—Puede que sea precioso, pero sigo pensando que no le hace justicia. —Se apartó del caballete, removió el pincel dentro de una vasija de agua, lo sacudió, y lo puso con cuidado en un recipiente—. Era un hombre maravilloso.
—Y más por enviarte junto a mí. —Palin la cogió de las manos y la atrajo hacia sí. La besó con suavidad.
—Te he echado de menos —susurró ella—. Hace días que no te veía, encerrado en esa habitación con esos hombres.
—Hemos estado...
—Ya lo sé: los dragones.
—Nos marchamos a los Eriales del Septentrión mañana —anunció el mago, mirándola casi suplicante.
—¿Nos? —Usha suspiró hondo.
—Puede ser peligroso. Cuando hallemos algún modo de combatir a los dragones, nos convertiremos en el blanco de los reptiles.
—Sé sincero y dime si hay algún lugar realmente seguro, Palin Majere. —Usha había fruncido los labios. El mago tenía el gesto ceñudo.
»Bueno, ¿lo hay o no?
—Algunos sitios son más seguros que otros —respondió Palin, lacónico. Condujo a su esposa hacia la escalera—. Necesito saber que te ocupas de la Escuela, que estás aquí. Sigo teniendo sueños sobre el Azul. Ahora, por fin, voy a su feudo.
—Puede que si ves a Khellendros en carne y hueso dejes de soñar con él —dijo Usha con una risita.
—El Azul es casi tan poderoso como la hembra Roja. —El mago tenía prietos los labios.
Usha lo precedió escaleras arriba.
—A lo mejor podría pintarlo —comentó—. Tengo pintura azul a montones.
Cuando llegaron al rellano, el mago hizo un alto delante de una puerta de roble.
—Te he persuadido para que te quedes, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza.
—Y yo puedo persuadirte para otra cosa —le dijo.
Usha sonrió con coquetería, abrió la puerta, y empujó al mago suavemente hacia el interior del cuarto.
24
Los guantes de Ampolla
Dhamon llegó a la puerta occidental de Palanthas conduciendo a tres yeguas de color pardo, dos de ellas ensilladas. La más grande iba cargada con abultadas alforjas llenas de carne seca, queso y odres de agua.
—Hay tres monturas, y somos cuatro —comentó Ampolla con tono cortante—. Y no veo ningún poni.
—No tenía bastante dinero. Ni siquiera pude comprar silla para una de las yeguas.
—Bueno, pues podrías habernos pedido ayuda —replicó la kender, ofendida—. Aún me queda algo de dinero, además de la colección de cucharas de Raf. —Puso énfasis a sus palabras agitando uno de sus saquillos, en el que tintinearon monedas.
Dhamon le dirigió una leve sonrisa.
—Tal vez sea mejor que alguno de nosotros lleve algo de dinero, Ampolla, por si acaso se presenta otro gasto imprevisto —comentó—. Tendrás que montar con Shaon o con Feril. Lo siento.
Dicho esto, saltó sobre la grupa del animal que llevaba los bultos y que iba sin ensillar.
—Estás acostumbrado a montar —observó la kender, sagaz. Estrechó los ojos y añadió con tono más suave:— También lo estoy yo. Al menos, sabía montar a pelo en un poni.
Feril eligió la yegua más pequeña, e hizo hueco para la kender delante de ella. La kalanesti acarició los flancos del animal e hizo unos sonidos suaves, una especie de arrullo, y la yegua respondió con un relincho.
—Estos animales son viejos, Dhamon —dijo la elfa.
—No me podía permitir otra cosa —replico él con voz tirante.
La mirada de Dhamon fue hacia Shaon. La mujer bárbara estaba contemplando a la yegua de hito en hito, y sus ojos iban de la silla al estribo, y de éste a la abultada alforja. Se meció atrás y adelante sobre los pies mientras jugueteaba con las riendas.
—Creo que será mejor que camine durante un trecho —declaró—. Si la yegua es vieja, no es menester que cargue con mi peso más tiempo del necesario, ni hacerla sufrir. Además, me vendrá bien un poco de ejercicio, y...
