Los dedos de Shaon se cerraron crispados sobre la batayola mientras el agua volvía a la normalidad y Feril guardaba la arcilla en la bolsa.
—Quizás estén ilesos —intentó tranquilizarla la elfa—. Rig y Groller son duros, y Jaspe es ingenioso. Las barcas parecían demasiado pequeñas para adentrarse en mar abierto, así que los ogros tuvieron que desembarcar en algún sitio que no esté muy lejos de aquí. No podrían aguantar mucho en alta mar.
—¿Por qué razón querrían unos ogros secuestrar marineros? —se preguntó Ampolla.
—Porque utilizan esclavos —respondió Palin—. Los marineros son fuertes y resultarían unos buenos trabajadores. Pero los ogros no los tendrán mucho tiempo en su poder. Los rescataremos. —«Si es que aún están vivos», añadió para sus adentros. Señaló la cabilla que Dhamon sostenía aún en la mano—. Quizá pueda usar algo de mi magia para rastrearlos. —El mago le entregó a Shaon la caja de nogal.
»Protégela con tu vida, porque las de muchos otros pueden depender de lo que guarda —dijo. Después cogió la cabilla, la sostuvo en la palma de la mano derecha, y concentró en ella su mirada mientras los demás observaban.
Las palabras que Palin pronunció sonaron claras, aunque eran en un lenguaje desconocido para todos los que estaban en el barco. Al tiempo que salían de sus labios, la cabilla tembló y adoptó otra forma, semejando una réplica de Groller a pequeña escala. La frente del mago estaba perlada de sudor, y también brillaba la humedad en sus manos. Las palabras siguieron saliendo de sus labios, ahora con más rapidez. Entonces terminaron de manera repentina, y la imagen de Groller volvió a ser una simple cabilla, aunque en ella había dos marcas o impresiones donde antes habían estado los ojos del muñeco.
Palin respiró hondo, sacudió la cabeza, y levantó la cabilla.
—Esto funcionará como un imán y nos conducirá hasta vuestro amigo. —Se arrodilló y llamó a Furia. El lobo acudió obedientemente a su lado y se sentó mientras Palin se quitaba el fajín de la cintura y lo enrollaba varias veces en torno al cuello del animal, metiendo a continuación la cabilla debajo del improvisado collar.
»¡Furia, búscalos! —ordenó. El hechicero vio que los dorados ojos del lobo brillaban con una extraña luz.
Furia empezó a ladrar y trotó hacia la plancha que bajaba hasta el muelle. Palin corrió tras él, dejando al viejo marinero mirando de hito en hito a él y a los demás mientras se balanceaba precariamente en la cubierta del Yunque.
—¿Adónde va tan deprisa? —se preguntó el viejo en voz alta—. ¿Es que no le gusta mi compañía?
—¡Vamos, Feril! —llamó Dhamon.
La kalanesti se puso de pie de un brinco. Shaon también empezó a bajar por la plancha, pero Feril la cogió del brazo.
—Alguien tiene que quedarse en el barco —le recordó—, en caso de que Rig y los otros escapen y vuelvan aquí. Además, tienes que proteger esa caja.
Shaon se mostró de acuerdo, y Feril echó a correr en pos de Dhamon.
—Rig no querría que le pasara nada al barco —agregó Ampolla—. Podrían robarlo si no hay nadie en él. —La kender hizo un gesto de dolor al cerrar los dedos sobre la mano de Shaon, y llevó a la mujer de vuelta a cubierta—. Me quedaré contigo.
—Y yo ¿qué? —dijo el viejo marinero, soltando otro eructo.
—Vuelve a tu barco —replicó Shaon secamente.
El viejo se encogió de hombros y descendió por la plancha con torpeza, dando trompicones y rezongando sobre bestias amarillas con colas prensiles y hermosas mujeres descorteses que no sabían apreciar sus obvios encantos.
La mujer bárbara toqueteó el cuello de encaje de su vestido, que de repente le parecía ajustado, áspero e incómodo; sus ojos se habían enrojecido y estaban llenos de lágrimas. ¡Cuánto había deseado que Rig la viera así, tan bonita!
