Выбрать главу

PÚM, pum. ¿ Quién es? El pájaro negro que ahuyenta tu sueño. Uno, dos y tres. Duérmete, mi niño, no tengas miedo…

Nadie se atrevía a quedarse solo jugando en la calle después de que oscureciera, ni a desviarse en el camino si tenía que hacer algún recado. Unos y otros habían aprendido a extremar la cautela ante los extraños. El miedo protector, sin embargo, de nada servía ante los hombres vestidos de negro que rondaban las calles en los grandes coches oficiales, los ojos indagatorios apareciendo y desapareciendo al ritmo de las varillas de los limpiaparabrisas o antelas siluetas encapuchadas que se movían con grandes abrigos, detrás de las linternas, vigilando, siempre al acecho, tan eficaces como brutales cuando entraban en una casa, derribando la puerta, registrando las habitaciones de arriba abajo, papeles, libros, enseres domésticos… sacando a la gente apunta de pistola, amparados en la oscuridad de la noche.

Los ojos de Kosturi eran pequeños y escudriñadores, aunque ahora miraban a Ismaíl con una especie de lentitud aplacada, como esos hombres a los que la edad les ha aportado meditación o escepticismo e incluso arrepentimiento, además de algún achaque. Vestía un jersey gris con los codos muy gastados y unas zapatillas oscuras de fieltro que acentuaban su aspecto envejecido. Mientras se dirigía al perchero para colgar el anorak de su huésped, Ismaíl se fijó en que Kosturi caminaba algo encorvado y arrastraba los pies como si sufriera una dolencia artrítica.

– He encontrado algo que quizá pueda ser una pista, por eso te he mandado llamar -dijo mientras le indicaba a Ismaíl una silla situada frente a una gran estufa de hierro-. Pero siéntate aquí, estás empapado.

– ¿De qué se trata? -preguntó Ismaíl, que miraba ahora con curiosidad a su alrededor.

Había cuatro sillas forradas de plástico granate alrededor de la estufa y un aparato de radio de un modelo muy antiguo sobre una mesa de formica.

La escasez de muebles y las paredes desnudas, con una única estantería metálica al fondo, le daban a la estancia un aspecto administrativo de vieja oficina que encajaba con el aire desalentado de aquel funcionario jubilado, como si la vejez y más que nada la soledad lo hicieran indiferente a las comodidades.

– No lo sé muy bien todavía, aunque parece un croquis, una especie de plano. -Kosturi levantó la tapa de la estufa e introdujo dos gruesas barras de serrín prensado, después abrió el tiro, que se iluminó de pronto con un brusco resplandor rojizo-. Lo que me llamó la atención es que lleva dos firmas, una de ellas pertenece a un funcionario del Departamento de Estado que conocí en el pasado y que estaba encargado de los Asuntos Especiales. La otra te resultará familiar porque pertenece a tu propio padre, el comandante Zanum. La fecha que aparece en el dorso es el 15 de setiembre de 1961 y, según me explicó VIadimir, coincide con el mes y el año en que le perdisteis la pista a ese médico que estás buscando.

– Sí, el doctor Gjorg -confirmó Ismaíl. -En los archivos aparecen varios procesos por esos días, siete en total, pero todos ellos se refieren a personal del propio ministerio. Es decir, lo que se entiende por depuraciones internas. Además, los encausados figuran con su nombre completo y su número de cédula. No hay ningún doctor Gjorg entre ellos. -Kosturi enarcó las cejas con el gesto elocuente de quien se ha pasado media vida rastreando y asociando y por ello mantiene intacta, a pesar de los años, la capacidad de sacar conclusiones velozmente.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Ismaíl, que no acababa de entender adónde llevaba toda aquella digresión.

