Bajó por la escalera, haciendo un alto para mirar el retrato de su tío Raistlin.
«Él lo sacrificó todo por la magia, por su arte —pensó—. ¿Estaré haciendo lo mismo?»
31
Contra los ogros
Después de despedirse del Custodio y del Hechicero Oscuro, que de repente habían cambiado de opinión respecto a acompañar al grupo a Palanthas, Palin transportó mágicamente a los compañeros y a sí mismo a las afueras de la ciudad. Shaon se puso a la cabeza, abriendo la marcha a través de Palanthas con paso ligero, espoleada por el olor de la brisa marina y la perspectiva de reunirse con Rig. Sostuvo el paso marcado por Furia, y los dos no tardaron en dejar atrás a los demás.
Ampolla trotaba al lado de Palin, acribillando al paciente mago con una andanada interminable de preguntas acerca de los sitios en los que había estado, qué aspecto tenía y cómo olía el Abismo, y si había en él muchos kenders. Palin contestó a lo que pudo hasta quedarse prácticamente sin aliento.
Dhamon y Feril caminaban en silencio unos metros detrás; la kalanesti llevaba con todo cuidado la vasija en la que iba el drac; la criatura atraía las miradas curiosas de los transeúntes, que señalaban el recipiente. Por su parte, el guerrero cargaba la caja de nogal con el mango de lanza y el estandarte dentro.
—¿Dónde encontraremos la lanza? —preguntó Dhamon a Palin.
—Nos está esperando aquí, en la ciudad. La recuperaremos tan pronto como veáis a vuestros amigos en el barco para informarles de vuestro regreso.
Shaon llegó al embarcadero donde estaba atracado el Yunque. Los tablones crujían bajo sus pies conforme acortaba la distancia que la separaba del barco, remangando la falda del vestido lila hasta las rodillas para no tropezar con el repulgo.
—¡Rig! —llamó, excitada, mientras el lobo y ella subían por la plancha que iba del embarcadero a la carraca—. ¿Rig?
Furia husmeo la batayola y echó la cabeza atrás al tiempo que aullaba. A pesar de la distancia que todavía los separaba de Shaon, Dhamon y los demás la vieron correr por cubierta de un lado a otro y escucharon los aullidos del lobo.
Dhamon le entregó a Palin la caja de nogal, desenvainó la espada y echó a correr hacia el barco justo en el momento en que Shaon desaparecía bajo cubierta. ¿Habrían estado las criaturas aquí también?
—¿Rig? —siguió llamando la mujer; la voz se fue apagando de manera gradual a medida que se internaba más en la estructura del Yunque.
Dhamon se unió a sus llamadas, pero siguió sin haber respuesta.
—No hay nadie a bordo —comentó Palin mientras Feril, Ampolla y él se acercaban a la carraca verde. El mago cerró los ojos, concentrándose—. No ha habido nadie aquí desde hace días.
Echó una ojeada por encima del hombro a un pequeño barco de carga que estaba amarrado cerca, y vio a un viejo marinero apoyado en la desgastada batayola. El lobo de mar sacudió la cabeza tristemente.
Ampolla y Feril subieron a bordo del Yunque mientras Palin volvía sobre sus pasos, en dirección al barco del viejo marinero.
—Esto es de Groller —musitó Dhamon, que había recogido del suelo una cabilla. Se la mostró a Feril, que soltó el recipiente con el drac junto al palo mayor y se puso a registrar el barco.
—¡Rig! —gritó Shaon una última vez mientras subía a cubierta—. ¡Dhamon, no está aquí!
—Cálmate, es posible que esté en la ciudad. —El hombre le puso las manos en los hombros. Por el rabillo del ojo vio que Furia iba de un lado para otro, nervioso; la agitación del lobo echaba por tierra sus palabras de ánimo.
—¡No lo entiendes! —insistió la mujer bárbara—. No hay nadie en el Yunque, ni los marineros ni Jaspe ni Groller. Rig no dejaría ningún barco desatendido, cuanto menos el suyo. Y faltan otras cosas. Mis joyas, por ejemplo. —Tenía los ojos desorbitados, relucientes. Reparó entonces en la cabilla que Dhamon había encontrado y se mordió el labio inferior—. Casi esperaba que el barco no estuviera, que Rig no hubiera aguardado mi regreso, pero no contaba con encontrar el barco sin ellos. Algo terrible tiene que haber pasado.
