Dhamon metió la mano en el bolsillo y tanteó el estandarte de seda que Goldmoon le había entregado. Siguió callado.
—No me importa la lluvia, y un chubasco no es mayor inconveniente para un buen marinero, pero todavía tenemos que navegar un gran trecho antes de dejar atrás el territorio de Escarcha, y una posible tormenta con icebergs incluidos es algo a lo que prefiero no enfrentarme. Éste será mi barco después de que os deje en Palanthas, y quiero que esté en una pieza. —Su mirada fue hacia el galeón en dique seco—. Por lo tanto zarparemos antes del anochecer.
Dhamon pasó junto al marinero y empezó a bajar por la pasarela hacia el muelle.
—¡Eh! ¿Adónde vas? Salimos dentro de un par de horas.
—Voy a hablar con algunos marineros. Quizás alguno ha venido del norte, y tal vez sea lo bastante listo para interpretar el mensaje de las nubes de allí y pueda darnos información valiosa.
—¡Shaon, te quedas al mando del barco! —gritó Rig—. Espera, Dhamon, voy contigo. —Mientras pasaba junto a Ampolla, el marinero añadió:— Siento de verdad lo de tu pequeño amigo.
Jaspe y Groller iban por una acera de tablones que se extendía a lo largo de la calle que había a continuación de los muelles. Caergoth era la capital de Southlund, y como tal era una urbe bastante extensa con un bonito paseo marítimo. Varios de sus edificios tenían marquesinas de muchos colores que se extendían sobre la acera a fin de proteger a los compradores de la lluvia o el sol, dependiendo del tiempo que hiciera. Otros establecimientos tenían carteles en los escaparates en los que anunciaban sus especialidades —sopa de marisco, aguardiente amargo, túnicas de cuero teñido, botas de piel de anguila, y cosas por el estilo— con los que podrían atraer a posibles clientes al interior.
—Realmente no puedes oírme, ¿verdad? —preguntó Jaspe, que miraba al semiogro de hito en hito.
Groller le sostuvo la mirada y enarcó una ceja. El semiogro no oía nada, pero sus otros sentidos sí funcionaban. Sus ojos captaron la expresión exasperada en el rostro del enano. Groller frunció los labios y extendió los brazos ante sí, formando un círculo. Después señaló con la barbilla hacia el comercio de un barrilero que había a media manzana de distancia. Jaspe no reparó en el letrero que representaba un montón de barriles apilados hasta que el semiogro se lo señaló.
Sin esperar contestación, y puesto que en cualquier caso tampoco la habría oído, Groller dio media vuelta y echó a andar hacia el comercio. El lobo rojo trotaba a su lado, atrayendo las miradas de los transeúntes.
Jaspe iba a llamarlo para pedirle que caminara más despacio, pero se calló a tiempo y en cambio rezongó por lo bajo algo sobre «gritarle a un sordo», y alguna que otra maldición. Apresuró el paso para alcanzarlo, cosa nada fácil debido a las rápidas y largas zancadas del gigantesco semiogro.
Poco antes de llegar a la puerta de la tienda, Jaspe logró llegar junto a él y, casi sin resuello, tiró del chaleco de Groller. El semiogro se volvió y bajó la vista hacia el enano.
—Mmmmm. ¿Cómo consigo que me entiendas? —rezongó Jaspe para sí—. Necesitamos once barriles. ¿Te dijo Rig cuántos tenías que comprar? No, por supuesto que no te lo habrá dicho. Para eso tendrías que poder escuchar. Menos mal que he venido. —Hizo un gesto con los brazos, igual que el que había hecho Groller, formando un círculo delante del pecho. A continuación, juntó las manos ahuecadas y simuló beber.
El semiogro sonrió y asintió con la cabeza.
—Así que puedes entenderme —dijo Jaspe—. O, al menos, eso creo. —Levantó las manos y extendió los diez dedos; después los cerró y levantó sólo el índice.
—Oo... on... ce —balbució Groller—. Ba... rriles. Sé. Yo no ne... ció. Sólo sordo.
Costaba un poco de trabajo entenderlo, pero Jaspe comprendió lo esencial y asintió con la cabeza frenéticamente. La pareja entró en el establecimiento.
