Unos cuantos de sus propios cazadores habían desaparecido; ignoraban cómo y por qué, aunque temían que los lagartos marrones o el Dragón Azul fueran los responsables. A causa de las misteriosas desapariciones, sospechaban que algo malo había pasado en Dalor, y tal vez también a otros pueblos vecinos que había más al norte.
El cuarteto partió poco después del alba; esta vez Ampolla cabalgaba con Shaon. La mujer de piel oscura gimió al montar en la silla. Tenía doloridas las piernas y la espalda por la desacostumbrada postura cabalgando durante tantas horas.
—¿Por qué llevas guantes? —le preguntó la mujer bárbara a Ampolla. Shaon trataba de olvidar los pinchazos de sus doloridos muslos—. Nunca te he visto sin algún par, y debes de tener por lo menos una docena.
La kender llevaba hoy unos de cuero de color tostado. Cosa rara, no tenían añadidos ni adornos extraños.
—¿Fue ayer la primera vez que cabalgaste? —preguntó a su vez Ampolla.
—Sí —repuso Shaon con un gemido.
—Entonces, te diré por qué llevo guantes. —La kender decidió ser sincera con su compañera de montura—. Sufrí un accidente hace unos treinta años —empezó—. En aquellos tiempos no era tan precavida como ahora, sino más bien del tipo de Raf.
Los años parecieron esfumarse conforme Ampolla recordaba Calinhand, una villa en la costa sur de Balifor, una comarca limítrofe con su tierra natal de Kendermore, al este. Calinhand era una bulliciosa ciudad portuaria llena de maravillosos sonidos y muchas cosas que investigar, aunque ni por asomo tan grande como Palanthas.
Mientras visitaba la ciudad, se había sentido particularmente interesada en los barcos mercantes atracados en los muelles, en los que se cargaban y descargaban cajas, la mayoría de las cuales iban destinadas a Importaciones Hosam.
Se había colado dentro de aquel sitio una tarde a última hora, cuando había muchas sombras para esconderse. El almacén de la trastienda era grande, y todo lo que había dentro parecía ser algún tipo de embalaje: cajas, arcones, cofres, baúles, sacos, mochilas y barriles. Por todas partes había misterios, cosas que descubrir.
—¿Y encontraste una caja llena de guantes de tamaño kender? —conjeturó Shaon.
—No. —Ampolla sacudió la cabeza—. Pero encontré esto. —La kender señaló uno de los saquillos que colgaban de su cinturón. Era una malla prietamente tejida, de color verde oscuro.
—¿Y qué es?
—Una bolsa mágica. No se ensucia ni se deshilacha. Puedo meter cosas afiladas, y nada la rompe. Alguien me dijo una vez que estaba hecha con algas, y que quizás era mágica. Después de todos estos años, estoy segura de que lo es.
La kender explicó que había inspeccionado el interior de unos cuantos sacos y arcones que obstruían el paso hacia un gran baúl negro suave, pulido y de aspecto caro. Sin duda también lo que hubiera dentro sería valioso.
—Bueno, ¿y qué había? —Shaon estaba cautivada con la historia.
—No lo descubrí. —Ampolla agachó la cabeza—. Había palabras escritas en la tapa del baúl, y supongo que eran algún tipo de conjuro mágico. Mientras hurgaba la cerradura, de repente las letras se escurrieron del baúl sobre mis manos, y se ciñeron a mis dedos y mis palmas tan prietamente que casi me cortaron la circulación en las muñecas. Su contacto corrosivo me abrasó la piel. Me dolía mucho, pero no podía desprenderme de ellas, y creó que grité. Entonces él entró.
Explicó que Hosam, el viejo mercader portuario en persona, entró corriendo en el almacén, la vio y empezó a chillar y a agitar los puños. Ampolla no prestó atención a lo que decía porque las manos le dolían de una manera espantosa, como si las hubiera metido en agua hirviendo. Huyó, perseguida por Hosam, pero era muy lento debido a su obesidad. Levantó los carnosos puños y siguió gritando mientras la kender corría por el callejón y caía de bruces en un charco de agua de lluvia. Metió las manos en él con la esperanza de que el agua mitigara el dolor, pero no fue así. Las letras mágicas siguieron corroyendo sus dedos durante lo que le parecieron horas. El dolor no cesó hasta muy entrada la noche.
