Выбрать главу

Las olas que rompían contra el barco eran ensordecedoras ahora que la tormenta había cobrado intensidad. A través de un velo de agua salada y lágrimas, Feril se preguntó durante un fugaz instante qué estaría experimentando Groller, para quien el fragor de una tormenta desatada no significaba nada. De nuevo el barco escoró, esta vez hacia estribor. La elfa se sintió impulsada hacia arriba, y entonces una mano fuerte la agarró del brazo y la puso de pie de un tirón.

Rig la arrastró lejos de la batayola. El marinero le gritaba algo que la elfa no entendía y trataba de hacerse oír por encima de la baraúnda. Después la empujó hacia el palo mayor. Los dedos de Feril tantearon en busca de algo a lo que agarrarse, y acabó encontrando un cabo que estaba enrollado alrededor del mástil.

Entonces oyó otro grito, débil, pero esta vez no le cupo duda de que el ruido lo había hecho una persona. Rig también lo oyó, y la elfa lo vio cerrar los ojos y soltar un profundo suspiro. De algún modo, el marinero nunca perdía el equilibrio; se mantenía siempre en pie como un gato, flexionando las piernas cuando el barco cabeceaba, sin dar un traspié nunca.

—¡Quédate aquí! —le gritó.

Rig encontró a Dhamon luchando a brazo partido con un cabo que se había soltado de la vela mayor. El marinero lo agarró por la cintura para evitar que el agua lo arrastrara, y entre los dos consiguieron amarrarlo de nuevo. Dhamon se volvió para ocuparse de otro cabo que amenazaba con soltarse, mientras Rig se dirigía trabajosamente hacia la rueda del timón; soltó un suspiro de alivio al ver que Shaon seguía allí.

—¡Hemos perdido a dos tripulantes! —gritó la mujer mientras giraba bruscamente la rueda hacia babor—. Estaban cerca de bauprés. Los vi caer por la borda, pero no pude hacer nada. Creo que el lobo cayó también.

—¿Y Groller? —Rig estaba ronco de tanto gritar.

—¡Está en el palo de mesana, o al menos allí estaba!

—¿Y el enano?

—¡No estoy segura!

—¡Como no cambie el tiempo, estamos perdidos! Hemos dejado atrás los icebergs, pero según las cartas de navegación hay unos islotes por esta zona, y también algunos bajíos. ¡Podríamos acabar estrellándonos con ellos o encallando!

—No veo nada —jadeó Shaon. Sacudió la cabeza para quitarse el agua de los ojos. Tenía la ropa y el cabello empapados y pegados al cuerpo, y temblaba violentamente, tanto de miedo como de frío.

La mano de Rig le acarició el hombro, y después el marinero se marchó, de vuelta hacia el entrepuente para comprobar cómo les iba a Dhamon y a Feril. A través de las cortinas de agua, atisbo la corpulenta figura de Groller en la vela mesana, y soltó otro suspiro de alivio.

—¡Deberíamos habernos quedado en puerto! —gritó a Dhamon cuando estuvo cerca de él—. ¡No vemos por dónde vamos, y cabe la posibilidad de que encallemos! ¡Ya hemos perdido a dos hombres!

Merced a su agudeza de oído, Feril alcanzó a escuchar las palabras, y comprendió que encallar podría significar la muerte de todos ellos. «He de hacer algo —pensó—. Tengo que...» Se ató la cuerda a la cintura y se puso a gatas sobre la cubierta. Las olas rompieron sobre ella mientras plantaba las manos en la madera para que sus dedos pudieran percibir la fuerza del agua.

Cerró los ojos y musitó unas palabras que sonaron como el apagado chapoteo de un suave oleaje contra el casco. La kalanesti sintió unos dolorosos latidos en la cabeza a causa del esfuerzo de mantener la calma. Se concentró en el agua, en su tacto, en su olor, en su movimiento, en su frialdad.

