– ¿Quién es Schow? -preguntó Martin-. ¿Y por qué no se rebela la gente?
– Por lo que he oído, esta unidad estaba asignada a la protección de Gettysburg. Pero cuando todo se vino abajo, los militares perdieron la cabeza, especialmente Schow. Al principio empezó como algo muy simple: impuso la ley marcial y un toque de queda y comenzó a seleccionar «voluntarios» para trabajar. Los ciudadanos aceptaron, ¿qué otra opción tenían? Era eso o los zombis. Cuando las cosas empezaron a desmoronarse del todo, la mayoría ya estaba completamente amansada.
– Son como ovejas -espetó Jim-. Tienen tanto miedo de defenderse que aceptan lo que les echen.
– ¿Y cómo iban a defenderse, señor Thurmond? No tienen armas. No pueden enfrentarse con palos y piedras a un enemigo que dispone de blindados y ametralladoras. Puede que sean más numerosos que los soldados, pero la balanza se igualaría en un santiamén. ¿Y si se rebelasen y acabasen derrocando a Schow y sus hombres? ¿Estarían a salvo? No. Sería aún peor. Pese a todas las atrocidades que esta gente ha cometido, los ciudadanos siguen vivos. Saben a quién se lo deben. Le sorprendería ver de lo que es capaz la gente con tal de sobrevivir.
– No, en absoluto. Porque movería cielo y tierra para salvar a mi hijo y eso es lo que pretendo hacer, señor Haringa.
Haringa negó con la cabeza, apesadumbrado.
Jim se lo quedó mirando.
– ¿Tiene hijos, señor Haringa?
– No, no tengo, pero…
– Entonces cierre la boca.
Todos permanecieron en silencio hasta que el profesor se dirigió a ellos e hizo un ademán para que se acercasen ellos también.
– ¿De verdad cree que su hijo está vivo?
– Lo sé.
– Entonces le ayudaré, pero tendrá que esperar hasta mañana por la mañana. No lo conseguirá de noche.
– ¿Cómo puede ayudarme?
– Apuesto a que les asignarán a los dos a la sección de saneamiento. Con esa herida en el hombro y teniendo en cuenta su edad, de momento no les asignarán trabajo pesado. Pese a la dureza de su trato, tratan de mantener vivos a los prisioneros, y no creo que vayan a forzar a dos recién llegados.
– Continúe.
– Yo también estoy en esa sección, recogiendo basura. Cuando estemos cerca de los límites de la ciudad, conseguiré distraerlos para que puedan escapar.
– ¿Funcionará?
– Lo más seguro es que no, pero llegarán más lejos que ahora. Es una opción bastante mejor que llevarse un tiro en la oscuridad.
Un ruido súbito los puso en alerta y Haringa desapareció entre las sombras. Jim y Martin fingieron estar dormidos, pero Jim mantuvo un ojo abierto.
– No funcionará.
La voz venía de arriba.
– Sé que no están dormidos, lo he oído todo. Su plan no funcionará porque tienen previsto trasladarnos a todos mañana.
– ¿Quién es? -preguntó Jim.
– Soy el profesor William Baker. No hace falta que se presenten, he estado escuchando su conversación todo el rato.
Martin volvió a sentarse y poco después se les unió Haringa.
– Usted también es nuevo -observó Haringa-. No le había visto antes.
– Mi compañero y yo fuimos capturados esta mañana.
Jim hizo crujir sus nudillos.
– ¿Dónde está su amigo ahora?
– Schow lo mantiene prisionero. Lo utiliza para chantajearme.
– ¿De qué demonios está hablando?
– Como les he dicho, planean realizar toda la operación mañana. Antes trabajaba en los Laboratorios Havenbrook, un complejo de investigación en Hellertown. Tan grande que podría contener un ejército entero sin problemas. Schow quiere convertirlo en su base permanente de operaciones y está usando a mi amigo como aval para asegurarse de que les lleve sanos y salvos hasta el interior del complejo.
– ¿Y eso? -bromeó Haringa-. ¿Los láseres de seguridad todavía funcionan?
– No se creería con qué dispositivos de seguridad está equipado el centro -respondió Baker-, pero ya le he explicado al coronel que la mayoría de ellos están inactivos.