—No te preocupes por eso —la interrumpió Feril—. Estos animales son viejos, pero están en muy buenas condiciones. Son fuertes, y están contentos por haber salido del corral. No cabe la menor duda de que están habituados a llevar jinetes, y me ocuparé de que me adviertan cuando estén cansados.
—Aun así, creo que iré andando.
Dhamon bajó de su montura y se acercó a la mujer.
—¿No has montado en caballo nunca?
—Por supuesto que sí —replicó Shaon, tal vez con demasiada premura—. Sólo que ahora no me apetece.
—No es difícil —dijo el guerrero en voz queda—. Deja que te ayude a subir.
—No necesito que me ayudes. ¡Mira! —Shaon plantó el pie en el estribo, se dio impulso y montó. Fue un movimiento perfecto, salvo porque quedó de cara a la grupa del animal. Ceñuda, intentó cambiar el pie de estribo y darse media vuelta, pero la yegua se plantó y Shaon acabó dando con sus huesos en el suelo.
»¡Ay! ¡Condenado penco! ¿Ves? No quiere que la monte. Quiere que vaya caminando.
Dhamon se agachó para ayudarla a levantarse, pero Shaon rechazó su mano con un cachetazo y se incorporó de un brinco.
—No necesito ayuda.
—Pero tenemos que ponernos en marcha. —En la voz del guerrero había un timbre irritado—. No estoy dispuesto a retrasarme porque tú quieras ir andando.
—Quizá debería quedarme en el barco. Así Ampolla no tendrá que compartir la yegua.
—¿Y le contarás a Rig que cambiaste de opinión por culpa de un caballo? —inquirió la kender—. Además, ni soñando llego con los pies a esos estribos.
Shaon se mostraba impertérrita.
—Como quieras —espetó Dhamon, que se dio media vuelta y fue hacia su montura.
La mujer bárbara se sacudió el polvo de las ropas. Maldijo al ver que la camisa de Rig se había manchado de tal manera que quizás estuviera estropeada sin remedio. El marinero se enfadaría. Apretando los labios hasta formar una fina línea, Shaon cogió las riendas y se encaramó a la silla, esta vez en la dirección correcta.
—¿Ves? Te dije que no me hacía falta que nadie me ayudara —le gritó a Dhamon.
El guerrero le dirigió una sonrisa antes de montar en su yegua. Un instante después, Dhamon se ponía a la cabeza del reducido grupo y lo conducía fuera de la ciudad.
Feril habló a la yegua de Shaon con aquella especie de arrullo, y el animal le respondió relinchando suavemente. La kalanesti pareció absorta en la comunicación con el animal, y escuchó atentamente los relinchos.
—¿Qué le has dicho? —susurró Ampolla.
—Eso queda entre la yegua y yo —respondió Feril en otro susurro.
—Oh, vamos, Feril —suplicó la kender.
—Si tantas ganas tienes de saberlo, pregúntale a Palla, porque yo no pienso airear sus confidencias —contestó la kalanesti.
Ampolla puso un gesto ceñudo. Sin embargo, a medida que los kilómetros iban quedando atrás, la kender se fijó en que la montura de Shaon avanzaba a un trote especialmente suave, y dedujo que la kalanesti le había dicho a la yegua que se lo pusiera fácil a Shaon.
Pasaron la noche en una pequeña aldea bárbara llamada Arcilla de Orok. Les contaron que tenía tal nombre en memoria de un jefe muerto hacía mucho tiempo que había decidido construir las casas con el barro de la tierra. De hecho, muchas viviendas eran cúpulas hechas con arcilla y estiércol, y hacía fresco en su interior, al menos si se comparaba con el desagradable calor de los yermos. Las gentes eran cautelosamente amistosas, y después de compartir su comida admitieron que últimamente no habían tenido noticias de la aldea más próxima, Dalor. Estaba varios kilómetros al noroeste, y hacía mucho que los ancianos de allí habían enviado su último informe. Las gentes de Arcilla de Orok no habían mandado a nadie de la aldea a investigar. Había noticias sobre unos grandes lagartos marrones volando sobre la arena, unos lagartos de enormes alas.