—¿Que lo lamentas? —espetó Rig—. ¡Con lamentarlo no le devolverás la vida a Shaon! ¡Tú deberías estar muerto, no ella!
—Cuida de Feril, por favor —pidió Dhamon, mirando intensamente al marinero—. Me ocuparé de Ciclón, y me aseguraré de que no vuelva a hacer daño a nadie.
Bajó presuroso la plancha que llevaba al embarcadero.
—¡Dhamon! —llamó Palin. El mago recogió la lanza y la sostuvo en alto—. Té hará falta.
—No. —El guerrero sacudió la cabeza—. No la necesitaré.
Enseguida se perdió entre la multitud que se había reunido cerca del Yunque y contemplaba en silencio el maltrecho barco.
36
Vínculos rotos
Llovía sin cesar. El cielo estaba gris, encapotado, favoreciendo el ambiente depresivo de toda la escena.
Sentado en cubierta, con la espalda apoyada en el palo mayor roto, Rig estrechó el cuerpo de Shaon contra sí, y lo acunó atrás y adelante. Le musitó algo, como queriendo confortar su espíritu. Le susurró lo apenado que se sentía, lo hermosa que estaba con su vestido violeta, lo mucho que la amaba, y que no sabía si podría vivir sin ella.
Jaspe y Ampolla ayudaron a Groller a levantarse, y Furia se movió alrededor del semiogro al tiempo que soltaba nerviosos gañidos.
—Llevémoslo bajo cubierta —dijo el enano—. Quiero que se acueste, y después veré qué más puedo hacer por él.
Ampolla se mordió los labios para contener el dolor cuando cerró los dedos alrededor de la manaza de Groller. Entre el enano y ella condujeron al semiogro hacia la escotilla lentamente, con el lobo rojo pisándoles los talones.
Feril miró hacia el puerto, pero no vio señales de Dhamon. La muchedumbre era cada vez más numerosa a lo largo del muelle. La kalanesti se sintió muy sola.
Palin observó las colinas, hacia el oeste, mientras el marinero reanudaba su diatriba contra el antiguo Caballero de Takhisis.
—¡Dhamon es el responsable de todo esto! ¡Ojalá el dragón lo mate también!
—Creo que la cólera te ofusca —dijo Palin sin volverse a mirar a Rig. Hablaba en voz baja, pero sus palabras tenían fuerza suficiente para contener el estallido del marinero—. Un Dragón Azul ha matado a Shaon, y los reptiles son responsables de casi todo el dolor que hay en Krynn.
—Pero Dhamon lo conocía —despotricó Rig—. ¡Cabalgó en él cuando era un Caballero de Takhisis! ¡Llamó compañero al dragón!
—Cuando era un Caballero de Takhisis —replicó el mago—. Tú lo has dicho: era. Creí que lo tenías por amigo. Te rescató de los ogros.
—Shaon está muerta. —Los hombros de Rig se encorvaron.
—Y debemos llorar su muerte y no olvidarla —continuó Palin, todavía de espaldas al marinero—. Pero no sería justo culpar a Dhamon de su muerte. ¿Cómo puedes condenar a un hombre por una clase de vida con la que rompió? ¿Cómo puedes culparlo por los actos despreciables de un dragón? ¿Es que no hay nada en tu pasado que te gustaría dejar atrás y enterrado?
«El motín —pensó Rig mientras seguía acunando el cuerpo de Shaon—. Pero yo no habría podido impedir la muerte de mi capitán. Esto es diferente.»
—¿No hay nada que preferirías olvidar? —insistió Palin.
A través del velo de lágrimas Rig miró el cuerpo inmóvil de Shaon. Quizá Dhamon tampoco habría podido hacer otra cosa...
—Voy a buscar a Dhamon —anunció Feril, que había escuchado la conversación—. Él solo no puede encargarse de ese Azul. Y es por él por quien vinimos aquí a luchar contra los dragones.
—Te acompaño —dijo Palin, que se volvió a mirar a sus compañeros—. Voy a decírselo a los que están abajo.
—Date prisa —urgió la kalanesti.