– ¿Entonces para qué le necesita? -preguntó Martin.
– Schow cree que nos dedicábamos a diseñar y experimentar con armamento militar y quiere que le dé acceso a ese equipo.
Haringa se incorporó rápidamente.
– ¿Tiene acceso a esa clase de equipo?
– No.
– Pero finge que sí para que no maten a su amigo -dedujo Martin-. ¿Qué pasará cuando lleguen y descubran que no es así, profesor Baker?
– No pienso dejar que lo descubran, y, para serle sincero, reverendo, no creo que lleguemos. No si Havenbrook está ocupado por quien creo.
Martin frunció el ceño.
– ¿Por quién?
– El mal, caballeros. El mal encarnado. Se hace llamar Ob y parece un zombi normal y corriente, pero habla con autoridad y arrogancia, como si fuese más listo que el resto. Entre susurros, me habló de cosas que… -hizo una pausa, movió la cabeza y continuó-. Creo que es una especie de líder.
Hasta entonces, Jim había permanecido en silencio mientras Baker hablaba. Pero cuando terminó, se dirigió a él.
– Así que es de Hellertown. Eso está cerca de donde se encuentra mi hijo. ¡Está a menos de una hora! ¿Cómo está tan seguro de que planean marcharse mañana por la mañana?
– Estoy prácticamente convencido de que es lo que pretenden. Schow dio órdenes a ese respecto antes de devolverme aquí. Empezarán a prepararlo todo antes del alba.
Jim se dirigió a Haringa.
– Hellertown está a unas dos horas en coche. ¿Cuánta gente hay en este campamento?
– ¿Contando los soldados y los civiles? -Hizo una pausa y se limpió las gafas con su camisa-. Diría que unos ochocientos.
Jim silbó.
– Esto es un montón de gente. ¿Cómo van a transportarlos a todos?
– No lo sé -admitió el profesor-. En otras ocasiones nos han hecho caminar delante de los convoyes, como si fuésemos cebo. Así, si hay zombis acechando, nos atacan a nosotros primero.
– No creo que hagan eso hasta llegar a Hellertown -dijo Jim-. Tardarían días.
Baker se quitó las botas y empezó a masajearse los pies.
– Schow parece impaciente, no creo que se conforme con avanzar a ese ritmo. Querrá llegar cuanto antes.
– Tienen camiones -dijo Haringa-. Al menos dos docenas de remolques, reforzados y preparados desde que empezó el alzamiento, además de un montón de esos camiones de la Guardia Nacional que se suelen ver por la carretera, ¿me explico? No sé cómo se llaman.
– ¿Los que tienen el techo de lona y transportan soldados en la parte trasera? -preguntó Martin.
– Sí, de ésos. Y Humvees, que también han mejorado.
– Humvees, Bradleys y unos cuantos tanques. Los Humvees son tan rápidos como un coche, pero supongo que los tanques serán algo más lentos. También tienen un helicóptero y unos cuantos coches y camiones civiles. Incluso un par de motos, pero no creo que se las lleven. Son peligrosas, dejan expuesto al piloto.
Jim reflexionó.
– Ochocientos. Es un montón de gente, vamos a ser un blanco enorme.
– Pero cuantos más seamos, mejor -replicó Haringa-. Y creo que el convoy estará mejor armado que los muertos vivientes.
– No esté tan seguro -replicó Jim-. Esas cosas pueden pensar, usar armas y conducir.
– Los hemos visto tender emboscadas -añadió Martin-. Son calculadores… y mucho más astutos de lo que parece.
Baker se acordó de Allentown.
– Estoy de acuerdo. Vi cómo atacaron a una pareja como si estuviesen cazando. Y si Ob está haciendo lo que sospecho, den por sentado que habrá preparado a sus fuerzas y que se mantendrá a la espera.
– ¿Qué cree que está haciendo?
– Reuniéndolos. Creando un ejército. Durante el poco tiempo que tuve para estudiarlo, me pidió que lo liberase. Dijo que tenía que «reunir a sus hermanos». Entonces no entendí cuáles eran sus verdaderas intenciones. Pensé que sólo quería asustarme o buscar la forma de escapar, pero ahora temo que todo lo que dijo era cierto.