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El mapa de Jaspe estaba bien, pero era incompleto, y Dhamon quería algo un poco mas detallado y documentado. El mapa del enano, que agitó frente a la nariz de Ampolla, consistía en poco más que el puerto en forma de herradura, una «X» que indicaba Palanthas, y una línea de puntos que conducía a otra «X» al noreste de la ciudad. No había escala ni otros puntos de referencia. Se guardó el mapa en el bolsillo y entró en la tienda. Ampolla lo siguió.

Shaon y la kalanesti se quedaron fuera, en la acera de tablones, atrayendo las miradas curiosas y apreciativas de los transeúntes.

—Vamos —dijo Shaon, que señaló a una taberna cercana—. Apaguemos la sed mientras esperamos.

Feril encogió la nariz, pero acompañó a la mujer bárbara, picada por la curiosidad.

Dentro de la tienda, Dhamon se dirigió hacia un mostrador bajo, cuyo tablero estaba repleto de rollos de pergamino y recipientes con tinta. Las paredes del establecimiento se hallaban cubiertas con mapas viejos y amarillentos de edificios, ciudades, litorales e islas. Protegido tras un cristal había una representación de Palanthas antes de que la ciudad se extendiera fuera de la muralla circular de piedra. Sólo un puñado de muelles se adentraba en la bahía, y a un lado aparecía una leyenda indicando los sitios importantes, como la Torre de la Alta Hechicería, la Gran Biblioteca y la colina de los Nobles. También había mapas de las ciudades de Neraka, Qualinost y Tarsis, todos ellos realizados con pericia, que incluían hasta los más pequeños hitos y accidentes geográficos.

—Mira eso. —Ampolla señalaba al techo.

Un mapa de unos cinco metros cuadrados estaba clavado justo por encima de ellos. Era el dibujo de un monte, realizado en tinta negra, marrón y verde. Dentro del monte se superponían niveles y más niveles, treinta y cinco en total, de escaleras sinuosas, cámaras grandes y pequeñas, mecanismos gigantescos, y muchas otras cosas. Un sector inferior estaba señalado con el rótulo «vertedero», y Dhamon, estrechando los ojos, alcanzó a distinguir una minúscula silla rota tirada encima de un montón de desechos indistinguibles. Cerca había otras áreas rotuladas: agricultura, estación geotérmica, investigación, y sala de control de catapultas. Una red de cañerías se extendía desde el adyacente «cráter lacustre» y aparentemente abastecía de agua a todos los niveles del complejo.

—El Monte Noimporta.

El que había hablado era el propietario, un hombre mayor cargado de espaldas y con la cabeza, casi calva, salpicada de manchas oscuras. Salió de detrás de una cortina de lona y se dirigió al mostrador sin dejar de darse toquecitos en la blanca túnica con un trapo mojado para quitarse una mancha de tinta.

—Probablemente sea el mapa más preciso del lugar que encontraréis en todo Krynn —continuó—, incluso con todas las remodelaciones que los gnomos han estado haciendo.

—¿Lo dibujaste tú? —Ampolla estaba fascinada con el complejo mapa, y lo examinaba con la cabeza echada hacia atrás, de manera que el copete le colgaba a la espalda.

—Un gnomo que solía trabajar para mí nació allí. Él lo dibujó, así como algunos otros mapas que hay en la tienda. —El hombre suspiró mientras agitaba una mano en dirección a otras representaciones cartográficas muy minuciosas—. Murió hace un par de años. Todavía lo echo de menos.

Dhamon miraba fijamente un mapa que había en la pared, detrás del viejo propietario. Representaba una parte de tierra en forma de «V» con los yermos de Tanith formando el brazo izquierdo; las montañas, la parte inferior de la «V»; y el litoral de Palanthas, el brazo derecho. En la punta derecha aparecía el rótulo «Eriales del Septentrión».

—Con todos estos mapas, tienes que conocer la comarca a fondo —insinuó Dhamon—. Habrás visto muchas tierras.

—He vivido aquí toda mi vida —respondió el hombre—. Nunca he viajado mucho, pero respondo de la precisión de mis mapas.

—Así que conoces la ciudad al dedillo.