—Sí, muchacha. Algo muy malo ha pasado. Fueron unas bestias. —Era el anciano y tambaleante marinero al que Palin conducía hacia cubierta.
»Los vi, ya lo creo, pero nadie me cree. Unas bestias grandes, que vinieron en plena noche.
Shaon se adelantó rápidamente hacia el recién llegado. El viejo retrocedió, intimidado por su brusquedad, y alzó la vista hacia la mujer. Los azules ojos pitañosos parpadearon sobre la bulbosa nariz llena de venitas rojas.
—¿Qué estás diciendo? —inquirió la mujer.
—Bestias, eso he dicho. —El viejo lobo de mar se frotó la barbilla, en la que crecía una barba incipiente, sonrió y le guiñó un ojo a Feril, que se había acercado al grupo por detrás de Shaon—. Se llevaron a vuestros hombres, y a muchos otros, pero nadie me cree. Sin embargo, aquí estoy yo... por si necesitáis uno.
—Estás borracho —acusó Shaon, dando un respingo. No sólo el aliento del viejo marinero apestaba a cerveza, sino también sus ropas, con las que parecía que hubiera fregado el suelo de alguna taberna.
—Sí, muchacha. Por eso es por lo que nadie me cree. —Su comentario fue acentuado por un sonoro eructo—. Pero, borracho o no, los vi. Estaba tumbado en la cubierta de El Cazador, allí, con la cabeza colgando por la borda porque me había pasado un poco con los tragos. Entraron remando al puerto, con todo descaro, y empezaron a sacar hombres de los barcos. A mí no me quisieron.
—No imagino por qué —gruñó Shaon.
—¿Adónde llevaron a los hombres? —intervino Dhamon.
—Salieron del puerto otra vez. —El viejo marinero se tambaleó, y Feril adelantó un paso para sujetarlo—. Los llevaron mar adentro, esas bestias. Se perdieron de vista tras aquel cabo. Probablemente se los zamparon. Las bestias comen hombres, ¿sabéis? Cada una tenía tres cabezas y montones de brazos. Sus pies eran grandes como anclas, y en vez de pelo tenían algas. Sus ojos brillaban como ascuas, como si hubieran salido del Abismo.
—No te creo —repuso Shaon con un escalofrío, aunque una parte de su mente daba crédito a las palabras del viejo. La mujer bárbara había visto cosas muy raras recientemente: una aldea vacía, dracs, edificios que aparecían de repente. Así que cualquier monstruo entraba dentro de lo posible.
—Puedo descubrir si su historia es verdad. —Feril tomó asiento al borde de la cubierta, cerca de una sección de la batayola en la que se apreciaban profundos arañazos. Quizás eran marcas de garras, pensó la kalanesti mientras buscaba en su bolsa y sacaba un pegote de arcilla. Lo trabajó con los dedos mientas canturreaba al tiempo que se mecía atrás y adelante. En cuestión de segundos, la arcilla tenía la forma de un pequeño bote.
La elfa miró por la borda y su tatuado rostro se reflejó en la quieta superficie del agua. Apretó los labios en una fina línea y su canturreo se hizo más alto. Era difícil hacer magia ese día, y el conjuro parecía burlarse de ella desde muy lejos. Con todo, Feril no se dio por vencida y su mente siguió buscando contacto con la energía.
Por fin el contacto mental se produjo, y la elfa tuvo poder suficiente para ejecutar el encantamiento. Bajo ella, el agua titiló y se agitó, y a continuación apareció una imagen duplicada del Yunque. Groller estaba en cubierta, rodeado por cuatro horrendos ogros, que rápidamente lo redujeron y después bajaron a la cubierta inferior y secuestraron a los demás. Lo ocurrido a bordo del barco se reflejó en el agua de principio a fin, de manera que todos los compañeros pudieron presenciarlo.
—Eso es lo que vi —dijo el viejo marinero en actitud fanfarrona—. Salvo que las bestias eran enormes y estaban vivas, no eran imágenes en el agua. Y su aspecto era cruel, con ocho ojos cada una y un montón de dientes.