La mirada de la hembra Roja pasó de los bárbaros a los hobgoblins y de nuevo a M'rgash y sus soldados.
—¿Tienes más tan osados como éste, goblin? —inquirió. El retumbo en su estómago se iba haciendo más fuerte, y las llamas asomaban entre sus fauces.
—¡No, señora! —chilló M'rgash—. ¡Dorgth es un perro insolente, en nada parecido al resto de mis hombres!
—Qué lástima —siseó Malys. El retumbo fue en aumento hasta el punto que la meseta se sacudió. La hembra Roja abrió las fauces, y un chorro de fuego salió disparado. La abrasadora lanza de llamas pasó por encima de la cabeza de Dorgth y alcanzó primero a M'rgash. Los aullidos del jefe goblin quedaron ahogados por el violento crepitar del fuego. Las llamas se extendieron y envolvieron a las tres filas de goblins que había tras él. El aire de la meseta se impregnó de manera instantánea con el hedor a carne quemada y el profundo tufo del miedo que emitían los que seguían con vida.
Malys cerró la boca y miró fijamente al único goblin que quedaba.
—Jefe Dorgth —empezó—, confío en que regresarás junto a tu tribu y explicarás a los tuyos que están a mi servicio. Los cuatrocientos en su totalidad, y sin hacer preguntas.
El goblin tragó saliva con esfuerzo y asintió. Se llevó la mano a la cabeza, donde el cabello se le había chamuscado, y después echó una fugaz ojeada por encima del hombro. Todo lo que quedaba de sus compañeros eran unos montones de ceniza.
—S... s... sí. ¡Te prometo mi lealtad y la de los míos!
—¡Oídme bien! —rugió Malys—. A cambio de vuestras insignificantes vidas, vosotros y vuestras tribus de las montañas, las llanuras y los túneles me serviréis. Empezaréis por apresar humanos, ya sean granjeros, viajantes o aldeanos, en las comarcas cercanas a las que llamáis Khur y Balifor. Tanto da la edad que tengan. Coged a viejos y jóvenes, y también niños.
—¿V...v... vivos? —tartamudeó Dorgth.
—¡Desde luego! ¡Los quiero vivos!
—Y, c... c... cuando los tengamos, ¿qué quieres que hagamos con ellos?
El retumbo en el estómago de la hembra de dragón empezó a sonar otra vez, haciendo que un escalofrío recorriera las espinas dorsales de hobgoblins, de bárbaros y de Dorgth.
—Encerradlos en jaulas, en corrales, mantenedlos débiles y sumisos, pero con vida. Tratadlos como si fueran ganado, y no les demostréis el menor respeto. Cuando hayáis reunido un número superior a los miembros de vuestra tribu, regresad aquí para que os dé más instrucciones.
Tras limpiar obedientemente las cenizas de los inmolados miembros de su tribu, Dorgth se puso a la cabeza de la marcha y abandonó la guarida de la hembra Roja.
Ninguno de ellos habló hasta que el cielo estuvo completamente negro y se encontraron en lo más profundo de lo que quedaba de los bosques entre Kendermore y Balifor. Entonces, la silenciosa floresta se llenó de ideas compartidas para llevar a cabo las órdenes de Malys.
16
El Yunque de Flint
Unos cuantos días después, Dhamon y Jaspe estaban de regreso en los muelles de Nuevo Puerto.
Rig Mer-Krel soltó una carcajada y sacudió el índice mientras señalaba al guerrero.
—Vamos a ver si te he entendido bien —dijo luego—. ¿Quieres pagarme sesenta monedas para que yo y Shaon, y cualquier otro a quien podamos persuadir, naveguemos hasta Palanthas en una vieja bañera que has comprado? —El marinero negro se palmeó el muslo—. Por sesenta monedas ni siquiera uno de nosotros embarcaría hasta tan lejos.
—Tienes una buena reputación —empezó Dhamon, pensando que si no funcionaba con el dinero, a lo mejor los cumplidos lo convencían—. Necesitamos un capitán, y me han dicho que eres el mejor. Desde luego, hiciste un buen trabajo en la travesía a la Escalera de Plata.
