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Otro zombi, armado con un fusil, surgió de la casa. La cubierta de la puerta se cerró de golpe mientras la criatura se dirigía hacia él, apuntándole torpemente con el arma. Skip sonrió, extendió el dedo corazón, dio media vuelta y escapó corriendo. El zombi le persiguió, completamente obcecado.

Llegó a un amplio campo de soja y se detuvo. Jadeando, con las manos apoyadas en las rodillas, sopesó sus opciones con rapidez. El depósito de agua estaba cerca, y en uno de sus lados había una escalera. Desde lo alto de él podría defenderse fácilmente de sus perseguidores, que tendrían que subir la escalera de uno en uno para capturarlo, pero también sería vulnerable a los pájaros y otras criaturas capaces de llegar hasta arriba con facilidad. Además, si los muertos vivientes se quedaban alrededor de la estructura a esperar, no tendría escapatoria.

La interestatal brillaba en la distancia, una cinta negra y plateada que atravesaba las colinas y los cultivos de Maryland y Pensilvania. Si fuese capaz de llegar a la autopista, quizá podría encontrar un coche y, en el peor de los casos, se alejaría del pueblo y de los muertos vivientes. Pero la autopista tampoco proporcionaba ninguna protección contra las amenazas que provenían del cielo.

Miró nerviosamente hacia arriba y sus miedos se confirmaron al ver una nube negra a lo lejos, en el horizonte. Pasó del miedo al terror cuando vio que la nube cambiaba de dirección en pleno vuelo y se dirigía rápidamente hacia el pueblo.

En tierra, un ejército de muertos vivientes se dirigía lentamente hacia él.

Sin opciones ni tiempo, Skip empezó a correr por el cultivo en dirección a la autopista.

Los muertos le siguieron.

* * *

– Lo veo -gritó Miccelli para hacerse oír sobre el estruendo de la ametralladora-. ¡El muy cabrón está huyendo por los cultivos!

Miller y Kramer se giraron en la dirección indicada y vieron una figura verde corriendo por el campo, cerca del depósito de agua. Un ejército de cuerpos la seguía lentamente.

– Se dirige a la autopista -observó Miller-, pero podemos alcanzarlo antes que los zombis.

– Nah, mejor dejamos que sean esos bichejos los que lo hagan pedazos, como permitió que le hiciesen a Partridge.

– No, Kramer. Schow querrá que sirva de ejemplo. Ese chico se vuelve con nosotros aunque tengamos que dispararle en las dos piernas y mantenerlo vivo hasta traerlo aquí.

– Eh, sargento -dijo Miccelli desde el techo-, ¡se acerca una bandada de pájaros!

– ¡Entonces métete dentro, coño! -Después se dirigió a Kramer-: Pisa a fondo y alcanza a ese hijoputa de Skip antes que los zombis. Ataja por el campo.

– Entendido -respondió Kramer mientras ponía el motor en marcha-. No me puedo creer que haya desertado así.

– Yo sí -comentó Miller-. Sabía que la estaba cagando, cuestionando órdenes y toda esa mierda. Hemos estado a punto de pagar el precio de su cobardía. No hay sitio para gente como él.

Miccelli se dirigió al asiento y comprobó su arma. Se limpió la mugre de su frente y cara y bebió un buen trago de agua de la cantimplora.

– ¡Los muy cabrones nos han tendido una emboscada! No me lo puedo creer, joder.

Miller no respondió. Estaba centrado en el hombre que huía hacia el horizonte y en las figuras que lo perseguían.

– Date por jodido, Skip -murmuró. Agarró la consola con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron, mientras fantaseaba con las torturas que el coronel Schow tendría reservadas para el soldado a su regreso. Y si Skip resultaba herido de camino a Gettysburg, ¿a quién le iba a importar?

* * *

Frankie estaba abriendo una bolsa de patatas con los dientes cuando un hombre desaliñado vestido con un uniforme militar apareció en la carretera, haciendo bruscos aspavientos con los brazos. Estaba despeinado y tenía la cara cubierta de tierra y sangre, pero era obvio que no era ningún muerto viviente: estaba vivo. Llevaba un bate en la mano y lo balanceaba sobre su cabeza.

