Feril sabía que el Yunque no podía dejar atrás a la criatura, y que sólo era cuestión de minutos que el barco acabara hecho astillas. Con todo, siguió dando instrucciones a Rig. De nuevo, el dragón dio media vuelta, pero en esta ocasión no salió a la superficie, sino que se sumergió más mientras la sorprendida kalanesti lo seguía hasta la revuelta arena del fondo, donde un gigantesco calamar se impulsaba, intentando escabullirse. El dragón había decidido perseguirlo, de repente más interesado en la carne de otra presa.
El Blanco desapareció de su vista, perdido en un remolino de arena y tinta. En cubierta, Feril se mordía el labio inferior con tanta fuerza que sintió el sabor de la sangre. ¿Regresaría el dragón? Sus sentidos continuaban bajo la quilla del Yunque, que seguía cabeceando. No habría sabido decir cuánto tiempo pasó, pero estuvo durante otras dos horas escudriñando el agua y dirigiendo al barco alrededor de escollos sumergidos, islotes, bajíos y torbellinos. El dragón no volvió a aparecer, y por fin la tormenta aflojó y el mar se serenó.
—Unos daños mínimos en el barco —resopló Shaon mientras se desataba y se dirigía, tambaleándose, hacia Rig y Dhamon, que estaban inspeccionando el palo mayor—. Pero nos faltan dos hombres.
—Sabían que habría riesgo hacia donde nos dirigíamos —gruñó Rig—. Jamás les hice falsas promesas. Espero que podamos contratar a uno o dos en el próximo puerto de escala. No me gusta andar corto de tripulación. —El marinero inhaló profundamente. Para sus adentros podía lamentar la pérdida de los hombres, pero el código del mar rehusaba la manifestación de sentimentalismos—. Podemos dar gracias de no estar todos muertos. Cuando el dragón salió a la superficie, creí que estábamos perdidos.
Hizo una mueca y echó una mirada a la dormida kalanesti. Después de haber hecho su trabajo tan bien, Feril se había desplomado por el agotamiento, con la cuerda aún atada a su cintura. Tenía los mechones castaños pegados a su cabeza y la ropa adherida al cuerpo. Un hilillo de sangre escurría de su labio inferior, y todavía yacía sobre un charco de agua. Las olas no habían borrado las pinturas de su rostro y de su brazo. Parecía una muñeca de trapo rota y tirada a un lado.
—Podría haber sido mucho peor —dijo Rig al tiempo que señalaba a Feril con la barbilla—. Gracias a ella el barco sigue de una pieza.
Shaon apretó los puños y se puso en jarras.
—¡Pues yo no la he visto a la rueda del timón! —barbotó. La mujer de piel oscura lanzó una mirada enfurecida a Rig, después pasó ante él y empezó a bajar la escalera, apartándose a un lado un instante para dejar pasar a Jaspe, que subía a cubierta.
»Voy a cambiarme de ropa —gritó—. Estaré de vuelta dentro de un rato... a no ser que no te haga falta.
El marinero suspiró.
—Más vale que baje y le diga algo para que no siga de uñas conmigo. —Rig dio unos pasos tras ella, pero se detuvo al ver a Groller junto al palo de mesana. Cerró las manos y las sostuvo a la altura de los hombros, y después las movió en un arco hacia uno y otro lado. El semiogro asintió.
»Groller se ocupará del timón —le dijo a Dhamon—. Prueba a ver si puedes desenredar el cabo de la vela de mesana, y después desata a Feril. Subiré dentro de un rato.
Dicho esto, desapareció bajo cubierta en silencio. Entretanto, Ampolla se había soltado del cabrestante. Sus guantes estaban empapados y helados, y tenían manchas de sangre. Metió las doloridas manos en los bolsillos para que nadie las viera, y se escabulló bajo cubierta para buscar otro par de guantes.
20
A Palanthas
—¿Qué pasa? —Feril vio a Dhamon cerca de la proa, contemplando las pequeñas crestas espumosas de las olas con semblante ceñudo.
