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Khellendros miró más allá del duende a través de la cortina de lluvia que seguía cayendo sobre la tierra.

—¿Los objetos mágicos todavía tienen poder? —preguntó. El huldre asintió con la cabeza—. En la torre de Palanthas hay almacenados montones de objetos mágicos. Kitiara me habló de ellos en una ocasión, y del Portal al Abismo que hay en lo alto de la torre.

—La lucha en el Abismo ha terminado —lo interrumpió el duende—. Te la perdiste, ¿recuerdas? Y quizás haya sido mejor para ti, ya que podrías haber muerto. Los hombres que combatieron allí están muertos o han desaparecido, y ya no puedes hacer nada salvo, tal vez, recoger los huesos.

—Utilizaré los objetos mágicos para abrir el Portal, y desde el Abismo podré acceder a El Gríseo —musitó Khellendros, que parecía no estar escuchándolo—. Todavía existe la posibilidad de salvar a Kitiara.

—¿Es que no me has oído? —insistió el hombrecillo gris—. Los dioses se han marchado. El mundo es distinto. ¿Es que nada de eso te importa?

«Sólo me importa Kitiara», pensó el dragón, que tensó las patas, se dio impulso, y voló hacia la terrible tormenta.

4

La premonición

Palin despertó bañado en sudor, las sábanas empapadas y el largo cabello rojizo pegado en las sienes. Inhaló hondo repetidas veces en un intento de tranquilizarse.

Usha rebulló a su lado, y él trató de levantarse de la cama sin despertarla, pero no tuvo éxito.

—¿Qué ocurre? —susurró la joven mientras se sentaba y ponía la mano en la frente de Palin—. ¡Tienes fiebre! Has vuelto a tener ese sueño.

—Sí —admitió él en un susurro—. Pero esta vez ha sido peor que nunca. —Bajó los pies al frío suelo de piedra, se levantó y caminó hacia la ventana. Apartó la gruesa cortina y miró hacia el este, donde el sol acababa de asomar—. Esta vez estoy seguro de que no se trata de un simple sueño.

Usha se estremeció y bajó de la cama; tras echarse sobre los hombros una bata de seda, fue junto a él y apoyó la cabeza en su hombro desnudo.

—¿Era el Dragón Azul?

—Lo vi volando hacia Palanthas otra vez, y en esta ocasión llegaba a la ciudad. —Se volvió hacia ella, rodeó su esbelto cuerpo con sus brazos, y la besó en la mejilla. Después se miró en sus dorados ojos mientras pasaba los dedos entre los despeinados mechones de su plateada melena, que brilló al caer sobre ella los primeros rayos del sol. Incluso recién despierta estaba bellísima—. Creo que te casaste con un loco, Usha.

Ella lo estrechó contra sí.

—Y yo creo que me casé con un hombre maravilloso —le dijo—. Y también creo, esposo, que puedes haber heredado la habilidad de tu tío Raistlin para ver el futuro.

Se habían casado hacía menos de un mes, después de que Usha convenciera a Palin de que entre ella y Raistlin no había ningún parentesco a pesar de tener los ojos dorados y el cabello plateado. Al archimago no se lo había visto hacía tiempo. Los dos jóvenes se habían instalado en Solace, si bien Palin visitaba la Torre de Wayreth con frecuencia.

El joven se apartó de su mujer, y sus ojos, de un intenso color verde, observaron la campiña solámnica a través de la ventana. La torre se alzaba ahora justo a las afueras de la ciudad de Solanthus, como lo había estado desde hacía varias semanas. Mañana tal vez estaría en cualquier otra parte. La torre nunca permanecía en un sitio demasiado tiempo, y a veces se movía a requerimiento de Palin. La facultad del edificio para manipular el espacio era uno de los poderes mágicos que habían subsistido en Krynn, e incluso había incrementado su radio de acción, a pesar de la desaparición de los dioses de la magia. Palin había descubierto que las cosas imbuidas de magia antes de la guerra contra Caos conservaban sus poderes.

—Veamos si puedo dar a este sueño, a esta premonición —rectificó—, un poco más de solidez.

Se dirigió hacia un gran escritorio de roble que había en un rincón del cuarto, cogió un espejo de mano hecho de peltre que había en el cajón superior, y regresó junto a Usha. Poniéndose de espalda a la ventana, enfocó toda su concentración en un punto del centro de la lisa superficie del espejo, en tanto que la joven se inclinaba hacia adelante, con los codos apoyados en el alféizar.

