—¿Qué los subió? —inquirió Feril, perpleja.
—Los hombres feos.
La elfa ladeó la cabeza, y los resoplidos del cerdo se volvieron más fuertes.
—Muchos hombres feos que llovieron del cielo.
Feril se alejó del corral después de prometer a los cerdos que esta noche serían recompensados con buena comida y una buena rascada. Entonces recordó al lobo.
—¿Por qué nos seguiste? ¿Se encuentran bien Groller, Jaspe y Rig? —le preguntó a Furia.
El lobo ladró y meneó la cola, y después se dirigió trotando hacia el cementerio.
«Sí, es posible que necesitemos tu ayuda», se dijo Feril mientras lo veía alejarse. De repente se sintió muy sola, y se apresuró para alcanzar al animal y reunirse con los demás, que esperaban junto al cementerio.
La kalanesti les informó lo que le había contado el cerdo mientras enterraban al resto de los niños. Era obvio que a Ampolla le hacía daño manejar la pala, pero la kender se negó a quedarse mirando cómo trabajaban sus compañeros. Incluso Furia ayudó, escarbando con las patas delanteras y lanzando por el aire pegotes de tierra a su espalda.
El último niño fue enterrado poco antes de anochecer. Por el oeste, a kilómetros de distancia, surgió el destello de un relámpago. El grupo miró hacia los oscuros nubarrones. La brisa estaba cargada de olor a lluvia, anunciando que la tormenta no tardaría en descargar sobre ellos.
El chico estaba temblando, y Ampolla alzó la mano y palmeó con cuidado su espalda.
—Nosotros te protegeremos —prometió la kender.
—Descansemos un poco —sugirió Dhamon.
—Pero es hora de cenar —protestó Ampolla, cuyo estómago sonaba de forma escandalosa.
—Quiero emprender camino dentro de unas pocas horas —explicó Dhamon. El guerrero recorrió las casas abovedadas con la mirada y eligió una pequeña para Feril y Furia, que lo siguió al interior. Shaon y Ampolla prefirieron la casa comunal.
—No podemos dejar al chico aquí —dijo la elfa mientras se tendía en un ancho jergón de paja cubierto con mantas.
Dhamon la tapó con otra más fina. Se fijó en una estantería que había encima de la cama; estaba llena de prendas cuidadosamente dobladas. A lo mejor encontraban ropas limpias para cambiarse antes de emprender la marcha.
—El muchacho estará más seguro aquí que con nosotros —repuso—. Además, sus monstruos no tienen motivo para volver a esta aldea, ya que no queda nada que puedan llevarse.
Feril asintió en silencio, de mala gana, y bostezó.
—Deberías buscar una choza y descansar un poco —le dijo. En cuestión de segundos se quedó profundamente dormida, con el lobo enroscado junto a ella.
Dhamon la estuvo observando un poco; después salió y eligió otra choza cercana. Su sueño fue intranquilo, lleno de fulgurantes rayos y cuerpos carbonizados. Se despertó al cabo de unas cuantas horas con el ruido de la lluvia repicando sobre el tejado de arcilla.
26
Muerte azul
A juzgar por lo descansado que se sentía, Dhamon imaginó que debía de ser casi medianoche. Salió de la choza y alzó el rostro hacia el cielo. Estaba tan encapotado que no se veía ninguna estrella; las negras nubes se extendían en todas direcciones, y la lluvia que seguía cayendo era fuerte y caliente. Cerró los ojos y dejó que las gotas le mojaran la cara. Tras varios minutos, se encaminó a la casa en la que dormía Feril. Se asomó justo en el momento en que la kalanesti se estaba levantando. Al lobo no se lo veía por ninguna parte.
El guerrero encontró ropas que eran más o menos de la talla de Feril y se las tendió. Halló asimismo una túnica de niño que le estaría bien a Ampolla, y una camisola amplia para reemplazar la amarilla de Rig que Shaon había roto y manchado. Su propio atuendo estaba en bastantes buenas condiciones, pero cogió una camisa de cuero suave y se la metió bajo el brazo. Quizá la necesitara más adelante.
