Выбрать главу

—Lo dudo mucho, Majere. Los demás no son tan poderosos ni tan versados como nosotros —adujo el Hechicero Oscuro.

—Por desgracia, la mayoría de los jóvenes creen que estudiar magia es un esfuerzo inútil —añadió el Custodio de la Torre—. La nueva orden de hechicería necesitará tiempo para florecer.

No todos los jóvenes eran de esa opinión, reflexionó Palin, pensando en su propio hijo Ulin, aprendiz en la Escuela de Hechicería.

—Puede que no dispongamos de tiempo —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.

Había conseguido ver a Malys sólo una vez, cuando realizaba un escrutinio mágico. La había observado mientras volaba silenciosamente sobre los árboles, surgiendo por el oeste. Pero no la había vuelto a ver desde entonces, desde hacía casi dos meses. Su ausencia, su invisibilidad, lo tenía preocupado, le ponía de punta el vello de la nuca, lo atraía hacia la bola de cristal, le ocasionaba insomnio, y lo mantenía alejado de su esposa. Últimamente, había estado con Usha muy poco tiempo. ¿Cuánto más seguiría siendo tan comprensiva?

—¿Dónde está la hembra Roja? —preguntó en voz alta.

—Quizá se encuentra en otra parte, apoderándose de otro país —sugirió el Hechicero Oscuro.

—Lo dudo. —Palin se pasó los esbeltos dedos entre el largo y canoso cabello, y bostezó—. Los vaticinios que he realizado apuntan a que Malys sigue en su feudo. ¿Qué se traerá entre manos?

Estaba terriblemente cansado. Se había forzado hasta el límite, exigiéndose más y más, quedándose en vela hasta casi el amanecer, sin apenas dormir, ensimismado en los libros de su tío Raistlin, buscando alguna clave hacia el poder, alguna referencia a algo que pudiera utilizarse contra los dragones, alguna migaja del saber mágico que antes le hubiera pasado por alto. Sus compañeros también solían trabajar muchas horas, pero no siempre, y eran lo bastante sensatos para irse a la cama antes de verse obligados a ejecutar pequeños conjuros con los que evitar dar cabezadas.

—Creo que probablemente sólo siente curiosidad. ¿Por qué matarnos si puede analizarnos, aprender de nosotros? —El Hechicero Oscuro se inclinó hacia adelante con gesto furtivo—. Descubrir nuestros puntos flacos, los defectos de la raza humana. Tal vez nos esté oyendo en este mismo momento.

—Tal vez —repuso Palin—. Deberíamos marcharnos.

—¿E ir adonde, Majere?

—A los Eriales del Septentrión. Goldmoon ha enviado a algunas personas allí para que se reúnan conmigo.

—Ah, sí, ahora me acuerdo —dijo el Custodio—. Tenían que buscarte en Refugio Solitario.

—Tenemos que ir a los Eriales.

—¿Sólo por causa de los aspirantes a héroe de Goldmoon? —La queda voz del Hechicero Oscuro estaba cargada de escepticismo—. ¿Crees de verdad que pueden llevar a cabo algo significativo? ¿Qué pueden hacer ellos que no podamos hacer nosotros? ¿Y de qué modo, tú o cualquiera de nosotros, podemos ayudarlos?

Palin se apartó de la ventana y regresó a su sitio a la cabecera de la larga mesa. Apoyó los codos en el tablero, juntó las manos por las puntas de los dedos, y bajó los ojos. Su rostro con expresión preocupada se reflejaba en la pulida superficie de madera.

—Cada cual contempla el mundo de una manera diferente, amigo mío —contestó por fin Palin—. A lo mejor ven algo que nosotros no vemos, o descubren alguna cosa que se nos ha pasado por alto. Son distintos de nosotros, que nos atrincheramos en una torre mientras examinamos viejos libros enmohecidos y conjeturamos qué harán los dragones a continuación. Además, Goldmoon tiene fe en ellos. Y yo la tengo en ella.

—Entonces, nos trasladaremos allí —decidió el Custodio—, y haremos cuanto esté en nuestras manos para ayudarlos.

