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Baker observó, horrorizado y fascinado. El zombi se arrastró hasta la ventana y se sentó, contemplándolo como un prisionero. Apretó su decadente cara contra el cristal y sonrió. No hubo señal alguna de respiración. Recitó en voz baja algo en un idioma que Baker no supo identificar. Dudó que Powell lo hablase.

– ¿Quién eres?

– Ya sabes quién soy. Soy Timothy Powell, director asociado del programa del CRIP de Laboratorios Havenbrook. Soy tu compañero, my friend. ¡Venga, Billín! ¡No me vengas con que tienes amnesia postraumática!

– El doctor Powell nunca me habría llamado «Billín» -apuntó Baker-. Tú no eres Timothy Powell.

La criatura hurgó en un jirón de piel del muslo, escudriñando bajo la luz fluorescente, y se llevó un gusano a la boca. Lo machacó entre sus dientes podridos con gran deleite.

Baker desvió la mirada.

– ¿No me crees? ¿Recuerdas cuando tú, Wenston y yo nos tomamos una semana libre y cogimos un avión a Colorado? Nos alojamos en la cabaña del doctor Scalise en Estes Park y fuimos a pescar. Weston pescó una perca la hostia de grande, y tú, un resfriado.

El cadáver apoyó su mano hinchada contra el cristal sin dejar de sonreír. Baker se fijó en el anillo de casado de Powell, hundido en aquel dedo hinchado como una salchicha. Entonces el zombi apartó la mano, que dejó un rastro grasiento en la ventana.

– ¿Quién eres? -volvió a preguntar, tratando de controlar el temblor de su voz-. ¿Eres Timothy Powell?

– Ob -pronunció la boca de Powell.

– ¿Es tu nombre, o lo que eres?

– Ob -dijo de nuevo-. Y tú eres Bill.

– ¿Cómo sabes mi nombre?

– Aquel a quien llamas Tim dejó esa información aquí. Dejó muchas cosas. Cosas deliciosas. ¿Sabías que frecuentaba prostitutas? Porque su mujer no.

– No sé qué tiene que ver…

– Pagaba para que lo sodomizasen con un consolador.

El cadáver rió hasta toser, esparciendo pedazos de sí mismo por el cristal.

– ¿En serio? -Los dientes de Baker rechinaron-, ¿Y cómo sabes todo eso?

– Está aquí, conmigo. Todo cuanto era está aquí, a mi disposición. Pero casi todo es inútil, todo ese conocimiento colectivo… La humanidad ha conseguido muy poco. Él debe de estar muy decepcionado con sus creaciones.

– ¿Quién?

– Él. El cruel. El que… da igual. No debemos hablar de eso. Dejemos que disfrute de su día… Imaginé muchas cosas mientras vagaba por allí.

– ¿Dónde, exactamente?

La criatura no respondió. En vez de eso, empezó a lamer la mancha del cristal.

– Tengo hambre -masculló. Y luego volvió a sonreír.

* * *

– Qué hambre -dijo Baker, situado frente a los fríos y grises muros-. No pensé que tuviera tanta hambre.

Abrió la lata de alubias cocidas más por instinto que por deseo, pero, después del primer bocado, las engulló frías. Se tomaría una hamburguesa para acompañarlas, pero la cámara frigorífica estaba ocupada y a Baker no le apetecía nada entrar en ella. Harding se encontraba en su interior, con un agujero perfecto perforando su cabeza. Había sufrido un infarto el día después del suicidio de Powell y de la reclusión de su cadáver reanimado. Baker aplicó un picahielos al cuerpo muerto de Harding, aunque le habría gustado tener una pistola para efectuar aquella tarea. Pero las pistolas, al igual que los soldados que abandonaron sus puestos, habían desaparecido.

El silencio de la desierta cafetería era inquietante. Quería hablar con alguien, alguien que no fuese aquella cosa que se hacía llamar Ob.

Recorrió el pasillo hacia su oficina, rodeado por el eco que producían sus zapatos sobre las verdes baldosas. Le alegraba oír algún ruido. Las luces parpadearon, se apagaron y volvieron a encenderse. Aún quedaba energía, pero se preguntó si los laboratorios la conseguían de instalaciones públicas o de su propio suministro de reserva. ¿Cómo sería el pasillo a oscuras?

Enterrado, solo con esa cosa…

Se derrumbó sobre el escritorio y la silla rechinó bajo su peso, para su sorpresa, Baker había ganado algo de peso durante la crisis, posiblemente por la falta de ejercicio. Sus días consistían en el tedio infinito de investigar y seguir investigando. Pasaba las noches -si es que lo eran, pues estando bajo tierra no podía estar seguro- despierto, huyendo de las pesadillas.

Se reclinó en la silla, apoyó los pies en el escritorio y encendió la grabadora.

– Aunque no soy biólogo ni patólogo, he observado una transformación destacable en el sujeto.

Hizo una pausa cuando las luces parpadearon y continuó.

– El sujeto no es un simple cadáver reanimado. En muchos aspectos, funciona como un ser vivo: busca alimento, específicamente en forma humana… carne. No puedo estar seguro, pero parece que es esencial para su supervivencia, y el material proporcionado por la Agencia Federal de Control de Emergencias parece corroborarlo. Pero claro, seguramente pasará mucho tiempo antes de que la AFCE envíe otra cinta.

Su risa nerviosa se convirtió en tos. Luego continuó.

– La musculatura del sujeto parece haberse adaptado a su nuevo estado. Pese a que se observa un proceso de descomposición, éste no actúa como un detrimento, sino como un proceso natural. El pelo, la piel, incluso los órganos vitales son irrelevantes para el funcionamiento del sujeto. La carne que ingiere no viaja por su sistema digestivo: se absorbe por un proceso desconocido, convertida en…

Las luces se apagaron. Baker se sentó en la oscuridad conteniendo el aliento. El único sonido era el gemido de la grabadora. Su corazón latió una vez. Dos.

Las luces volvieron a funcionar y Baker se sorprendió al descubrir que había estado llorando.

* * *

– Cuando comes -preguntó Baker por el intercomunicador-, ¿por qué no consumes el cuerpo entero? ¿Por qué dejas tanto?

– Porque muchos de nuestros hermanos esperan volver -respondió Ob con un tono áspero e indignado, como si le molestase que el científico preguntase obviedades-. No les gustaría haber estado esperando durante eones para luego habitar un cuerpo incapaz de moverse. ¿Un torso sin brazos ni piernas, un saco de carne humana inmóvil? Eso sería como escapar de una prisión para ir a otra.

– Háblame de ese lugar del que provienes. Lo llamaste el Vacío.

– No -dijo Ob, airado-. Debo invocar a mis hermanos. Tengo hambre. Libérame y no te haré daño.

Baker mantuvo el mismo tono de voz.

– Responde a mi pregunta y te daré de comer.

– Estás jugando con fuego, sabio. No creas que no estoy dispuesto a dañar esta cáscara para liberarme. Puedo conseguir otra.

– Este cristal es a prueba de balas y los muros están reforzados con acero y cemento. Tienes que aceptar que soy yo el que está al mando.

– Tu raza ya no está al mando de nada. Somos libres para volver a caminar por la tierra, como hicimos hace mucho.

– Háblame del Vacío -insistió Baker.

– Muy bien -suspiró la criatura, exhalando un aire fétido de sus inútiles y podridos pulmones-, pero te lo advierto, profesor: vuestro tiempo ha terminado. Somos vuestros herederos.

– El Vacío -empezó Baker.

– ¡EL VACÍO ES FRÍO! -rugió Ob, corriendo hacia la ventana. Estampó el puño de Powell contra el cristal y Baker dio un paso atrás.

– ¡Es frío porque ÉL es cruel! Vagué por él, encerrado durante eones con mis hermanos, los Elilum y Teraphim. ¡ÉL nos envió allí! Nos expulsó a los yermos. Os contemplamos mientras rondabais como hormigas, multiplicándoos y reproduciéndoos, deleitándoos en su frío amor. Esperamos, pues somos pacientes. Merodeamos por el umbral sin dejar de observar. Y tú, sabio, tú y tu compañero nos proporcionasteis los medios para la salvación. ¡Así como vuestros cuerpos nos acogen, vosotros nos proporcionasteis un camino!

La criatura volvió a golpear la ventana. Baker se estremeció. Una pequeña grieta espiral se extendió por el cristal.