—Nada. —El guerrero sacudió la cabeza—. Sólo estaba pensando en... cosas. —De hecho estaba pensando en Feril, que últimamente ocupaba sus pensamientos la mayoría de las veces.
—¿Pensabas en los dragones?
Él asintió en silencio.
—Algunos dicen que sólo quedan unas cuantas docenas —manifestó la elfa—. Al menos, eso era lo que se comentaba en el puerto de Caergoth. Hace unas pocas décadas los había a cientos. Estuve hablando con un viejo marinero que decía que los dragones grandes habían matado a los más pequeños. Los grandes que quedan poseen territorios, como la gran hembra Roja que domina el este, o la Negra del sur, junto al Nuevo Mar. —Hizo una pausa y se quedó mirando el mar—. Y también está el Blanco.
»Los dragones parecen tan fuertes como eran antes, tal vez incluso más. El Blanco alteró Ergoth del Sur mediante la magia. Son los que poseen la mayor parte de la magia existente.
—Jamás he confiado demasiado en ella —manifestó Dhamon—. Prefiero poner mi fe en algo sustancial, como mi espada. La magia ha desaparecido casi en su totalidad.
—Lástima que pienses así —dijo Feril suavemente, con el entrecejo fruncido—. La magia sigue siendo muy importante para algunos.
Dhamon sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas. No había querido molestarla. Nada más lejos de su intención. Abrió la boca para disculparse, pero ella se le adelantó:
—¿Cuánto tardaremos en llegar a Palanthas?
—Unas cuantas semanas. Ayer estuvimos en Puerto Estrella.
Rig había bajado a tierra para ocuparse de algunos asuntos. No quería que se repitiera un altercado como el de Caergoth, y ordenó a todos que permanecieran a bordo del barco. Varias horas después regresó con dos nuevos marineros, algunas provisiones y varias camisas de vivos colores para Dhamon.
—El rojo te sienta bien —dijo Feril, que con el índice acarició la camisa del guerrero y se echó a reír, para luego darse media vuelta y marcharse.
Se reunió con Rig en la rueda del timón.
—Escuché vuestra conversación sobre magia —le dijo el marinero. Su profunda voz sonó a través de la cubierta—. La magia me fascina.
«Apuesto a que sí», se dijo Dhamon para sus adentros al tiempo que echaba una ojeada por encima del hombro a Feril, que estaba de pie junto al corpulento marinero.
—La magia que prefiero utilizar me permite adoptar la forma de un animal —explicó la elfa—. Pero es agotador, y después me siento como si hubiera estado corriendo kilómetros y kilómetros. También puedo limitarme a mirar a través de sus ojos.
—¿Cómo adoptas la forma de un animal? —El interés del marinero parecía sincero.
Feril sonrió y bajó la mano hacia una pequeña bolsa de cuero que llevaba colgada a un costado. Tiró de la cinta que la cerraba, metió los esbeltos dedos dentro, y sacó un trozo de arcilla.
—Así —respondió y empezó a trabajar la arcilla con los pulgares.
En lo alto chilló una gaviota, y la elfa trabajo más deprisa la arcilla, formando la tosca figura de un pájaro con una fina cola y un pico algo romo. Utilizó la uña del pulgar para hacer una semblanza de ojos y alas pegadas al cuerpo. No era una obra artística, pero pareció satisfacerla.
—Una gaviota —dijo.
La kalanesti sostuvo la imagen de arcilla en la palma de la mano derecha, y cerró los ojos. Empezó a hacer un sonido, una especie de melodía que el ave en lo alto repitió con sus gritos. La distancia entre Feril y la gaviota se disipó, y la mente de la mujer se elevó hacia el ave, sintiendo el silbido del aire a su alrededor. De repente, se puso rígida, y una sonrisa asomó a su semblante. Estaba contemplándose a sí misma y al marinero desde arriba.
—Estoy por encima del barco —susurró—. Veo un trozo de arcilla en mi mano. Y veo a Dhamon observándonos y acercándose a nosotros. Jaspe está detrás del cabrestante. Tiene el ceño fruncido y sacude la cabeza. Shaon lo está mirando. Veo la bandera ondeando encima de la vela. A la gaviota le gusta mirar las velas.