—He visto prosperar a Palanthas, y la he visto sufrir. He presenciado cómo un extraño terremoto se tragaba la Torre de la Alta Hechicería hará unos treinta años. Tenía un plano de la torre, pero ya no vale para nada. Nadie necesita un plano de un punto negro. Muchas cosas se han perdido desde entonces...

—Veo que hay algunos mapas interesantes —lo interrumpió Dhamon, cambiando de tema—. ¿No tendrás por casualidad el de un lugar llamado Refugio Solitario?

El hombre arqueó una ceja blanca como la nieve.

—No es más que un montón de viejas ruinas. ¿Para qué ibas a querer ir allí?

—Para ver a Palin Majere —dijo Ampolla, que se apartó rápidamente a un lado para evitar que Dhamon le diera un fuerte codazo—. Tenemos que ir allí para encontrarnos con él. Al menos, eso es lo que por casualidad oí que Goldmoon le decía a Dhamon.

—Palin Majere. —El anciano soltó un suave silbido mientras miraba al guerrero de hito en hito—. No queda mucha magia en Krynn, pero la que exista, él la conocerá. Es un hechicero, uno de los pocos que quedan... y uno de los más poderosos.

—¿Lo conoces? —preguntó la kender, aunque sus ojos seguían prendidos en el admirable trazado del enorme Vestíbulo Exterior del Monte Noimporta.

—No. Pero lo he visto un par de veces. Visitó la Torre de la Alta Hechicería después de la guerra de Caos.

—¿Qué hay de Refugio Solitario? —instó Dhamon.

—Ah, sí. Bueno, el desierto rodea Refugio por tres lados, y en el cuarto hay una costa rocosa que se precipita en el mar. Tengo un mapa de la zona que indica dónde están las ruinas, pero no puedo garantizarte que sigan todavía en pie. —Buscó en una estantería y sacó un pergamino—. Cuesta cinco monedas de acero.

Dhamon reaccionó con evidente sorpresa ante el elevado precio.

—Impuestos —dijo el anciano, que señaló a un grupo de caballeros negros que pasaban ante la tienda.

El guerrero rebuscó en su bolsillo y puso el dinero sobre el mostrador.

—Tres —regateó la kender.

—Ya le he pagado al hombre, Ampolla. —Dhamon se guardó el mapa en la mochila—. Vámonos.

—¿A Refugio Solitario?

—Después de comprar algunas provisiones.

La kender sonrió. Todavía exploraría un poco más la ciudad.

A despecho de la claridad de la mañana en el exterior, estaba oscuro dentro de la taberna, y sólo junto a las escasas ventanas del establecimiento no había sombras. La taberna se encontraba abierta y concurrida por marineros, que parecían estar siempre dispuestos a echar un trago a cualquier hora del día.

El lugar era una única sala abarrotada de viejas mesas y sillas. Había un fuerte olor a alcohol y a sudor. Ruedas de timón, pequeñas anclas oxidadas, faroles, catalejos rotos y un surtido de cabillas adornaban las paredes. En el techo, aquí y allí, había redes colgadas, y una lámpara grande de hierro forjado pendía del centro.

El aire salado que entraba por la puerta delantera sólo conseguía incrementar la mezcolanza de olores. Ron, sudor, buñuelos fritos y humo de pipa competían por atraer la atención de Shaon y Feril.

Seis marineros estaban sentados alrededor de una mesa que había junto a la puerta. Cuatro de ellos intentaban jugar una partida de dados, en tanto que los otros dos roncaban con la cara apoyada en el tablero. Una par de tipos de aspecto tosco, con la piel curtida por el sol y el aire, se hallaban sentados a otra mesa cercana, observando a los marineros y dando buena cuenta de una fuente de huevos y carne de vaca. Vestían chalecos de piel de lagarto, polainas de confección casera, y sandalias, y llevaban el cabello largo y despeinado.

—Huele peor que la madriguera de una comadreja —protestó Feril, torciendo el gesto.

—Bueno, la verdad es que aquí encontrarás muchas de esas alimañas —respondió Shaon. La mujer bárbara se dirigió hacia la pared trasera de la sala, donde había un largo mostrador de color caoba oscuro. Detrás, un hombre joven secaba unos vasos.