La kalanesti se reunió con él en el exterior de la choza; llevaba unas polainas de color tostado y una túnica verde oscuro que le llegaba por debajo de las caderas. A pesar de la oscuridad Dhamon intentó comprobar el vendaje de la herida, pero la elfa no cooperaba demasiado. Feril giraba sobre sí misma con lentitud, obviamente disfrutando con la lluvia, dejando que las gotas cayeran en su boca abierta; y, cada vez que el guerrero se acercaba un paso, ella retrocedía otro, como si fuera un juego. Finalmente, Dhamon la agarró por el hombro del brazo sano y tiró de ella hacia el umbral de la choza abovedada, buscando un poco de resguardo.
—¿Habéis dormido bien? —ronroneó Shaon, que salía de la casa comunal. Mientras se acercaba a la pareja, Dhamon advirtió que los oscuros ojos de la mujer bárbara chispeaban con malicia. Ampolla caminaba detrás, bostezando y arrastrando los pies.
Cuando por fin pudo echar un vistazo al brazo de Feril, Dhamon comprobó que no había manchas de sangre en el vendaje. La herida estaba curando. Satisfecho, tendió las ropas limpias a Shaon y se dedicó con afán a preparar y ensillar a los caballos.
—Las yeguas no están muy contentas de tener que viajar con este tiempo —dijo la kalanesti, que escuchaba, compasiva, los relinchos de los animales al tiempo que rascaba a su yegua entre los ojos.
—Tampoco a mí me apetece mucho —repuso el guerrero, cuyas ropas ya estaban empapadas, por lo que se habían vuelto incómodas y pesadas. Tras ayudar a la kalanesti a montar, guardó la camisa de repuesto debajo de la silla. Los rizos de la elfa goteaban agua y se pegaban a su cabeza. El guerrero alzó la mano y pasó suavemente los dedos sobre la hoja de roble dibujada en la mejilla de la mujer.
—Es indeleble —dijo ella—. Por mucha agua que caiga, no lo borrará.
—Eh, vosotros dos, ¿queréis que regresemos? —preguntó Shaon con segundas—. No pondré objeciones si deseáis dar por terminado el asunto. Rig y yo os dejaremos en algún lugar acogedor de la costa.
Eso era precisamente lo que Shaon ansiaba: regresar al Yunque. Había pasado la noche soñando con monstruos del cielo y con dragones y con gigantescas fauces que la aplastaban. Lo único que deseaba era volver a estar en los brazos de Rig dentro de un barco mecido por las olas, mar adentro, muy lejos de tierra firme.
—No. Yo no puedo regresar. —Dhamon subió a su montura, se soltó el pelo y sacudió la cabeza. Debajo, Furia, que había salido de alguna parte, se sacudió también, y salpicó agua en todas direcciones. Era un gesto inútil, ya que la lluvia siguió empapándolos—. Puedes quedarte aquí con el chico hasta que vuelva o regresar a Palanthas, como quieras. Pero no te aconsejaría esto último. Podrías extraviarte.
—¿Eres consciente de que no sabemos dónde buscar a esos... monstruos? —rezongó Shaon—. Podríamos pasarnos horas, incluso días, recorriendo estos yermos a caballo.
—Vamos hacia Refugio Solitario —repuso Dhamon—. Pero, si los monstruos del cielo, como los llama el chico, aparecen de noche durante una tormenta, ahora es el momento de buscar pistas.
—Siempre y cuando des crédito a un cerdo y a un chiquillo. —La mujer bárbara suspiró. No quería quedarse con el muchacho, que los observaba desde el umbral de una casa, y no estaba dispuesta a regresar a Palanthas sola. Sabía que Dhamon tenía razón, y que sin la guía de las estrellas era muy probable que se perdiera. Además, no quería correr el riesgo de topar con algún monstruo del cielo estando sola.
Shaon pasó los dedos sobre la húmeda empuñadura de la espada y se ajustó la camisa marrón que le colgaba en empapados pliegues.
—Bueno, todavía no he perdido una pelea, y pueden necesitarme —se dijo en un susurro. Luego levantó la voz—. De acuerdo, vámonos. —Ayudó a la kender a montar—. Cuanto antes acabemos con esto, antes podré regresar al barco.
—Enviaremos a alguien a buscarte —le dijo Dhamon al chico—, pero quizá pasen varios días. Ten cuidado. —Le lanzó por el aire una bolsa con carne curada y frutos secos, una parte considerable de las provisiones que había comprado.