—¿Tienes alguna idea de qué son dracs? —quiso saber.
—¡Largaos de aquí antes de que cambie de opinión y decida acabar con todos vosotros! —gritó el guerrero a los ogros.
Los brutos dieron media vuelta y echaron a correr, demasiado asustados para mirar atrás.
Entretanto, Palin había bajado de la roca plana y grande. Tenía el rostro demudado y respiraba con dificultad. Los pocos conjuros que había ejecutado eran potentes y habían consumido mucha de su energía.
—Marchémonos de este lugar —dijo el mago en voz baja. Dio media vuelta y se encaminó hacia los hombres que esperaban entre las rocas.
Dhamon fue el único que se rezagó para orar brevemente junto a los cuerpos de los que habían muerto.
Viajaron sólo unos cuantos kilómetros, justo lo bastante lejos para poner distancia entre ellos y el campamento. Había casi seis docenas de prisioneros liberados. Sólo la mitad de ellos eran marineros que habían sido secuestrados en sus barcos anclados en el puerto de Palanthas. Los restantes eran granjeros, mercaderes, y visitantes de la ciudad; a todos ellos los habían atacado antes de que pudieran llegar a las puertas de la urbe.
Estaban famélicos, y Feril, a la que Jaspe había curado con un conjuro, tuvo que emplearse a fondo para conseguir comida suficiente con la que engañar un poco el hambre de todos. Dhamon se puso a hablar con Palin sobre los dragones y los dracs, y cuál sería el siguiente paso para combatir esta amenaza.
—Uniremos la lanza y hablaremos con Goldmoon antes de decidir nuestro curso de acción. —El mago se frotó la mejilla. Le había crecido una barba corta y desigual que le daba un aspecto distinguido—. Confío en su consejo, pero sospecho que la decisión será ir tras el Azul, que se encuentra cerca.
Al otro lado de su improvisado campamento, Rig daba masajes a la elfa en los hombros.
—Creí que había llegado mi hora —admitió el marinero—. Tiene gracia. Sólo recuerdo otro momento en el que realmente llegué a temer por mi vida... —Feril volvió la cabeza y alzó la vista hacia él; sus ojos lo animaban a seguir hablando.
»Shaon y yo navegamos una vez por el Mar Sangriento en un barco llamado Dama Impetuosa. Hubo un motín a bordo. Se suponía que no debería haber derramamiento de sangre, y fui designado como el nuevo timonel. Sentía un gran respeto por el capitán, y creí que los demás también. Acordamos desembarcarlo y dejarlo en tierra con un poco de dinero y suficiente comida para que le durara hasta que pasara otro barco. Yo mismo fui en la barca con el capitán y un puñado de marineros.
»Después de desembarcar, vi cómo los otros se echaban sobre él y lo acuchillaban y lo golpeaban hasta mucho después de haberlo matado. No podía hacer nada, a menos que quisiera morir con él. Remamos de vuelta al barco en silencio. Jamás le dije a Shaon lo que pasó realmente. Y la primera vez que el Dama hizo escala en puerto, cogí a Shaon y desaparecimos. Estuvimos escondidos durante un tiempo, y estoy seguro de que ella se preguntó el porqué, pero sabía que era mejor no presionarme. Finalmente, llegamos a Nuevo Puerto.
—Debes de tenerle mucho aprecio —dijo Feril—. Y salta a la vista que ella te lo tiene a ti.
Las manos del marinero se demoraron sobre los hombros de la elfa.
—Somos buenos amigos —dijo.
Dhamon buscó a la kalanesti con la mirada y la vio al otro lado del campamento. Rig estaba inclinado sobre ella, muy cerca, tocándola. El guerrero sintió un arrebato de celos. Creía que Feril le había estado demostrando interés, pero ahora decidió que sólo coqueteaba con él. Apretó los puños, pero no se movió del lado de Palin, y su conversación continuó.
