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—Una gran empresa —musitó el hombre entre dientes—. Schallsea. Mi destino. Quizás esté loco por hacer esto, por ir tras un fantasma. Quizá lo he imaginado todo.

—Ya está hablando solo otra vez, Ampolla.

—Chitón. Y camina más rápido, Raf.

Dhamon tenía un mapa de la comarca. Se lo había comprado a un escriba en El Cruce, y lo había utilizado para encontrar el mausoleo. Su intención había sido quedarse más tiempo en el emplazamiento de la tumba, tal vez unos cuantos días, para meditar, considerar qué lo había llevado allí, y plantearse lo que iba a hacer con su vida en adelante. No había contado con el fantasma.

Estudió el mapa mientras caminaba. Estaba muy bien ejecutado, y el cartógrafo se había esmerado en señalar lugares de interés histórico y caminos a través de los bosques al sur de Solace, cerca de las ciudades de Haven y Qualinost. Pero Beryl gobernaba allí, y Dhamon se alegraba de que la aparición lo hubiera dirigido lejos de la hembra de dragón y no hacia ella.

El mapa también mostraba una calzada desde Solace a Nuevo Puerto, y, desgraciadamente, parecía estar a una considerable distancia. Si la escala indicada por el cartógrafo era correcta, tardaría al menos un par de días en llegar allí.

«Tal vez los haya despistado para entonces», pensó. Soltó un bostezo y miró por encima del hombro; vio a los dos kenders resollando. «En algún momento tendrán necesidad de dormir.»

Eso fue lo que hizo el propio Dhamon. A última hora de la tarde eligió un claro junto a la calzada; cerca corría un arroyo, así que se bañó y limpió sus ropas del polvo del camino. «Sólo descansaré unas cuantas horas, —se dijo—. Me habré levantado antes del alba, y los kenders seguirán roncando. Tal vez para entonces me haya replanteado todo este asunto y decida regresar.»

Los sueños de Dhamon estuvieron plagados de imágenes de campos de batalla, de cadáveres retorcidos, de hombres enterrados en tumbas poco profundas y anónimas, de charcos de sangre pegajosa esparcidos por el suelo. Era lo mismo de siempre. Pero esta noche había algo diferente. La fantasmal mujer irrumpía en el sueño, flotando por encima de la carnicería. Se aproximaba a él y mitigaba el horror de la pesadilla. «Schallsea —repetía—. Tu destino.» Las palabras resonaron en su mente hasta que la fatiga se impuso. Despertó a media mañana, con el aroma de conejo asado y bayas frescas.

—Habla solo hasta en sueños —susurró Raf—. Me había empezado a preguntar si no iba a despertarse nunca. Creía que los labriegos tenían por costumbre levantarse con el sol.

—¡Espero que hayas dormido bien! —dijo Ampolla con voz animada—. ¡Dejamos apartado buena parte del desayuno para ti! Todavía está caliente.

—Lo atrapé yo —intervino Raf—. ¡Con mi cuchara de cazar conejos!

—Y con tu trampa de lazo —añadió Ampolla en voz queda.

El estómago de Dhamon comenzó a hacer ruidos. El conejo olía mejor que la carne seca de venado que llevaba en la mochila.

—Gracias —dijo, sirviéndose su ración.

Mientras Dhamon comía, el kender no paró de charlar.

—No nos hemos presentado como es debido. —Raf hinchó pecho y señaló a su compañera—. Ésta es Ampolla Dedosligeros, y es mucho mayor que yo. Y yo soy Raf Testagreñas, oriundo de Puerto Zhea, en Ergoth del Sur. No sé si Puerto Zhea se seguirá llamando así o ni siquiera si seguirá siendo una ciudad portuaria. Hay montones de hielo por allí ahora. Dudo que los barcos puedan entrar, y ¿qué es un puerto sin barcos? Verás, desde que ese gran Dragón Blanco, un dragón grande de verdad, se instaló, toda la comarca empezó a volverse terriblemente fría. A mí no me gusta el frío. No tengo bastantes ropas de abrigo para ese clima. Y además no siento demasiada simpatía por los dragones, a pesar de que nunca he visto uno, a decir verdad. Imagino que, si lo hubiera visto, ahora no estaría aquí. En fin, que decidí marcharme antes de quedarme congelado, así que me subí a un barco y llegué aquí. Bueno, en realidad, llegué a Solace, después de desembarcar en El Cruce, porque el nombre de Solace sonaba a sitio bonito. Y me habría quedado en esa ciudad durante un tiempo, ya que encontré a otros kenders allí y me contaron lo de la tumba y lo de Tasslehoff y todo lo demás. Allí es donde os conocí a Ampolla y a ti. Pero nunca he estado en Schallsea. También suena como si fuera un sitio bonito.

