Выбрать главу

La hembra de dragón lo miró de hito en hito y un atisbo de curiosidad asomó fugaz a su enorme rostro. Decidió escucharlo un poco más.

—Kothas no es tan importante como el resto del mundo —continuó el demonio—. Y tampoco lo son Mithas y Karthay. Pero las llanuras Dairly... —El brillo en los ojos del hombre de sombras se suavizó—. Allí hay rebaños de ganado para satisfacer tu apetito, pueblos que destruir y aterrorizar, y también dragones más pequeños.

«¿Sabrá lo del Negro?», se preguntó la hembra de dragón.

—Voy a donde me place, cazo lo que me place, y hago lo que me place.

—Les enseñarás que no debieron desafiar a Caos —replicó el guerrero—. No debieron haber obligado a mi padre a marcharse.

—Nadie me dice lo que tengo que hacer.

—Te lo digo yo —siseó el hombre de sombras—. Te digo que arrases Ansalon, que mates a humanos y elfos. La gente dejará de ser la fuerza dominante en el mundo. Lo serás tú... bajo mi dirección.

—¿Y los dragones?

—Se han dispersado. Con la marcha de su diosa Takhisis...

—Así que Takhisis es una diosa —comentó la hembra Roja, que añadió para sus adentros: «El Negro creyó que era una deidad».

—Los dioses se han ido. Todos ellos —continuó el demonio, irritado por la interrupción del reptil—. Los dragones no tienen un líder. Algunos se enfrentan a la gente de vez en cuando, pero no muchos. Ayer vi cómo un gran Azul volaba sobre una ciudad y no arrebataba una sola vida.

«Yo podría dirigir a los dragones —pensó la hembra Roja—. Podría gobernar sobre ese Ansalon.»

—Las llanuras Dairly... —Las palabras salieron de su boca como un torrente.

—Ahí es donde quiero que empieces. Las gentes de Dairly están confiadas, desprevenidas.

—¿Hay otras tierras más allá de esas llanuras? —siseó la hembra de dragón.

—Por supuesto —contestó el hombre de sombras—. Después de que hayas atacado las llanuras Dairly, te indicaré hacia dónde habrás de viajar a continuación. ¿Tienes nombre? Querría saber cómo llamar a mi impresionante peón.

El reptil frunció el inmenso entrecejo escarlata.

—Malystryx. Me llamo Malystryx.

—Malys —dijo el hombre de sombras, encontrando un diminutivo más de su agrado. De nuevo, el demonio gesticuló hacia las llanuras septentrionales Dairly.

Los ojos de la hembra de dragón siguieron la dirección señalada por los brumosos dedos del hombre de sombras; después alzó la vista y se encontró con su vacía mirada. A una velocidad impresionante, su zarpa se disparó y alcanzó de lleno al guerrero. Las garras abrieron surcos en la nebulosa imagen.

Malys vio el gesto de sorpresa en el semblante del guerrero, y tuvo una sensación increíblemente fría cuando lo que supuestamente era la sangre del demonio escurrió sobre su pata. Mientras el hombre de sombras se estremecía, ella aproximó la inmensa testa, escaldando el aire con su aliento.

—Puede que el fuego no te haga daño —dijo Malys—. Pero hay otras formas de matar.

Abrió las fauces al tiempo que se acercaba más, y sus dientes se cerraron sobre el demonio guerrero. La hembra Roja sintió el frío y pesado cuerpo resbalar por su garganta. Después pegó las alas a los costados y viró hacia la línea costera de las llanuras septentrionales Dairly.

Extendió de nuevo las alas cuando la tierra subió a su encuentro, y planeó hacia el sur a lo largo del litoral oriental, siguiendo la rocosa costa. Del agua sobresalían escollos de obsidiana y de piedra de cuarzo afilados como colmillos. «Pero no tan afilados y mortales como los míos», pensó.

Al llegar a un cabo donde terminaba la costa, en las llanuras meridionales, giró y tomó rumbo norte, volando sobre árboles esta vez. Inhaló profundamente, y unos aromas, fuertes y penetrantes, cosquillearon en sus ollares: flores extrañas, hierbas exóticas, plantas con las que no estaba familiarizada. Unos pájaros huyeron espantados, y los agudos ojos de la hembra Roja los localizaron. Eran demasiado pequeños para servirle de comida, así que se limitó a observarlos.

