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—¿La hoja de roble?

—Ésa representa mi estación favorita, el otoño, y está arrugada para simbolizar que se soltó del árbol hace mucho tiempo, igual que yo llevo mucho separada de mi tribu. La pluma de arrendajo simboliza mi tendencia a vagabundear, igual que una pluma llevada por el viento, y señala mi amor por los pájaros.

—¿Y el rayo?

—Es rojo para simbolizar el color de los lobos con los que conviví. La manada se mueve veloz cuando está cazando, como el relámpago de una tormenta, y cae sobre su presa con poca o ninguna advertencia.

—Así que ataca como un relámpago, ¿no? —preguntó Dhamon.

—Eso es —rió la elfa mientras asentía—. Aprendí a comunicarme con los lobos, y también con otras criaturas salvajes. Las personas utilizamos demasiadas palabras, algunas para decir lo mismo. Un barco no es sólo un barco: es un galeón o una carraca. La tierra no es sólo tierra: es llanura o matorral o tundra. Para los lobos, lo importante son los conceptos y los objetos, no las palabras. Aprendí cómo ver a través de sus ojos y a fundir mis sentidos con los suyos, una sensación atemorizadora al principio, pero maravillosa. Esa clase de magia no ha desaparecido de Krynn. No es fácil encontrarla, pero todavía sigue siendo abundante.

—¿No echabas de menos a los tuyos? —Dhamon avanzó un paso.

—Regresaba al valle de vez en cuando —repuso la elfa al tiempo que se encogía de hombros—. Y recorrí otras zonas de Ergoth del Sur, en parte por curiosidad y en parte para reanudar mi relación con los pocos amigos que había dejado atrás. Mi último viaje fue... Bueno, era primavera, y la tierra había sufrido cambios, se había hecho más fría de forma gradual. Los lobos estaban inquietos; percibían que algo iba mal.

Feril recordó que el viaje al pueblo le había llevado más de dos semanas y que, cuanto más al sur se internaba, más empeoraba el tiempo. El paso por las montañas resultó peligroso, ya que el invierno se aferraba a las cumbres con dureza. Pero finalmente llegó a su destino, aunque le costó varios días darse cuenta.

—Al principio no pude encontrar el pueblo. La blancura de la nieve se extendía en todas direcciones, y era tan profunda que los árboles daban la impresión de no tener troncos. No había señales de personas, casas ni caminos, pero seguí buscando. Cuando retiré suficiente nieve, casi me volví loca por lo que encontré. —Hizo una pausa antes de que una oleada de recuerdos hiciera que las palabras salieran a borbotones de sus labios.

»Las ruinas del pueblo yacían debajo del manto de nieve; las casas de madera habían sido hechas pedazos. Había trozos de cuerpos helados esparcidos bajo las tablas y los muebles rotos. Se veían grandes huellas de garras en el suelo. Intenté seguirlas hasta su punto de origen, pero fue inútil.

»Había demasiada nieve y hielo cubriéndolo todo. Vi unos pocos animales por los alrededores... conejos, tejones, alces... así que usé mi magia natural hasta el agotamiento para ver a través de sus ojos, para encontrar algún rastro de la criatura responsable.

—¿Lo conseguiste?

La elfa se volvió hacia Dhamon; una lágrima resbalaba por su mejilla, siguiendo la curva de la hoja de roble.

—Fui capaz de entrar en contacto con el alce que acababa de salvar una elevación situada a casi veinte kilómetros al sur del pueblo. Percibí algo, y noté el miedo que atenazaba su corazón. El animal hizo intención de huir, pero mi mente compartía su cuerpo, y lo convencí para que se quedara. Al principio lo único que vimos fue nieve, grandes bancos que enterraban prácticamente un amplio calvero. Pero entonces atisbamos unas charcas gemelas de gélido color azul y, extendiéndose detrás, una loma irregular de hielo. Me pregunté por qué las charcas no se habían helado; pero entonces las charcas parpadearon. Eran ojos, y la irregular loma de hielo era la cresta que corría por el cuello y la espalda del monstruo. Mientras el alce lo miraba fijamente, la criatura, un dragón, se levantó de la nieve y cargó.