Frankie frenó, se aseguró de que las puertas estuviesen cerradas y bajó la ventanilla hasta la mitad. Apuntó con la pistola y esperó.

– ¡Por Dios, señora, no dispare! -rogó Skip.

– Tira el bate y pon las manos donde pueda verlas.

El hombre obedeció sin dejar de jadear. El bate rebotó al caer al pavimento mientras Skip daba nerviosos saltitos alternando los pies.

– Verde -observó John Colorines-. Ese hombre es verde. Y rojo, también.

– Mire -le dijo lentamente, esforzándose por no ponerse a gritar-, me están persiguiendo un huevo de zombis. ¡Tenemos que largarnos de aquí ahora mismo!

Frankie echó un vistazo al campo. Una horda de zombis, animales y humanos, en diversos estados de descomposición, se dirigía hacia ellos. Cerca, entre los zombis y la autopista, avanzaba un vehículo militar. En cuanto lo vio, el hombre se puso aún más nervioso.

– ¡Señora, si no nos vamos ahora mismo nos van a matar, joder! ¡Están locos!

Frankie no sabía si se refería a los zombis o a los ocupantes del vehículo que se aproximaba, pero tomó una decisión en cuanto miró al cielo: estaba lleno de pájaros no muertos, que se dirigían en masa hacia ellos.

– Sube -gritó, apuntando con la cabeza al asiento del copiloto-. Y no intentes nada o te mato.

Visiblemente aliviado, el soldado corrió hasta el lado del coche y subió de un salto.

– ¡Gracias!

– ¿Qué eres, del ejército?

– De la Guardia Nacional -jadeó-. ¿Podemos irnos ya?

El Humvee atravesó el quitamiedos y se detuvo ante ellos. Un hombre apareció del techo como un muñeco de una caja y apuntó a Frankie con la ametralladora más grande que había visto jamás.

– ¡Fuera del coche, ahora!

– ¡Mierda! -Skip se dirigió a Frankie-. ¿Tienes otra pistola?

Antes de que pudiese contestar, dos soldados estaban ya de camino al coche con las armas en alto. Frankie permaneció en silencio, emocionada: no sabía quién era quién, pero cualquiera de aquellos hombres le parecía mejor que los zombis.

– ¡Suéltala, zorra!

Miccelli abrió la puerta del conductor de golpe con una mano y le apuntó con el M-16 a la cabeza.

– ¡Al Humvee, ahora! ¡Rápido!

– Hola, Skip -se burló Kramer mientras lo sacaba del coche-. ¿Adónde creías que ibas, eh, cobarde de los cojones?

Le dio un culatazo en la espalda que le tiró al suelo. Siguió pegándole con el arma, atizándole salvajemente una y otra vez en los hombros y la espalda.

– Que te den, Kramer.

Skip escupió sangre y rodó hasta quedar boca arriba. Vio la culata del M-16 precipitándose hacia su cara y perdió el conocimiento.

Miccelli esposó a Frankie, que gritó cuando uno de los pájaros pasó volando tan cerca que le rozó el pelo.

John Colorines salió del coche y empezó a saltar mientras aullaba de miedo.

– ¿Y él? -preguntó Miccelli apuntando al vagabundo con el pulgar mientras metía a Frankie en el Humvee.

Kramer le apuntó con su arma.

– No tenemos sitio para él.

Abrió fuego. John Colorines bailó sobre la carretera, temblando con cada bala que penetraba en su cuerpo. No emitió ningún sonido, salvo un suspiro que exhaló al caer al suelo. La sangre se derramaba hasta el asfalto sobre el que yacía.

Kramer apartó un pájaro y apuntó a un zombi humano que estaba pasando por encima del quitamiedos. Después, Miccelli y él metieron a Skip -que seguía inconsciente- en el Humvee y cerraron la puerta.