El lobo condujo a Palin, Feril y Dhamon fuera de la ciudad, hacia el este, a las estribaciones de las montañas. Caminaron durante horas y horas, hasta que el día quedó atrás y el mago empezó a jadear por el esfuerzo. Palin estaba acostumbrado a subir y bajar escaleras aparentemente interminables en la Torre de Wayreth, pero ya no era aquel jovencito que había recorrido muchos kilómetros con su primo, Steel Brightblade, y que había luchado contra Caos en el Abismo. Esta caminata era larga y agotadora, y su orgullo le impidió quedarse retrasado o pedir a los demás que bajaran el ritmo de la marcha. Trató de hacer caso omiso de las punzadas en el pecho concentrándose en teorías mágicas, la amenaza de los señores supremos dragones, y pensando en Usha.
Feril y Dhamon parecían incansables. La kalanesti había acortado la larga falda de manera expeditiva, y había creado un astroso atuendo verde que le llegaba justo por encima de las rodillas. Se disculpó con Palin por estropear el vestido, pero el mago sacudió la cabeza y contestó que lo comprendía. Las zancadas de Feril eran aún más rápidas ahora que no tenía el estorbo de los largos pliegues.
El atardecer los sorprendió a muchos kilómetros de los puestos de vigilancia exteriores de Palanthas, sentados en el húmedo suelo y reposando contra el enorme tronco de un árbol muerto. Palin cerró los ojos. Le ardían los músculos de las piernas, y sentía pinchazos en los pies; imaginó que tendría las plantas llenas de ampollas. A pesar de los dolores y de la aspereza de la corteza del tronco contra su espalda, el sueño lo venció enseguida.
Dhamon estaba sentado junto a Feril y la miraba tristemente a los ojos.
—Los ogros son brutales y perversos. He estado en sus campamentos, y sé que no tratan bien a los prisioneros. Es posible que nuestros amigos no estén ilesos... o vivos.
—Mantengamos la esperanza —susurró ella—. Con Palin y conmigo, tenemos la magia de nuestra parte. Las cosas pueden salir bien. Tienen que salir bien. Sería incapaz de llevar malas noticias a Shaon.
La kalanesti se arrimó más al guerrero y apoyó la cabeza en su hombro. Entre los rizos asomó una oreja encantadoramente puntiaguda que le hizo cosquillas a Dhamon en la mejilla. El hombre suspiró y recostó la cabeza en el tronco mientras echaba el brazo sobre los hombros de la kalanesti.
«Tal vez no tenga mucha fe en la magia, Feril, pero la tengo en ti», se dijo.
Los dos no tardaron en dormirse, y sus suaves ronquidos se unieron a los de Palin.
Poco después de medianoche, el lobo se escabulló.
Feril siguió el rastro de Furia a la mañana siguiente, aunque no la preocupaba mucho el hecho de que el lobo no los hubiera esperado. Sus huellas estaban claramente impresas en el barro y en las zonas de suelo arenoso, e incluso Palin y Dhamon podían seguirlas sin demasiada dificultad.
Al caer la noche ya se habían reunido con Furia, y se encontraban escondidos detrás de un pequeño cerro, espiando a través de una grieta abierta en las rocas. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban sobre el descorazonador panorama que había a unos metros de distancia: un corral lleno de personas cautivas.
Los prisioneros estaban arremolinados, sus taciturnos semblantes alumbrados con el resplandor de una lumbre de campamento que ardía a poca distancia. Sentado frente al fuego había un ogro de piel amarilla oscura e hirsuto pelo verde, dándole vueltas y más vueltas a una pata de venado chamuscada mientras mascullaba en voz baja.
—Debe de haber cincuenta o sesenta ahí dentro —susurró Feril. Estaban tan apelotonados que muy pocos tenían sitio suficiente para sentarse o tumbarse. La kalanesti vio que algunos dormían de pie, apoyados contra la valla—. Me parece que he localizado a Groller. Pero sólo veo al ogro que está sentado frente a la hoguera. Podríamos reducirlo fácilmente.
—Tiene que haber más de uno —repuso Palin en voz baja—. Son brutales y fuertes, pero nunca viajan solos. —Asomó la cabeza por encima de la elevación, corriendo el riesgo de ser descubierto—. Allí enfrente. Cuento ocho figuras contra la ladera del cerro opuesto. No estoy seguro si son ogros. Parecen menos corpulentos. Es posible que sean humanos. Hay una tienda cerca, y dentro probablemente haya más. Salvar a vuestros amigos no va a resultar fácil. —El mago se retiró de su puesto de observación y miró pensativamente a sus compañeros de viaje.