»Insté al alce a huir a toda velocidad, pero el miedo lo tenía paralizado. El dragón era una montaña blanca, más alto en la cruz que los grandes abetos. Cuando el monstruo abrió las fauces, todo cuanto el alce y yo pudimos ver fue una negra gruta plagada de colmillos que semejaban carámbanos. La gruta se acercó, y entonces sólo hubo oscuridad y dolor. El alce murió, y por un instante también yo sentí como si me hubiera engullido. Di media vuelta y eché a correr.

—¿Cómo llegaste a Caergoth?

Feril se giró de nuevo hacia la batayola y contempló el mar fijamente.

—Nadé durante mucho tiempo. Un encantamiento que había realizado me permitía respirar en el agua. Dormía en el fondo del mar, cerca de los arrecifes, donde podía estar a salvo cuando era de noche. Finalmente, llegué a la costa, pero nadie en Caergoth me hizo caso. Supongo que no puedo reprochárselo. Los dragones son formidables.

Poco después de medianoche, la tormenta alcanzó repentinamente al Yunque de Flint.

Shaon se ató a la rueda del timón para evitar caer por la borda y también para asegurarse de que hubiera alguien tripulando el barco. Rig se ocupaba de las velas, que en ocasiones se hinchaban y otras veces se quedaban flojas a causa del viento variable. Los mástiles, crujiendo en protesta por el constante azote, amenazaban con partirse.

Dhamon y Ampolla ayudaban con los cabos. Despiertos por el excesivo cabeceo del barco, habían dejado la cubierta inferior y hacían cuanto estaba en su mano para seguir las instrucciones de Rig, pero el aullante ventarrón ahogaba las órdenes del marinero y los dos tenían que adivinar sus palabras.

La lluvia disimuló las lágrimas de Ampolla cuando la kender agarró un cabo suelto con las manos enguantadas e intentó tensarlo de nuevo. La cuerda, como todo y todos los que se encontraban en cubierta, estaba resbaladiza por el agua salada, y resistió todos sus esfuerzos. Unos pinchazos de dolor, helados y ardientes, laceraron sus muñecas y se extendieron por sus brazos, de manera que la kender tuvo que morderse los labios para no gritar. «¡Moveos! —instó a sus dedos—. ¡Da igual cuánto os duela; pero, por favor, moveos!» Por fin el tesón de la kender tuvo su recompensa... y su castigo; una punzada dolorosísima se propagó desde las puntas de sus dedos hasta la espina dorsal, pero Ampolla no aflojó las manos y finalmente fue capaz de amarrar el cabo suelto.

Las olas se hincharon hasta coger gran altura, y envolvieron la proa del barco, amenazando con arrastrar al Yunque al fondo del mar. Ampolla se abrazó a la base del cabrestante cuando otra ola barrió la cubierta. Hizo un gesto de dolor cuando movió los dedos para buscar un agarre más firme. Deseó poder acurrucarse bajo cubierta, como había hecho durante la travesía a través del Turbión, pero sabía que la necesitaban.

Feril subió a gatas por la escotilla justo en el momento en que una ola rompía sobre la cubierta. El agua la golpeó y la lanzó hacia babor. La elfa agitó los brazos, tratando de encontrar algo a lo que agarrarse, y sus dedos se cerraron sobre un cabo. Otra ola la zarandeó, y la cuerda escapó de su mano y la golpeó en la cara como un látigo. Feril salió lanzada a través de la cubierta, y su espalda chocó contra la batayola. Se quedó sin respiración por el encontronazo, y se apoderó de ella una sensación de mareo. Rodeó con los brazos una barra de la batayola. De nuevo el agua la golpeó, pero la elfa se las arregló para no soltarse a pesar de estar casi inconsciente.

Desde alguna parte, hacia la proa del barco, creyó oír un grito, pero era muy difícil entender lo que decían en medio del salvaje aullido del viento y del chasquido de las velas.

Entonces sintió que el Yunque escoraba, y tuvo que concentrarse en su propia supervivencia. El barco se inclinó hasta casi tumbarse de costado, y la batayola a la que iba agarrada rozó prácticamente el agua. Feril cerró los ojos y evocó un conjuro cuyas palabras le permitirían respirar en el agua. Pero el embate de las olas rompió su concentración, y sufrió una arcada cuando el agua salada le entró en la boca.