—Ése era el límite de la ciudad. —Rig se había acercado al guerrero en silencio y ahora extendía el brazo señalando el extremo occidental de la antigua muralla—. Al seguir creciendo, tuvieron que construir fuera de los muros y abrir unas cuantas puertas para construir más calles y edificios. Ahora se extiende hasta las montañas. En realidad no puede crecer en otra dirección; quizás un poco hacia el este.
Dhamon divisaba las montañas detrás de los edificios. Era como si Palanthas —con sus viviendas, sus establecimientos y sus templos vacíos— estuviera recogida en la palma de una gigantesca mano, rodeada de montañas.
—¿Cómo sabes tanto sobre la ciudad?
—En realidad no sé mucho. Visité Palanthas hace unos doce años, cuando todavía era un muchacho. No recuerdo que hubiera tantos muelles entonces, pero sí me acuerdo de un sitio llamado Posadería de Myrtal. Excelentes bistecs. Allí tomé mi primer trago de ron. Y hoy me tomaré otro si es que sigue en pie el establecimiento. —Rig frunció los labios y sacudió la cabeza como si quisiera alejar algún recuerdo—. Espero que terminéis pronto vuestros asuntos y así el barco será de mi propiedad y podré zarpar. No os molestará si después cambio el nombre por otro que suene más ligero, ¿verdad?
—Espera un momento. —Los ojos de Dhamon se estrecharon—. El barco es tuyo, y me importa un bledo lo que hagas con el nombre... después de que Jaspe y yo nos hayamos marchado. Pero el trato era, y tú estuviste de acuerdo con ello, que te quedarías durante un tiempo aquí, ¿recuerdas? Sólo por si se daba el caso de que necesitáramos largarnos de la ciudad.
—¿Cuánto tiempo?
—Unos pocos días. Tal vez una semana. Es por cuestión de seguridad.
El marinero gimió.
—¿Te fías de él? —intervino Ampolla—. Si salimos a dar un paseo por la ciudad, a lo mejor se marcha.
—Confío en él —repuso Dhamon mientras subía a la pasarela que bajaba al muelle—. Creo que es un hombre de honor.
—Ya estamos otra vez a vueltas con el honor —gimió Rig. Sus ojos se encontraron con los del guerrero—. De acuerdo, esperaré... al menos un poco de tiempo.
—¡Esperad! —Feril subió corriendo la escalera a cubierta, con Jaspe pisándole los talones—. Voy con vosotros.
—Yo no —rezongó el enano—. Hay un largo paseo hasta Refugio Solitario, y no pienso cansarme sin necesidad. Además, algo me dice que debería quedarme por aquí, sin alejarme demasiado.
—Pero Goldmoon dijo que sabías cómo llegar allí —argumentó Dhamon con brusquedad—. Dijo que ayudarías.
—Oh, y lo estoy haciendo. Aquí tenéis un mapa que he dibujado. Seguid las indicaciones y encontraréis el lugar. Considera mi decisión de quedarme descansando en el barco como una especie de seguro. Me ocuparé de que siga atracado en el puerto.
—He dicho que esperaría —declaró secamente Rig.
—Por si acaso, me aseguraré de que lo haces —contestó Jaspe. El enano hizo un gesto con la cabeza a la elfa, que pasó ante Dhamon y lo adelantó rápidamente. Ampolla fue tras ella.
A bordo del Yunque, Jaspe, Rig, Groller y Furia vieron alejarse al trío. Shaon se acercó a ellos.
—Creo que debería acompañarlos —comentó.
—¿Qué? —exclamó el marinero—. Pero si a ti ni siquiera te gusta estar en tierra. Al menos es lo que siempre me has dicho.
—Sabes que prefiero el mar —le replicó la mujer bruscamente—. Y por eso precisamente es por lo que voy a ir con ellos. Quiero ayudarlos a encontrar lo antes posible lo que quiera que sea que buscan. Les meteré prisa. Cuanto antes estemos de vuelta, antes podremos considerar nuestro el barco.
Sin esperar su respuesta, la mujer se ciñó la espada que el kender había utilizado para pagar el pasaje a Schallsea y se puso una de las camisas amarillas de Rig.
—No zarpes sin mí —dijo con una risita mientras pasaba a su lado.