– He visto esta clase de cosas muchas veces. -Kosturi se calló un momento con expresión abstraída, como si en el fondo de su mente habitara un pozo de gravedad. Después avivó con un punzón la brasa de la estufa, Me refiero a los procesos paralelos -explicó-. Basta con que la denuncia parta de un miembro del buró y se tramite a Asuntos Especiales. Entonces no son necesarias las pruebas, nadie va a hacer comprobaciones. Todo está perdido si uno ha sido sentenciado de este modo. -El viejo funcionario hablaba ahora con vehemencia-. Lo que era recto se torna curvo, las mayores evidencias son negadas, en cuestión de un momento, el mundo entero se viene abajo, nadie se puede fiar de nadie entonces, cuando la furia interna se desata. Cualquiera puede realizar la denuncia, un vecino, un sirviente despechado, un niño, un marido celoso… Una vez que los dispositivos del Departamento de Estado se ponen en funcionamiento ya no hay forma de frenarlos. Créeme, sé muy bien lo que digo. Yo mismo he participado en estas conjuras que ocurren fuera del ángulo visible. Se confeccionan pruebas falsas, testimonios ficticios -continuó con expresión abatida, como si en lo más profundo de su discurso habitara el convencimiento de que nadie nunca puede sustraerse al influjo de una maquinaria tan poderosa-. Nos hemos formado todos en esa religión implacable de doblar la cerviz y asentir o callar ante los que tuvieron el dudoso mérito de forjar este Estado..

Más que el contenido de aquella confesión comprometida e inesperada, lo que le sorprendió a Ismaíl fue el tono empleado por Kosturi, ni beligerante, ni comprensivo, ni perplejo, sino más bien expiatorio, como esas personas a las que al final de su vida el tiempo les brinda una última oportunidad de hacerse perdonar y de dejar de ser los que acaso han sido. Era evidente que el funcionario se había apartado del objeto inicial de la conversación para perderse en sus propios recuerdos, e Ismael sintió que el recelo con el que había acudido a aquella cita comenzaba a desvanecerse a medida que iba hablando aquel hombre, cuya colaboración había ayudado a su amigo, VIadimir Hazbiu, a encontrar la tumba de su padre. Sin embargo, a pesar de que la confianza de Ismaíl aumentaba, iba creciendo también su aprensión ante aquella voz que aparentaba tan estrecha relación con la niebla y los sepulcros.

– ¿Por qué se presta a ayudarme? -le preguntó. A Kosturi no debió de gustarle la pregunta, pero no tanto por el leve recelo que expresaba como por la interrupción. Miró a Ismaíl con expresión reprobatoria.

– Digamos que tengo mis motivos -respondió-. Pero no creo que eso sea lo más importante ahora. ¿O no quieres que siga?

– Por favor -le pidió Ismaíl, acompañando su disculpa con un gesto de la mano que lo alentaba a proseguir.

– Alguien cuyo nombre no puedo revelar me ha hablado de un caso bastante extraño ocurrido en ese mismo año 1961 -continuó diciendo Kosturi, Se trata de un médico que fue detenido en Durrés a principios de setiembre, cuando intentaba negociar con un patrón de pesca el precio de un pasaje para cuatro personas hasta Brindis¡ por motivos que no pudo o no supo explicar, pero que los servicios secretos relacionaron inmediatamente con la persecución política desatada tras la ejecución del almirante Teme Sejko. Ahí fue cuando todo empezó a torcerse, se institucionalizó la práctica de los enterramientos secretos y como contrapartida surgió La Organización. -Ismaíl se removió en el asiento.

Era la segunda vez en su vida que oía mencionar la citada sociedad.

– ¿La Organización? -preguntó con evidente suspicacia, ¿Se refiere a…?

– Sí, a eso exactamente me refiero -le cortó Kosturi con cierta aprensión, sin dejarle acabar de formular la pregunta, Hemos construido un país de necrófilos, de buscadores de tumbas. Tú debías de ser muy pequeño entonces y no puedes recordarlo, pero hubo un juicio público que se retransmitió para toda la población desde el gran cine Tirana. Cientos de altavoces atronaban las plazas. Antes de que el tribunal llegara a pronunciarse, el almirante ya había sido declarado traidor como integrante de una conjura soviético-norteamericana que en realidad nunca existió. ¿En qué cabeza puede caber una conspiración conjunta de Moscú y Washington? -Kosturi movió la cabeza hacia los lados.