—Pero yo no os acompañaré —manifestó el Hechicero Oscuro—. Tal vez tengas razón, Majere, y alguien que no esté atrincherado en una gran torre pueda ver a la hembra Roja. Si, como sospechamos, es efectivamente la más poderosa y peligrosa de todos los dragones señores supremos, alguien tendrá que vigilarla, descubrir sus planes.

—Podría ser arriesgado —advirtió Palin.

—Lo sé.

—¿Te reunirás después con nosotros? —preguntó el Custodio.

—Desde luego. Os buscaré en los Eriales del Septentrión.

—Que tengas suerte —deseó Palin mientras se incorporaba de la mesa y giraba la cabeza a uno y otro lado hasta que sonó un chasquido en su cuello—. Y ahora, si me disculpáis, tengo algo que hacer.

Salió de la habitación y subió otro tramo de escaleras; abrió una pesada puerta de madera y salió al tejado.

Inhaló profundamente y miró en derredor antes de acercarse al borde. El aire estaba cargado, bochornoso. Cerró los ojos y alzó la barbilla hacia el sol, enfocando su energía. Transcurrieron varios segundos, en los que el ritmo de su respiración se hizo más lento; Palin sintió la caricia de una suave brisa en su piel.

—Goldmoon —musitó.

—Hacía mucho que no hablábamos —contestó la imagen proyectada de Goldmoon, que flotaba a unos palmos del mago, al otro lado del parapeto.

A pesar de ser casi transparente, Palin vio su semblante perfecto y sus ojos relucientes. El dorado cabello ondeaba levemente con la suave brisa creada por la magia.

—Partiremos para los Eriales a última hora de la noche para esperar a tus campeones —empezó el mago—. Refugio Solitario está...

—¿Y el mango? —lo interrumpió la imagen.

—Ya está en mi poder —repuso Palin—. Después de que me reúna con tus campeones, los acompañaré a Palanthas. Goldmoon, ¿crees que tu plan funcionará?

—Estos nuevos compañeros tienen madera de héroes —respondió ella—. Están hechos de buen material, como la lanza. Pero no pueden enderezar las cosas en Krynn por sí solos.

—Sin embargo, son un principio... —concluyó Palin.

Entonces la niebla sopló con más fuerza y se llevó la imagen.

Esa noche, más tarde, Palin dejó los libros de su tío a un lado, regresó a la Escuela, y se encontró con Usha, que estaba volcada en plasmar con pinceles una escena que recordaba de su infancia. Un espeso bosque de robles y pinos estaba cobrando forma, y cerca del árbol más alto había un hombre de increíble atractivo y edad incierta, un irda al que Usha llamaba el Protector. Él la había criado, había cuidado de ella, y la había enviado lejos cuando los otros irdas consideraron que había llegado el momento de que se reuniera con sus semejantes. Si no la hubiera hecho marcharse, Usha habría muerto con todos los irdas en su isla idílica cuando la Gema Gris fue fracturada y Caos escapó.

Usha había estado trabajando con ahínco en el cuadro desde hacía varias semanas y ya estaba casi acabado; era una de sus mejores obras.

—Es precioso —dijo Palin, que se había acercado a su mujer por detrás sin hacer ruido.

—Pero no le hace justicia —dijo ella—. Es por los ojos. La esperanza ardía en ellos. Me miraban risueños cuando hacía alguna niñería. Me reprendían cuando me equivocaba. Y lloraban cuando me marché. Sus ojos me hablaban. Es esa expresividad la que no consigo captar.

—Quizá no habría querido que lo hicieras —sugirió Palin—. Tal vez su significado era sólo para ti, y no para cualquiera que admire su imagen colgada en una pared. Es un cuadro bellísimo. Exquisito.

Usha había empezado a pintar después de que sus hijos se hicieran mayores, después de que Palin empezara a pasar cada vez más tiempo dedicado al estudio de los dragones y las notas de Raistlin. Tenía que hacer algo que la mantuviera ocupada, y ese algo decoraba ahora varias paredes de la Escuela de Hechicería. Había ido mejorando con cada cuadro, desarrollando por sí misma técnicas sutiles para matizar, iluminar y dar profundidad. Había retratos de Ulin y de Linsha, de amigos que Palin y ella habían conocido, de criaturas fantásticas que había visto, de puestas de sol en Solace. Éste era el único cuadro en el que había intentado plasmar a un irda.