—Yo soy de Kendermore —intervino Ampolla, aprovechando que Raf se había callado un instante para respirar—. Me marché cuando llegó Malys. Tenía que advertir a los Caballeros de Solamnia sobre la hembra Roja. Después de cumplir mi misión, descubrí que ya no tenía un hogar al que regresar gracias a Malys, así que decidí ver mundo.

Dhamon le sonrió débilmente entre bocado y bocado del delicioso conejo.

—Y tú ¿qué? —insistió Raf—. ¿Eres granjero o labrador? Es lo que Ampolla cree que eres. Bueno, por lo menos yo lo creo, y seguramente ella está de acuerdo conmigo. ¿Crías cerdos o vacas? ¿O quizá siembras maíz? Eso es algo que todavía no tengo muy claro. ¿Por qué fuiste al mausoleo? ¿Y por qué estás siempre hablando solo?

—Será mejor que me ponga en marcha —anunció Dhamon al tiempo que alargaba la mano hacia la mochila y la cogía. Se puso de pie y se colgó la espada—. Supongo que pensáis venir conmigo, ¿no?

—¡Claro! —respondieron Ampolla y Raf prácticamente al unísono.

—No vais a ninguna parte... todavía.

Los tres se volvieron bruscamente y se encontraron con un par de tipos horribles, bandidos a juzgar por su aspecto. Se habían acercado furtivamente a Dhamon y a los kenders durante la ininterrumpida conversación. Sus ropas estaban ajadas y sucias, pero calzaban botas caras y nuevas, y llevaban morrales limpios, quizá producto del pillaje a sus anteriores víctimas. Las espadas que blandían estaban en buenas condiciones. La del más alto llevaba una empuñadura de filigrana con canteado de oro que apuntaba su pertenencia a un caballero en otros tiempos.

—Hay que pagar peaje para transitar por esta calzada —dijo el más alto. Una cicatriz reciente le corría desde el párpado inferior hasta la mandíbula, y le faltaba el meñique de la mano derecha—. El peaje es cualquier cosa valiosa que llevéis.

—Entonces, siempre y cuando estemos satisfechos, podréis continuar —se mofó el otro. Era varios años más joven que su compañero, y sus cicatrices no eran tan obvias.

—Yo llevo cucharas —ofreció Raf con nerviosismo. Hurgó en su bolsa y sacó una deslustrada.

El hombre alto actuó con rapidez. Se abalanzó y arrancó la bolsa al kender de un manotazo. Una docena de cucharas salieron volando por el aire, y cayeron al suelo ruidosamente. Raf retrocedió e intentó esconderse detrás de Ampolla.

—¡No queremos cucharas! —gritó el bandido mas joven. Esbozó una mueca que dejó a la vista una hilera de dientes amarillentos—. Queremos monedas de acero. ¡Vamos, sacadlas de una vez!

—¡No!

Mientras la palabra salía de la boca de Dhamon, el guerrero saltó hacia atrás y desenvainó el espadón. La hoja trazó un arco sobre su cabeza, centelleando con el sol matinal, y se descargó fuertemente sobre la mano del bandido de más edad con la que empuñaba su espada. Dio el golpe sólo con la parte plana de la hoja, pero con la fuerza suficiente para desarmar al otro hombre, quien, a juicio de Dhamon, era el más peligroso.

El bandido joven avanzó un paso mientras blandía su arma para mantener alejado a Dhamon, pero éste levantó su espadón a fin de parar la arremetida y las armas chocaron con gran ruido.

—¡Me gustan los desafíos! —se burló el joven.

—Pues yo había imaginado que te gustaba vivir —replicó Dhamon—. Podemos dar el asunto por terminado ahora, y tú y tu amigo podréis marcharos. Nadie saldrá herido, y yo haré como si no hubiera pasado nada.

El joven se echó a reír y arremetió, lanzando una cuchillada a las piernas de Dhamon, aunque la hoja sólo hendió el aire.