Por fin su esfuerzo se vio recompensado. Notó como si se deslizara, se sumergiera, con el agua rodeándola por completo, acariciándola, instándola a ir hacia ella, a formar parte de ella. Se dejó arrastrar junto con las olas, que ya no eran amenazadoras, sino agradables. Tuvo la sensación de que el poder pasaba a través de ella mientras el Yunque cabeceaba y se sacudía. Entonces se concentró en ampliar su visión más allá del barco, debajo de las crestas de blanca espuma, lejos del constante batir del viento. La oscuridad no le dio miedo; era agua de mar, y el agua de mar no necesitaba al sol ni a la luna. Extendió sus sentidos, y tocó arrecifes, acarició la vegetación llena de colorido; después amplió más su alcance hasta localizar una solitaria roca que asomaba sobre la superficie, oculta por las altas olas. La formación era negra como la noche, y Feril supo que Shaon no podría verla. Estaba directamente en el paso del Yunque.

—¡A la derecha! —advirtió la kalanesti.

—¿Qué? —oyó gritar a Rig.

—¡Virad rápidamente a la derecha o el barco se estrellará! ¡Hacedlo!

El marinero le creyó y le advirtió a Dhamon, que a su vez le transmitió a Shaon la orden de virar bruscamente a estribor. En cuestión de segundos, el Yunque se desplazó en un pronunciado ángulo y esquivó el escollo por muy poco.

Feril soltó un suspiro de alivio y dejó que su mente llegara más lejos, delante del barco. Detrás del arrecife, un grupo de delfines nadaba hacia uno y otro lado, nerviosos. Estaban a bastante profundidad para que la tormenta los preocupara y, sin embargo, algo los inquietaba. La kalanesti se sumergió más hasta encontrarse entre ellos, buscando lo que causaba su ansiedad. ¿Tiburones quizá? Extendió más el alcance de su mente, tratando de establecer contacto con uno de los delfines, pero en ese momento los animales se espantaron y empezaron a nadar en todas direcciones. A su alrededor el agua empezó a agitarse con violencia.

Feril sintió que el agua era desplazada por algo muy grande. Un trío de delfines nadaron, enloquecidos, hacia ella, y entonces la elfa sólo vio oscuridad. Un chorro de burbujas la rodeó al tiempo que el agua parecía espesarse y volverse más caliente. ¡Sangre! Se apartó del lugar hasta salir de la oscuridad, y sus sentidos pudieron percibir una hilera de afilados colmillos semejantes a carámbanos.

«¡El dragón!», gritó dentro de su cabeza, y las palabras también salieron de sus labios, en la cubierta del barco.

—¡El Dragón Blanco está ahí debajo, aprovechando la tormenta para darse un festín!

Presenció cómo el monstruo devoraba a los delfines, alcanzándolos y tragándoselos del mismo modo que un róbalo se habría tragado los más pequeños alevines. La inmensa bestia giró en el agua, y la gigantesca cola se sacudió tras ella y golpeó un pináculo rocoso, que se partió y cayó al fondo marino. Feril sintió que el corazón le palpitaba alocadamente en el pecho, aterrada aunque sabía que el dragón no podía verla, ya que su cuerpo estaba a salvo en cubierta. La elfa intentó tranquilizarse, y entonces vio que el dragón miraba hacia arriba. Su inmensa cabeza blanca apuntaba hacia algo que tenía encima. La kalanesti siguió su mirada y divisó el casco del Yunque moviéndose en el agua como si fuera unos restos flotantes. Se estremeció. El mar se había vuelto terriblemente frío alrededor de la bestia.

Entonces contempló con horror cómo el dragón pegaba las alas contra los costados y se impulsaba con las musculosas patas traseras en dirección al barco. Abrió las fauces y lanzó un cono de hielo que golpeó al Yunque con tal fuerza que lo levantó del agua.

El barco escoró a la derecha al caer de nuevo al mar con fuerza, levantando cortinas de agua. Dhamon se aferró al mástil para evitar salir lanzado por la borda, y Rig fue a parar cerca de donde estaba Feril.

—¿Qué ha sido eso? —le oyó gritar la kalanesti.

—¡A la izquierda! —chilló ella al notar que el dragón se desplazaba a la derecha, en pos del barco.

Rig transmitió la orden a Shaon, y la embarcación se inclinó a babor mientras el Dragón Blanco pasaba por debajo. La cresta irregular de la bestia asomó en la superficie cortando el agua como una hilera de aletas de tiburones, y después el dragón se sumergió y cambió de rumbo para hacer otra pasada.