Ampolla se quitó un guante y sostuvo la mano en alto para que la mujer bárbara pudiera verla bien. Sus pequeños dedos estaban retorcidos, deformados y cubiertos con docenas de minúsculas ampollas y manchas ásperas. Shaon dio un respingo.
—Oh, ¿te duele?
—Sólo cuando los doblo, cosa que intento evitar. Y cuanto más los doblo, más me duelen. —Se puso de nuevo el guante con precaución.
—Así que por eso es por lo que eres tan cuidadosa con tus dedos en todo momento.
La kender se limitó a asentir en silencio.
—Y también es por lo que te llamas Ampolla —dedujo Shaon—. Por lo que te pasó.
—Bueno, la historia no acaba ahí. —La kender rebulló inquieta en la silla—. Pero el resto lo dejaré para otra ocasión.
Shaon soltó una carcajada.
—Bien ¿y cuál es tu verdadero nombre? —preguntó.
—Vera-Jay Dedosligeros.
—¿Sabes una cosa? Me gusta más Ampolla.
La kender se mostró completamente de acuerdo y, mientras dejaban atrás los kilómetros, entretuvo a la mujer bárbara con relatos de sus aventuras en Balifor y Kendermore. Dhamon y Feril cabalgaban en silencio, escuchando tambien, hasta que las afueras de Dalor aparecieron ante su vista.
Ya era más de mediodía y no parecía que el tiempo fuera a refrescar. Feril se limpió el sudor de la frente, estrechó los ojos, y observó el grupo de casas de barro con forma de cúpula y los edificios de madera levantados al pie de unas colinas bajas. No había señales de gente. Era exactamente como los bárbaros de la taberna habían pronosticado que estaría.
La kalanesti respiró hondo y después tosió. El aire estaba impregnado del putrefacto hedor de la muerte. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, y la elfa echó miradas en derredor, buscando los cadáveres que sabía tenía que haber cerca.
—Me da la impresión de que nos están observando —susurró Shaon—. Me pregunto si no habrá fantasmas por aquí...
25
La matanza de Dalor
Feril desmontó y se dirigió hacia la aldea, seguida por su montura. La yegua relinchó suavemente.
—Sé que huele mal —la tranquilizó Feril—. Quédate aquí.
Junto a las frías lumbres de cocinar había ollas de metal en el exterior de muchas de las abovedadas casas de tierra. La elfa se preguntó si Arcilla de Orok estaba construida a semejanza de Dalor o si este pueblo era posterior y había adoptado —y mejorado— las técnicas de construcción de Orok. Algunas de las cúpulas parecían más trabajadas, y los laterales habían sido decorados con dibujos de plantas, animales, círculos y zigzags.
Detrás del umbral de la casa más próxima había un telar con una manta a medio confeccionar, de colores blanco y ocre. Dentro de otra vivienda Feril vio ropas limpias y dobladas en una estantería alta, así como platos sucios en la mesa. En una tercera, se alcanzaba a ver una cama de niño vacía, con una bola roja de madera y otros juguetes debajo. Detrás de una cúpula pequeña encontró un corral lleno de cerdos, apretujados en la escasa sombra arrojada por la casa, y que apenas mostraron curiosidad ante su presencia.
El hedor a muerte seguía siendo penetrante, pero la kalanesti aún no había descubierto ningún cadáver. Se fijó que una parte de la valla del corral estaba rota, y supuso que los animales salían y entraban para buscar comida. No obstante, dudaba que los cerdos se estuvieran alimentando de los muertos. En tal caso, habría huesos esparcidos por los alrededores, y no se veía ninguno.
Siguió un sendero curvado que atravesaba el centro de la aldea, y pasó ante un corral más grande, para caballos y ganado, dedujo. Estaba vacío.
Dhamon y Shaon se acercaron más; pero, cuando sus monturas pasaron entre las primeras casas, la kalanesti levantó una mano, advirtiéndoles en silencio que mantuvieran la distancia. La elfa no quería que ningún ruido u olor ajeno a la aldea la confundieran.