Groller se dirigió al mostrador, y un delgado y anciano tendero salió casi inmediatamente de detrás de una cortina. El enano, que se había quedado retrasado para observar, imaginó que el tendero había advertido su presencia por el crujido del suelo bajo los pies del semiogro.
—¡Nada de animales aquí! —gritó el delgado anciano, cuya estatura apenas sobrepasaba el metro y medio. Llevaba una camisa que debía de ser un par de tallas más grande de lo que le correspondía. Un delantal de cuero colgaba de su cuello—. Lo digo en serio. No...
El lobo rojo aplastó las orejas y soltó un quedo gruñido que cortó las protestas del tendero. Groller señaló una hilera de barriles que había apilados contra la pared. Luego sacó un trozo de pizarra de un bolsillo y garabateó algo con una tiza, tras lo cual lo sostuvo frente al tendero.
—No sé leer —dijo el hombre, sacudiendo la cabeza.
Groller se guardó el trozo de pizarra en el bolsillo.
—On... ce —dijo lentamente. El semiogro metió los gruesos dedos en un bolsillo del chaleco y sacó unas cuantas monedas—. Oo... on...ce ba...rri...es lle...nos de agua. —Le entregó el dinero—. Mandar mue... lles. «Unque de Film.»
El tendero lo miró con desconcierto y se pasó los dedos por el ralo cabello.
—¿Once barriles? —preguntó. El lobo ladró y movió la cola—. ¿Para enviar a los muelles? —El lobo volvió a ladrar—. ¿Cuál era el nombre del barco?
—El Yunque de Flint —intervino el enano, y el lobo soltó un tercer ladrido—. Así que no eres sordo de nacimiento —comentó Jaspe mientras salía de la tienda en pos de Groller—. Has oído normalmente, al menos durante un tiempo. De otro modo, no podrías hablar. Y supongo que supiste hacerlo mejor en el pasado. Probablemente es difícil conseguir que las palabras suenen correctamente si no puedes oírlas. —Tiró del fajín del semiogro para llamar su atención.
Jaspe se señaló un oído y después cerró los dedos y los movió como si hiciera una bola con algo y lo tirara. A continuación señaló a Groller y se encogió de hombros.
—Sordo t... tres a... ños —respondió Groller.
El enano señaló a un hombre y a una mujer que entraban en la tienda de un curtidor. Un chiquillo trotaba detrás de ellos. Después Jaspe señaló a Groller.
—No famil... lia. Ya no. Toda muerta. —Una expresión triste asomó al rostro señalado con cicatrices del semiogro, que se agachó para rascar las orejas del lobo—. Sol... lo Fuu... ra.
Jaspe ladeó la cabeza, sin comprender la última palabra.
Groller apretó los labios en una fina línea y bizqueó como si se hubiera vuelto loco. Después entrecerró los dedos de la mano derecha y los puso sobre su corazón. De repente, apartó la mano con violencia. El semblante de Groller recuperó su habitual talante sereno y se inclinó para acariciar de nuevo al lobo.
—Enfadado. Furioso —masculló el enano—. ¡Furia! El nombre del lobo es Furia. Entiendo. —Jaspe sonrió y entonces se dio cuenta de que era la primera vez que sonreía desde hacía días.
Groller, que no oía a Jaspe, dio un empujoncito al lobo y los dos echaron a andar. El enano los vio dirigirse hacia una posada que anunciaba su especialidad en sopa de marisco y ron oscuro. El lobo rojo se sentó fuera a esperar, obedientemente. Jaspe se relamió y tanteó el dinero que llevaba en el bolsillo.
—Tengo suficiente —susurró—. Y estoy hambriento. —Echó un vistazo hacia el puerto y después se reunió con Groller.
Dhamon se paró para charlar con el timonel de una carraca. El hombre estaba en la playa, mirando hacia una hilera de edificios de piedra y madera que había cerca de los muelles. Una en particular atraía su atención. Sobre la puerta lucía un gran letrero en el que había pintada una jarra rebosante de cerveza. El timonel carraspeó, se pasó la lengua por los resecos labios, y comentó que tenía sed, pero siguió charlando con Dhamon. Rig no se anduvo con sutilezas e intervino en la conversación: