El camino elegido por el guerrero los llevó a lo largo del cementerio de Dalor. El lomo de su yegua estaba resbaladizo por la lluvia, pero él era un experto jinete, y azuzó al animal para ponerlo a un trote vivo. El mapa indicaba que había otro pueblo más adelante, a menos de veinte kilómetros, casi en línea recta con Refugio Solitario. Quizá los monstruos del cielo habían ido allí. Era un sitio tan bueno como cualquier otro para investigar, y no los desviaría de su camino. Dhamon esperaba que el pueblo no se les pasara por alto debido a la oscuridad y a la lluvia torrencial que caía.
Shaon y Feril iban tras él, y el lobo rojo trotaba junto a los jinetes, a veces adelantándose y a veces quedándose retrasado para olisquear los parches de marojos. La kalanesti emitía una especie de arrullo para alentar a las yeguas, y de tanto en tanto echaba un vistazo a la mujer bárbara para asegurarse de que Shaon se las estaba arreglando bien con su montura.
—Creo que esta lluvia es agradable. Hace que me sienta limpia —dijo la elfa a Shaon—. Pero las yeguas están quejosas. —Prácticamente tenía que gritar para hacerse oír sobre la incesante lluvia y el trapaleo de los cascos.
—¡Si piensas que las yeguas están quejosas, espera a que empiece a protestar yo! —respondió la mujer bárbara—. Si no me queda más remedio que empaparme, prefiero hacerlo en la cubierta de un barco. El agua no congenia muy bien con un terreno seco. Además, la tierra firme, ya sea seca y embarrada, y yo no somos compatibles.
—Entonces, ¿por qué viniste? —quiso saber Feril.
—Cuanto antes encuentre Dhamon lo que busca, antes podremos tomar posesión del barco Rig y yo y marcharnos —contestó Shaon, encogiéndose de hombros.
Ampolla también estaba deprimida y, cosa sorprendente en ella, se mantenía callada. Con quejarse no iba a conseguir estar menos mojada; aún no había decidido qué era más insoportable: si el extremado calor del sol de mediodía o este intenso aguacero. Al menos tenía la oportunidad de conocer algo de la campiña. Apretó los dientes y buscó algo en la mochila. Le costó un poco de trabajo, pero por fin se las arregló para sacar un par de guantes de piel de foca para repeler un poco el agua.
Menos de una hora más tarde, dejó de llover. El cielo seguía encapotado, pero en el manto de nubes se abrieron algunos huecos aquí y allí, dejando a la vista el brillo de las estrellas. Se levantó un vientecillo flojo, que secó un poco las ropas de los compañeros.
Dhamon frunció el entrecejo y tiró de las riendas, haciendo frenar a su montura. Esta noche no habría monstruos del cielo ya que la tormenta estaba encalmando. Miró a sus compañeras, que también se habían parado. Shaon y Ampolla sonreían, contentas por la mejoría del tiempo. El agua chorreaba por los mechones de Feril, quien le dedicó una leve sonrisa mientras palmeaba el cuello de su yegua.
—El próximo pueblo está todavía unos cuantos kilómetros más adelante. —Señaló hacia el noreste—. Por allí, en alguna parte.
—¿En alguna parte? —Shaon se echó a reír—. Está tan oscuro que casi no vemos por donde caminamos, conque a saber si vamos en la dirección correcta.
—Pero habrá más claridad dentro de poco —dijo el guerrero—. Las nubes se están despejando, y no tardará en amanecer. —Se giró sobre el lomo de su montura y escudriñó hacia el norte. Entre los distintos matices grises y negros, divisó una pequeña elevación. Azuzó a la yegua, que reanudó la marcha a trote corto.
Feril se apresuró a alcanzarlo, y Shaon fue tras ellos de mala gana.
—No pienso quedarme sola en este sitio —rezongó la mujer bárbara—. Y a Rig más le vale esperar a que regrese.
—Lo siento, no te he oído —manifestó Ampolla.
—He dicho que es estupendo que haya dejado de llover.
—El agua le viene bien a esta comarca —estaba diciendo Feril a Dhamon—. La tierra estaba muy seca en Dalor. Por cierto, tengo el brazo mucho mejor. Gracias. ¿Dónde dijiste que aprendiste a curar a la gente?
—Hace varios años, al este de Solamnia. —Dhamon hizo una pausa—. Viajaba con un ejército, y el comandante se ocupó de que todos los hombres de su unidad supiéramos cómo curar heridas. Es una práctica que viene bien en un campo de batalla.
—Así que dejaste el ejército, obviamente. Pero ¿qué te trajo aquí?
—Es una larga historia.
—Tenemos tiempo —lo animó—. Dijiste que cabalgaríamos un buen rato. ¿Combatiste alguna vez? ¿Cómo...? —El fuerte relincho de la yegua cortó la frase la Feril. El animal se detuvo y sus ojos se desorbitaron.
También las monturas de Dhamon y Shaon se pararon, y empezaron a resoplar y a piafar, moviéndose atrás y adelante. La yegua de la mujer bárbara era la que estaba más inquieta y sacudía la cabeza a uno y otro lado.
—¿Qué hago? —exclamó Shaon, que manoseaba torpemente las riendas.
Ampolla agarró las crines del animal a fin de no caer al suelo, mientras la mujer bárbara bregaba para mantenerse derecha detrás de la kender.
—Algo pasa —susurró la kalanesti—. Los animales ventean algo. —Las aletas de la nariz de Feril se agitaron, tratando de captar el efluvio que estaba poniendo nerviosas a las yeguas. Olió algo raro, algo desconocido.
También Furia percibió algún problema. El lobo echó la cabeza atrás y aulló justo al mismo tiempo que un relámpago se descargaba en el aire en diagonal, como una lanza arrojada, y atravesaba el cuello de la yegua de Feril. El animal se desplomó, muerto antes de llegar al suelo.
La kalanesti saltó de la silla. Ágil como un gato, cayó de pie, con las piernas flexionadas. Sus ojos recorrieron el horizonte por el norte, pero sólo vieron oscuridad, sombras y nubes bajas. Furia se acercó a ella al tiempo que emitía un gruñido sordo; el rojo pelaje empapado estaba erizado a lo largo del lomo.
—¡Al suelo! —gritó Dhamon a Ampolla y a Shaon. El guerrero también bajó de un salto de su montura y desenvainó la espada.
Shaon se resbaló en la empapada silla y se dio un buen golpe al caer en el barro cuando otro relámpago surcó el aire y no le dio por un pelo. La yegua se encabritó y Ampolla salió lanzada de la silla y cayó patas arriba sobre Shaon; el encontronazo dejó a las dos aturdidas durante un momento. La yegua corcoveó, despavorida, y salió a galope hacia la oscuridad, levantando pegotes de barro a su paso. La montura de Dhamon fue tras ella.
—Vi de dónde salía el rayo —siseó el guerrero—. De allí, de esa pequeña colina. —Gateó hasta donde estaba la kalanesti—. ¿Te encuentras bien?
Feril asintió y después miró hacia donde Dhamon había señalado, un poco hacia el oeste. Se concentró, y su aguda vista de elfa penetró la oscuridad, permitiéndole distinguir unas lóbregas formas que se movían en la cercana colina. Lo primero que pensó era que los arbustos emitían más calor de lo normal, pero después las siluetas empezaron a desplazarse hacia adelante.
—¡Hay tres, Dhamon! ¡No sé qué son, pero se acercan a nosotros! —Buscó en un saquillo, y sus dedos tantearon plumas y arcilla, que dejaron a un lado para seguir buscando otra cosa.
Dhamon se agazapó y levantó la espada cuando una de las sombras se adelantó. En el negro fondo resaltaron unos dientes blancos. Ampolla y Shaon bregaron para incorporarse. La mujer bárbara desenvainó la espada y se agachó justo en el momento en que otro rayo le pasaba rozando la cabeza. ¡Había salido de las sonrientes sombras! Shaon corrió a situarse junto a Dhamon.
Más estrellas se abrieron paso entre el celaje, arrojando luz suficiente para que el guerrero viera a la criatura que se aproximaba. Su figura era inequívoca.
—Un draconiano —farfulló, desalentado—. ¡Feril, ten cuidado! ¡Esas criaturas no son monstruos del cielo, pero son peligrosas!
—Letales —lo corrigió el draconiano que iba a la cabeza. Era más corpulento que los otros dos, alrededor de los dos metros diez de estatura—. Somos dracs, y estáis en nuestro poder. —Salvó la distancia que lo separaba de Dhamon batiendo las alas para moverse con más celeridad.