Выбрать главу

—¡La dama estaba conmigo! —bramó en ese momento el joven caballero, ahogando las palabras de su superior—. ¡Vuelve corriendo a tu barco mientras tienes oportunidad de hacerlo, negro remedo de enano gully asustado!

—¿Que corra? ¿Asustado? —estalló Rig—. ¡Jamás!

Por el rabillo del ojo, Dhamon vio a Rig y al joven caballero abalanzarse el uno contra el otro. El corpulento marinero paró la precipitada embestida del caballero. Cuatro de sus compañeros desenvainaron las armas, pero no intervinieron en el enfrentamiento.

—¡Lucha! —gritó alguien—. ¡Vamos!

El joven caballero levantó la espada por encima de su cabeza y la bajó violentamente, con intención de propinar un golpe en el hombro de Rig. El marinero era rápido, e interpuso el alfanje para frenar el ataque. La espada del caballero salió rebotada, sin llegar a tocar a Rig, y éste contraatacó con un golpe dirigido al muslo del hombre joven. Dhamon soltó un suspiro de alivio al comprender que el marinero sólo intentaba herirlo, no matarlo.

El caballero tenía cierta destreza, y dio un paso atrás y paró el ataque del marinero con su propia espada, justo debajo de la empuñadura. La táctica sirvió para evitar que el caballero saliera herido, pero la larga espada se quebró debido al ángulo del impacto, y la hoja cayó a la arena. Maldiciendo, el caballero arrojó la inútil empuñadura al suelo y miró furioso a Rig.

De nuevo, el marinero bajó su arma, aunque sólo un instante, ya que otros dos caballeros se adelantaron. El primero se movió hacia la derecha de Rig, y el otro lo atacó de frente mientras trazaba un amplio arco con la espada dirigida a su pecho.

Rig se agachó y la hoja le pasó silbando por encima; con la mano izquierda sacó dos dagas de la vuelta de la bota, se puso una entre los dientes, y balanceó la otra ante el caballero que avanzaba hacia él.

—¡No me equivoco! —Las palabras salieron bruscamente de la boca del oficial, y Dhamon giró la cabeza a tiempo de ver al oficial apuntándole con el dedo—. Llevas el cabello más largo, pero te recuerdo bien. ¡Prendedlo! —El oficial desenvainó la espada y se abalanzó contra Dhamon. El caballero que estaba junto a él lo siguió.

—¡Mirad! —gritó alguien desde los muelles—. ¡Ahí hay una pelea!

Con un grácil movimiento, Dhamon sacó la espada y frenó el ataque del oficial, que iba delante. Las espadas chocaron con estrépito. El guerrero giró sobre la arena y paró la arremetida del segundo caballero justo a tiempo de evitar que le cortara el brazo con el que manejaba el arma.

El oficial atacó de nuevo, descargando un tajo, y Dhamon tensó los músculos de las piernas y saltó, pegando las rodillas contra el pecho. La hoja silbó por debajo de sus botas. Al tiempo que descendía, Dhamon lanzó una patada, que alcanzó de lleno al oficial en el pecho y lo derribó.

Ágil como un bailarín, Dhamon aterrizó sobre el pie izquierdo y giró para enfrentarse a la arremetida del segundo caballero. La arena frenó la carga del hombre, y Dhamon pudo esquivar la estocada.

El guerrero golpeó a su adversario, pero la espada rebotó contra la negra armadura. Su segunda estocada fue más certera, y la hoja se hundió profundamente entre la hombrera y el peto. Con un gemido, el caballero cayó hacia adelante. Dhamon tiró con fuerza para sacar la espada.

Tras él, el oficial se estaba incorporando y alargaba la mano hacia su espada caída. Dhamon se adelantó rápidamente y apartó el arma de un punterazo, y acto seguido propinó una patada con el tacón al estómago del hombre, impidiéndole levantarse. Otros dos caballeros avanzaron hacia él.

—¡Apuesto por los caballeros! —gritó alguien.

—¡Y yo por el hombre negro!

Dhamon vio que uno de los caballeros se lanzaba al ataque. Echó la espada hacia atrás, por encima del hombro, y giró al tiempo que descargaba un golpe en arco. El acero acertó a dar en el cuello del hombre y lo decapitó.