32
Fisura trae malas noticias
Khellendros se estiró todo lo cómodamente que le permitían los confines de su cubil subterráneo; sus músculos vibraron suavemente y movió la cola como un gato satisfecho. Había dormido durante casi ocho días, reponiendo energías, y ahora estaba listo para dedicarse a la creación de más dracs azules. Los componentes no tardarían en llegar, conducidos como ganado a través del desierto hacia su perdición. Después de eso, el dragón intentaría agrandar su madriguera a fin de tener más espacio para relajarse y preparar nuevos barracones para su creciente ejército.
Khellendros flexionó las garras y ronroneó de placer, y el sonido retumbó en las paredes de la caverna. El regimiento de dracs azules que había detrás de él alzó la vista hacia el techo y observó con recelo la arena que caía a través de las grietas. En el suelo se había acumulado una capa de dos centímetros de fina y blanca arena a estas alturas, ya que la agitación del dragón había seguido debilitando la estructura del cubil.
El Azul se deslizó hacia adelante. Era el momento de tomar un poco el sol, disfrutar de su brillante y pálido desierto. Se tumbaría sobre la caliente arena mientras aguardaba la llegada del nuevo material, cosa que calculaba sería dentro de dos o tres días como mucho. Avanzó lentamente, extendiendo el cuello y frotándolo contra el techo para calmar un picorcillo. Entonces se paró. Sus inmensos ollares aletearon con desagrado.
—¡Muéstrate! —retumbó su voz, y más arena se desprendió a través de las grietas del techo.
Un único ogro apareció en la boca de la caverna arrastrando los pies. El dragón alargó una zarpa con intención de aplastar a la insolente criatura que osaba profanar la intimidad de su cubil, pero entonces se frenó. Quizás era un mensajero de la tribu Puñofuerte que traía la noticia de la llegada de los ingredientes. No obstante, mientras Khellendros todavía consideraba tal posibilidad, la figura del ogro rieló y desapareció, reemplazada por la pequeña forma del polimorfista huldre.
—Estaba con los ogros —empezó Fisura.
—Como ordené —contestó el dragón—. ¿Y mis componentes?
El huldre parecía inusitadamente nervioso, y el dragón captó el olor a miedo del duende. Algo había ido mal, y eso disgustaba a Tormenta sobre Krynn.
—Bueno... —volvió a empezar Fisura.
—¿Sí? —lo apremió Khellendros, con creciente enojo y sin molestarse lo más mínimo en facilitar las cosas para que su aliado le diera las malas noticias.
—Los humanos que los ogros capturaron... En fin, que fueron rescatados.
—¡Rescatados! —La voz del dragón retumbó en la cámara subterránea, y las ondas sonoras lanzaron hacia atrás al huldre varios pasos. También cayó más arena del techo.
Fisura fingió un valor que no sentía y se apresuró a describir el inesperado ataque al campamento de los ogros, relatando con detalle el incidente y poniendo especial énfasis en el mago de cabello canoso, vestido con túnica corta y calzas, que ejecutó conjuros con los que derribó a los cafres y a los caballeros negros.
—Palin Majere —siseó Khellendros, identificando de inmediato al hechicero por la descripción del huldre—. Lo subestimé a él y a sus amigos, pero no volveré a caer en el mismo error. Y les haré pagar esta afrenta.
—Supongo que algunos de los cautivos debían de ser amigos del tal Palin —masculló Fisura—. Imagino que pensó que tenía que...
—Majere. —La palabra sonó como un trueno, un denuesto escapándose de los labios del dragón—. Los hermanos de Kitiara. Los Majere fueron aciagos para ella, y su vástago se está convirtiendo en una calamidad para mí.
—Todavía tienes a todos tus caballeros negros y tus cafres, y yo puedo encontrar más ogros...
—¡Silencio!
Los dracs azules retrocedieron y se apiñaron en un rincón apartado y oscuro para esquivar los violentos latigazos de la cola de su amo.
—Palin Majere tiene que ser castigado. Quiero hacerlo sufrir —masculló el dragón—. Y el mejor modo de que sufra es haciendo daño a los que ama.
—¿Qué quieres que haga? —susurró Fisura.
—De Palin Majere me encargo yo. Me cobraré venganza, y será dulce. Kitiara se alegrará.