Seguía lloviendo cuando se abrieron paso entre el gentío y se encaminaron hacia las colinas occidentales. El mago caminaba deprisa a pesar de la edad y el cansancio que sentía. Con todo, su paso no era tan vivo como el del marinero. Rig, que llevaba la lanza, los había alcanzado antes de que llegaran a las afueras de la ciudad.
—Culparlo a él tampoco le devolverá la vida a Shaon —admitió el marinero ante Feril. Luego se dirigió a Palin:— Supongo que tienes razón. Hay cosas del pasado que es mejor enterrarlas.
Dhamon ascendía trabajosamente por la ladera de la montaña. Las rocas estaban resbaladizas con la lluvia, y en más de una ocasión estuvo a punto de perder pie. La tormenta seguía descargando furiosamente a su alrededor, y los relámpagos iluminaron al dragón apostado en lo alto.
Ciclón vio acercarse a su antiguo compañero, y batió las inmensas alas para crear un fuerte viento que dificultara la ascensión de Dhamon. El chisporroteo de un rayo asomó entre los dientes del dragón, que disparó una pequeña descarga contra el hombre.
Las piedras saltaron hechas añicos cerca de los pies de Dhamon y acribillaron sus piernas, obligándolo a gatear para encontrar un asidero mejor.
—¿Has cambiado de opinión? —retumbó la voz del reptil—. ¿Vienes a disculparte? ¿A pedirme que te perdone y te deje cabalgar conmigo otra vez?
Dhamon no respondió. Apretó los dientes y siguió trepando. La imponente figura de Ciclón surgió más próxima.
El dragón esperó pacientemente y siguió fraguando la tormenta. Dispuso que una fuerte ráfaga de viento se precipitara, impetuosa, ladera abajo, y observó divertido cómo levantaba casi en vilo a Dhamon, que se quedó sujeto sólo con las manos.
—Qué porfiado —comentó Ciclón—. Claro que siempre lo fuiste.
Por fin, el guerrero llegó a la cumbre y se plantó ante el Azul, a su sombra.
—No tenías por qué matarla —dijo—. No te había hecho nada.
—Nada salvo ser amiga de Palin Majere —replicó el dragón—. Y matándola le hice daño a él.
—Palin apenas la conocía —manifestó el guerrero, enojado.
—Entonces, me equivoqué de víctima. Ayúdame a encontrar otra, una que tenga más importancia para el hechicero.
—No habrá más víctimas —le dijo al dragón.
—Ya no estoy a tus órdenes.
Dhamon trabó la mirada con la del que antaño había sido su amigo, y después desenvainó la espada y se adelantó.
Ciclón abrió los ojos de par en par, sorprendido.
—¿Te propones combatirme? —preguntó.
—Me propongo matarte —repuso Dhamon al tiempo que atacaba.
El Dragón Azul tensó los músculos de las patas, se impulsó y batió las alas para remontarse en el aire. En ese momento, Dhamon saltó hacia arriba y golpeó con la espada. La hoja se hundió profundamente en una de las patas de Ciclón.
El guerrero se aferró con fuerza a la empuñadura al sentir que se remontaba en el aire, con las piernas colgando en el vacío; se aupó más a costa de un gran esfuerzo.
—Hubo un tiempo en que fuimos aliados —siseó el dragón. Giró la cabeza lentamente por encima del escamoso hombro—. Fuimos más que amigos. Fuimos hermanos. No me obligues a matarte.
Dhamon se agarró a la pata de Ciclón, aprovechando el agarre que le ofrecían las azules escamas. Sacó la espada de un tirón, la envainó y siguió trepando por encima del anca hacia el lomo del reptil. El guerrero sabía que Ciclón podría habérselo sacudido de encima con facilidad, y que el dragón estaba siendo magnánimo, pero sólo hasta cierto punto. Vio que Ciclón volvía la cabeza hacia él, sintió que inhalaba, y se aferró con todas sus fuerzas a la cresta del lomo cuando un rayo salió disparado de sus fauces. La descarga se propagó, inofensiva, por las escamas del dragón, pero se hizo sentir al alcanzar a Dhamon. La lacerante sensación lo sacudió. El guerrero cerró los ojos, apretó los dientes e intentó rechazar el dolor.
Sólo era un aviso, y Dhamon lo sabía.
—Fuimos aliados —repitió el reptil.