Hubo un destello de luz cuando el sol tocó el espejo, y entonces el aire rieló y brilló al tiempo que un marco ovalado y de un pálido tono verde se materializaba en el cristal. Dentro del marco cobró forma una imagen; al principio las tonalidades se mezclaban como pinturas de acuarela, pero después la imagen cobró consistencia hasta quedar enfocada. El sol se ponía en el puerto de Palanthas, y una gran ave planeaba sobre las crestas de las suaves olas y viraba hacia el litoral occidental.

El joven hechicero se encogió cuando la criatura alada se aproximó, y se vio claramente que era un dragón. Tras él, oyó a Usha dar un respingo, y sintió el suave roce de sus dedos en la espalda. Palin se concentró en el aspecto de la bestia. Era un Azul enorme, un macho de largos cuernos blancos y relucientes ojos dorados. Era el que había invadido sus sueños durante las últimas tres noches, y al que no había visto en el Abismo durante la guerra contra Caos. A pesar de la gran confusión que había reinado en la batalla y de ser muchos los dragones que habían combatido en ella, no habría olvidado uno tan grande. Era mayor que cualquiera de los que habían luchado.

—¿Qué querrá hacer en Palanthas ese dragón? —inquirió Usha en un susurro.

Los dos contemplaron cómo el Azul se convertía en una sombra que planeaba silenciosamente sobre la urbe, como un halcón.

—Debe de querer algo que hay en la ciudad —musitó Palin.

La sombra del dragón se deslizó hacia la imagen fantasmagórica de la Gran Biblioteca. Plegó las alas contra los costados, cayó en picado pesadamente sobre el tejado, atravesó las tejas, y desapareció. Palin enfocó su atención en el agujero abierto por la bestia y atisbo a través del polvo y la mampostería rota.

La imagen cambió para acomodarse a sus deseos, y le mostró el interior del edificio. El dragón estaba sentado sobre los cadáveres ensangrentados y aplastados de unos monjes, y con sus enormes garras iba tirando estantería tras estantería de libros, cogiendo alguno que otro ejemplar raro. Era evidente que el Dragón Azul buscaba tomos específicos, de contenido mágico. Finalizado su sórdido trabajo, el reptil aferró su botín con una garra y se marchó de las ruinas, para remontarse luego en el cielo. Su rumbo lo llevó hacia otro edificio.

—La Torre de la Alta Hechicería —susurró Usha.

A Palin lo asaltó una repentina flojedad, y su cuerpo alto y delgado se estremeció.

El dragón hizo caso omiso del Robledal de Shoikan que rodeaba la Torre de la Alta Hechicería y que mantenía a distancia a la mayoría. Cernido sobre el techo de la torre, pareció ejecutar algún tipo de hechizo antes de aterrizar ágilmente en lo alto del imponente edificio. Con las garras posteriores, la bestia empezó a escarbar y a destrozar la construcción. Grandes fragmentos de piedra salieron volando como pegotes de barro y cayeron sobre la ciudad, donde aplastaron a muchos curiosos que habían salido de sus casas y establecimientos para ver qué ocurría.

Cuando la terraza de la torre quedo reducida a un montón de escombros, el dragón hincó las garras en la cámara inferior, el laboratorio, y empezó a recoger baúles y cofres llenos de objetos mágicos y pergaminos con poderosos hechizos arcanos. Entonces los dorados ojos del reptil se clavaron en el Portal al Abismo.

—¡No! —gritó Palin con voz enronquecida—. Tengo que detenerlo.

La imagen de la torre se disipó en el espejo, sustituida por la del ceniciento rostro del joven y del despejado cielo matinal.

—Pero ¿qué puedes hacer tú? —Usha tiró de su esposo, apartándolo de la ventana, y corrió la cortina—. ¿Qué puedes hacer contra un dragón de ese tamaño?

—No lo sé. —Palin acarició la mejilla de Usha—. Pero he de hacer algo, y pronto. Si mi sueño es realmente una premonición, un atisbo del futuro, es posible que el dragón piense actuar enseguida, tal vez hoy mismo, al anochecer. No puedo dejar que mate a esas personas ni que se apodere de la magia de la torre y tenga acceso al Portal.