—¡Doblo la apuesta por el rubio! —jaleó alguien—. ¡El mendigo sólo estaba jugando con ellos!

Una multitud se estaba reuniendo alrededor de los combatientes, y el tintineo de monedas de acero se mezcló con el sonido metálico de las armas.

Dhamon se arriesgó a echar una rápida ojeada a Rig y vio que el marinero no estaba en apuros, ni siquiera sudaba. Había dos caballeros en el suelo, cada uno con una daga clavada en la garganta. Otros dos caballeros se enfrentaban a él ahora. Dhamon conocía la máxima de nunca más de dos para un solo enemigo; más ventaja sería deshonroso.

El marinero blandió el alfanje para frenar la carga de sus atacantes. Su mano izquierda fue veloz hacia la cintura y soltó el fajín rojo. Empezó a girarlo en amplios círculos, y el fajín silbó en el aire. Estaba cargado en las puntas, como unas boleadoras, y el caballero que se abalanzaba sobre él comprendió demasiado tarde su intención.

Rig arrojó el fajín, que, girando sobre sí mismo, se enroscó alrededor del brazo armado y la cabeza del caballero más próximo. El hombre se paró para desenredarse y, en ese momento, el marinero se adelantó veloz y hundió el alfanje en una estrecha fisura del peto. El caballero sufrió una sacudida hacia atrás, con el arma hincada profundamente en el estómago.

Aparentemente desarmado, Rig se tiró en la arena para eludir la furiosa arremetida de su segundo oponente. Al mismo tiempo, metió la mano en la pechera de la camisa de seda y sacó otras tres dagas. La primera se la arrojó al enemigo que tenía de pie junto a él. La daga ensartó la mano del caballero, haciendo que soltara la espada.

Las otras dos dagas continuaron en la mano derecha de Rig. Mientras se incorporaba de un salto, adelantó la mano izquierda y arrojó un puñado de arena al rostro del desarmado caballero. Cegado, el hombre sacudió la cabeza y retrocedió, pero Rig continuó el ataque y le clavó las dagas gemelas en el costado.

—¡No! —gritó Dhamon. Se agachó para esquivar la estocada de su enemigo más cercano y blandió la espada para atraer la atención del marinero—. ¡Son caballeros! —bramó. De nuevo tuvo que agacharse ante un sincronizado ataque—. ¡Combaten de manera honorable! No más de dos contra ti cada vez. ¡Y tú deberías luchar con honor también!

Dos caballeros continuaron atacando a Dhamon y lo obligaron a apartar su atención del marinero. Uno de ellos, un hombre fornido y musculoso, arremetió por la izquierda, pero era un ataque falso, ya que de inmediato se desvió a la derecha y lanzó un golpe directo contra el desprotegido pecho de Dhamon.

El guerrero giró sobre sí mismo justo a tiempo de evitar que lo ensartara de parte a parte, pero el acero del fornido caballero desgarró su túnica. Una fina línea rojiza manchó los bordes de la tela cortada. Dhamon retrocedió para eludir otra estocada y se encontró en el camino de la espada del segundo caballero. Aunque no tan diestro como su compañero, el golpe del caballero acertó a cortar el brazo de Dhamon, justo por debajo del codo.

El guerrero apretó los dientes. Era un corte profundo, y sintió la calidez de la sangre. Se esforzó por hacer caso omiso del dolor y apretó los dedos en torno a la empuñadura de la espada.

El hombre fornido atacó de nuevo. Dhamon hincó las rodillas en la arena y sintió el zumbido del aire sobre su cabeza al pasar la formidable estocada del hombre. Sin vacilar, impulsó la espada hacia arriba y ensartó al musculoso caballero. En el mismo instante, propinó un codazo al segundo caballero para obligarlo a recular.

El hombre gimió y retrocedió un paso, y contempló cómo su experto compañero se desplomaba de cara, hincando más profundamente la hoja en su estómago al caer en la arena.

—¡Bravo! —gritó alguien entre la multitud, cada vez más numerosa, y se alzó un vítor entre los espectadores.

—¡Págame! ¡El mendigo ha matado a otro! —chilló otra persona.

—¡Pongamos fin a esto! —bramó Dhamon para hacerse oír sobre el aplauso—. ¡Ya! —Vio que el oficial se esforzaba por ponerse en pie, ayudado por el caballero que acababa de enfrentarse a él.