El bosque terminó, y una planicie de herbazales se extendió ante ella. El alto pasto formaba una alfombra verde profundo que se extendía hacia un claro donde se alzaba una aldea. Malys fijó los ojos en las cabañas con tejados de bálago y en las personas semejantes a hormigas que se movían por el lugar. Ajenas a la presencia de la hembra Roja, se ocupaban de sus tareas y juegos.

Todos parecían tan tranquilos, tan confiados, tan desprevenidos, pensó, utilizando las palabras del demonio guerrero.

Algo se cocinaba sobre una lumbre central, alguna pequeña criatura asándose en un espetón. El olor le recordó que estaba hambrienta. Planeó y se aproximó más. Cuando su sombra rozó el borde de la aldea, la hembra de dragón vio a uno de ellos que miraba hacia arriba. El hombre señaló en su dirección y empezó a agitar los brazos y a gritar.

En un visto y no visto, toda la gente estaba mirando a lo alto. Algunos dejaban caer los cestos de fruta que transportaban. Otros gritaban y corrían hacia la falsa seguridad de sus cabañas. Unos pocos cogieron lanzas y las agitaron en dirección a la hembra Roja. Gritaban palabras que no alcanzaba a entender porque eran muchos chillando al mismo tiempo. Sus voces sonaban como el zumbido de los insectos.

Dominada por la curiosidad, y consciente de que, de todas formas, tendría que acercarse más para devorarlos, Malys aterrizó al borde de la aldea. El impacto de su peso provocó temblores que derribaron a algunos de los humanos.

Uno de ellos, especialmente valeroso, avanzó hacia ella con los ojos fijos en la inmensa testa, y fue tan osado de arrojarle una lanza. Por un instante, la hembra Roja consideró el matarlo de un pisotón o concederle el honor de que muriera con su aliento. La curiosidad la pudo, y preparó un chorro de fuego. Lo sintió subir por su garganta a gran velocidad y después salió de entre sus fauces en forma de cono que primero envolvió al valiente aldeano y después alcanzó las chozas que había directamente detrás.

«Así que no todos son como el demonio guerrero —se dijo—. Él fuego daña a esta gente.»

Los aullidos del valiente aldeano no duraron mucho; el fuego era tan intenso que Malys apenas si olió la carne quemada. Pasando sobre la forma calcinada, batió las alas para avivar las llamas, que saltaron a las siguientes chozas.

Sintió que algo le tocaba el muslo. Giró la cabeza y vio a dos hombres arremetiendo contra su pata, pero sus lanzas no podían penetrar las duras escamas.

Disparó su garra delantera para derribar una de las pocas chozas que no se habían prendido fuego. Dentro había tres pequeños acurrucados. Malys los aplastó con una de las patas.

Adelantó el cuello y apresó en las fauces a un puñado de aldeanos que intentaba escapar. Sus forcejeantes cuerpos fueron rápidamente engullidos, y Malys dirigió su atención a otro grupo, que también contribuyó a apaciguar su apetito.

Más guerreros se unieron a los dos primeros junto a sus patas. Gritaban maldiciones y arremetían fútilmente con sus armas. A través del hedor a carne y bálago quemados, la hembra Roja percibió el agradable olorcillo a sudor mezclado con miedo. Con un latigazo de la cola les aplastó el pecho y acabó con sus vidas.

Todavía quedaban unos pocos vivos, y éstos corrían hacia el bosque, al otro lado de la aldea. Se dio impulso contra el suelo y saltó tras ellos al tiempo que escupía otro chorro de fuego. Las llamas se descargaron más allá de los que huían y prendieron los árboles.

Las personas giraron sobre sus talones y empezaron a volver hacia la aldea, pero Malys les salió al paso. No le suplicaron por sus vidas, y ella dio por sentado que eran lo bastante listos para saber que había llegado su fin. Abrió las fauces y se zampó a los que estaban más cerca; después se adelantó y saboreó lentamente a los restantes.

Cuando la hembra Roja se elevó en el aire, el fuego en el bosque se intensificó. Malys viró hacia el sur, y planeó sobre la aldea en llamas y la herbosa llanura.