Rig alargó el brazo velozmente y la agarró por la muñeca. Tiró de la mujer hacia sí.
—¿Qué te hace estar tan segura de que no lo haré?
—Piensa en mí, ¿vale? —repuso Shaon, con los ojos prendidos en los de él y sonriéndole.
—¿Que piense en ti? Prefiero ir contigo.
—¿Y quién cuidará del Yunque? ¿Groller, que no oye una palabra? ¿O Jaspe, que no entiende nada de barcos? No lo vas a dejar en manos de esa pareja ni en las de dos marineros a los que apenas conocemos. —Hizo un mohín—. Además, no pienso estar ausente mucho tiempo. Sabes que no me siento segura en tierra firme.
—Entonces ten cuidado —advirtió él—. Y date prisa.
—Lo haré. Será mejor que me marche antes de que los pierda de vista.
Rig volvió a tirar de la muñeca de la mujer, y con el otro brazo enlazó su cintura y la apretó contra sí. Sus labios se posaron con fuerza en los de ella, y la mantuvo abrazada un momento.
—No te metas en líos, Shaon —susurró.
La mujer se soltó de sus brazos lentamente, le lanzó una picara sonrisa, y descendió presurosa por la plancha. Furia bajó del barco y fue tras ella en silencio.
—Así que algo te decía que te quedaras aquí, ¿no? —preguntó Rig a Jaspe.
—Aja. —El enano había encontrado un cajón vacío y se había sentado cerca del palo mayor, a tomar el sol.
—¿Es que no confías en mí?
—La confianza no tiene nada que ver en esto —contestó Jaspe—. Además, así tendré ocasión de aprender más del lenguaje de signos de Groller.
El marinero gruñó y levantó un cajón de embalaje.
—Pues hablando de signos, el que todas las mujeres se hayan ido con Dhamon lo interpreto como una mala señal.
La primera parada del grupo fue inesperada. Antes de que salieran de la zona portuaria, fueron sometidos a una inspección por los centinelas, unos caballeros negros.
Feril, que iba delante de todos, fue a la primera que pararon. Cuando Dhamon vio al grupo de caballeros negros rodeando a la kalanesti se acercó corriendo, con la mano sobre la empuñadura de la espada.
Shaon lo alcanzó y le cogió la mano para evitar que desenvainara el arma.
—No te importará que os acompañe, ¿verdad? —preguntó la mujer—. Me apetecía estirar un poco las piernas.
—No buscamos problemas —intervino rápidamente Feril.
—Bien —repuso un caballero negro alto mientras examinaba al grupo atentamente. Su ceja izquierda se arqueó cuando su mirada llegó a la elfa—. Y ahora, decidme, ¿qué andáis buscando aquí? —inquirió al tiempo que daba un paso hacia la kalanesti.
—¿Quién lo pregunta? —inquirió Ampolla, puesta en jarras.
Los otros tres caballeros negros se acercaron a la irascible kender, pero se pararon cuando el caballero alto levantó la mano como para hacerlos callar.
—Lo pregunto yo, por orden de Khellendros —dijo—. Haced cualquier otra pregunta y pagaréis doble la tasa portuaria.
—¿Qué tasa portuaria? —quiso saber Shaon.
—Triple —manifestó el caballero oscuro.
Dhamon dirigió una mirada ceñuda a sus compañeras.
—Yo hablaré por el grupo —dijo mientras apartaba a Feril y se situaba frente al alto caballero negro.
Mientras registraban una por una a las tres mujeres, Dhamon respondió a las preguntas del que parecía ser el jefe de los centinelas, que al final del interrogatorio obtuvo el pago de la tasa portuaria triplicada.
El registro a Ampolla fue el más largo. Los centinelas no paraban de encontrar más saquillos y bolsillos —más cosas— con gran deleite por parte de la kender.
Cuando finalmente consiguieron pasar el puesto de control de los caballeros negros, Ampolla no pudo guardar silencio durante más tiempo.
—Deberías haber dejado que fuera yo quien hablara. Todavía no se te da muy bien lo de mentir. Además, ¿por qué está el Azul tan interesado en las idas y venidas de la gente? Y, por cierto, ¿adonde vamos?
—A Refugio Solitario —respondió el guerrero, que se paró delante de la tienda de un cartógrafo que había visto desde el muelle.