—¡Pues claro que es un buen capitán! —Shaon sonrió y señaló con la mano hacia el puerto—. Tiene más experiencia en mar abierto que todos los marineros de aquí juntos. Para que lo sepas, ha navegado por el Mar Sangriento de Istar y ha pilotado un galeón a través del Ojo del Toro. Además, fue timonel en el...
La mirada que le dirigió Rig interrumpió la relación de la mujer sobre sus conocimientos y aptitudes para la navegación. Shaon le hizo un guiño cómplice.
—Pero sesenta monedas son un insulto —añadió—. Tendríamos que enfrentarnos al Turbión, la tempestad que amenaza constantemente en el estrecho de Algoni. La paga tendría que ser mucho más cuantiosa para que renunciáramos a nuestro trabajo aquí y arriesgáramos el cuello.
—¿Qué tal la embarcación como pago? —ofreció Jaspe—. Está en el tercer muelle, echadle un vistazo. Nos lleváis a Palanthas, os quedáis unas pocas semanas por allí, esperando, y después es vuestra.
—¿Te refieres a la carraca verde? —preguntó el corpulento marinero, que se inclinó para observar intensamente al enano.
—Sí —asintió Jaspe—. La compré ayer. Y no soy amante del mar, así que no me importaría deshacerme de ella... después de que nos lleve a donde queremos ir.
—¿Os encagaríais vosotros de los víveres? —inquirió Rig. Dhamon hizo un gesto de asentimiento—. Entonces, zarparemos por la mañana, mientras siga el buen tiempo. Voy a contratar un par de hombres... si no os importa. Dudo que alguno de vosotros dos sirva de mucha ayuda en un barco.
Rig y Shaon habían inspeccionado a fondo la carraca para cuando Dhamon y Jaspe llegaron a los muelles, con las primeras luces del día. La vela delantera era cuadrada, igual que la del Cazador del Viento, pero la mesana era una vela latina, cuya forma recordaba un triángulo irregular. La embarcación tenía veintiséis metros de eslora y diez de manga.
Estaba en buen estado, con el casco recién pintado en un color verde oscuro y la cubierta bien lustrada con barniz. En la proa se le había pintado un nuevo nombre: Yunque de Flint.
—Un barco más grande habría sido mejor —comentó Rig, que estaba encaramado al palo mayor—. Uno con la quilla más profunda y un tercer mástil. Y también con un nombre de sonido más ligero.
—¿Has cambiado de opinión? —preguntó Dhamon.
—No. Sólo os estoy advirtiendo que va a notar el oleaje un poco más de lo que me hubiera gustado, y, desde luego, muchísimo más de lo que a ti o a Jaspe os apetecería. Espero que no os mareéis y vayáis dejando recuerdos por la cubierta.
Dhamon se aseguró de que las provisiones estaban a bordo, incluidos doce barriles de agua fresca que habían sido apilados en forma de pirámide, cerca del palo de mesana. Todavía le quedaban cincuenta monedas de acero, de sobra para comprar más vituallas en un puerto a lo largo de la travesía. No estaba seguro de lo que haría cuando se quedara sin dinero. Tal vez ese tal Palin Majere era rico, pensó.
Shaon había contratado una tripulación de cuatro hombres, tres de los cuales se afanaban en hacer los últimos ajustes en los aparejos. El cuarto subió a bordo mientras Jaspe discutía con Shaon sobre la distribución de los camarotes. El nuevo tripulante iba acompañado por un lobo.
—Nada de animales —se opuso Dhamon tajantemente.
El lobo medía alrededor de un metro hasta la cruz, y tenía un denso pelaje rojizo y los ojos dorados. El hombre debía de medir más de dos metros, era fornido, tenía la piel curtida, y sus rasgos eran toscos: frente ancha, ojos negros muy separados, y nariz roma. Llevaba un chaleco sin camisa debajo, y el resto de su indumentaria estaba ajada. Un reluciente aro de oro, que colgaba de su oreja derecha, parecía ser el objeto más valioso que poseía.
—Un semiogro —masculló Jaspe.
—El lobo no viene —insistió el guerrero.
—Dhamon, éste es Groller Dagmar —replicó Rig—. A ti no te presento porque no me oiría. Es sordo. Después de Shaon y de mí, es el marinero más competente que podrías encontrar. Lo quiero en mi tripulación, así que se queda. Y eso significa que el lobo también se queda. A menos, claro está, que prefieras empezar a buscar otro capitán.