaels-. ¡Tenemos compañía!
Sin dejar de disparar, Blumenthal saltó del vehículo en movimiento y corrió hacia el soldado herido. Warner estaba cubierto de cuerpos emplumados. Los pájaros piaban ansiosos, picoteando en la carne descubierta mientras su víctima gritaba de agonía. Blumenthal dio unos pasos más hacia su compañero antes de retirarse cuando más criaturas se dirigieron en tromba hacia él. Gritando, soltó el M-16 y se tapó los ojos con los brazos.
Lawson subió hasta el asiento en el techo del Humvee y apuntó con el lanzallamas. Un chorro de líquido naranja atravesó el aire con un rugido, abrasando a docenas de pájaros. Movió el arma en un amplio arco hasta que el resto de la horda voladora se retiró.
– ¿Y Warner? -gimió Blumenthal.
Su compañero caído era una masa temblorosa de carne roja y expuesta. Su uniforme estaba hecho jirones y había perdido casi toda la piel. Los pájaros zombi aterrizaban sobre él, rasgaban algunas tiras de carne y se iban volando, dejando sitio a sus hermanos.
Sin mediar palabra, Lawson apuntó con el arma a Warner y sus atacantes, sumiendo a todos ellos en un infierno. Blumenthal saltó al interior del Humvee mientras el fuego lo consumía todo.
– Ojo ahí delante -le gritó Ford a Lawson-. ¡Vienen más!
Lawson giró el lanzallamas y vio una enorme águila en el techo del coche. Dejó escapar un grito ahogado de asombro antes de proyectar un arco de fuego sobre ella.
– ¡Déjame sitio, coño!
Blumenthal asomó por la abertura del techo y abrió fuego con la ametralladora de calibre cincuenta, riendo mientras las enormes balas impactaban sobre los dos zombis humanos y su camioneta, esparciendo pedazos de cabezas, miembros y torsos sobre el asfalto.
Los pocos pájaros que quedaban se dirigieron hacia el cielo.
– Tenemos movimiento en el coche -advirtió Ford-. No son zombis. Pasadme el megáfono.
– Me sorprende que no se hayan quemado después de ver cómo los rociabas.
– Cállate, Blumenthal -gruñó Lawson-. Ha funcionado, ¿no?
La puerta del lado del conductor del Hyundai se abrió de golpe y los dos soldados apuntaron con sus armas. Un hombre, ensangrentado y herido pero vivo, levantó los brazos hacia ellos.
– ¡No disparen! -gritó Baker-. ¡Somos humanos!
Volvió a meterse en el interior del coche, abrazó a Gusano y convenció al tembloroso muchacho de que abriese los ojos.
– ¡Estamos a salvo, Gusano! -gritó-. ¡A salvo! ¡Es el ejército! -dijo mientras señalaba al Humvee y al camión.
– ¡Que el pasajero salga del vehículo con las manos en alto! ¡Y que el conductor permanezca dentro!
– Mi compañero es sordo -dijo Baker-. No puede o…
– ¡AHORA! -rugió Ford.
Usando las manos, Baker instó a Gusano a salir. Tras una buena dosis de persuasión, el aterrado joven obedeció.
– Conductor, te toca. ¡Las manos en alto!
Baker obedeció, ignorando los frágiles cuerpos y alas que crujían suavemente bajo sus pies. El hedor de la carne quemada flotaba pesadamente en el aire. Los restos de los zombis de la camioneta estaban esparcidos por todas partes.
Dos soldados -Baker se dio cuenta de que eran de la Guardia Nacional- descendieron del vehículo y caminaron hacia él sin bajar las armas.
– Muchas gracias -aclamó Baker-. ¡Muchísimas gracias, de corazón! Pensé que…
Blumenthal golpeó a Baker en la tripa con la culata de su M-16, callándolo de golpe. Baker cayó al suelo y se hizo un ovillo, sujetándose el estómago y dando bocanadas.