Aunque el doctor Gjorg era bastante más joven que Zanum, ambos habían luchado juntos en la Resistencia, eran camaradas, amigos de sangre, como decís los albaneses. En una ocasión le salvó la vida, cerca de la laguna de Korcé. Fue durante una emboscada de los alemanes. Seguramente ya lo habrás oído contar. El comandante estaba al frente de la partida y llevaban una semana cercados en esa ciénaga llena de sapos y mosquitos. Mientras avanzaban entre los juncos, la sombra de un avión les pasó por encima e hizo estallar el matorral donde se habían refugiado; murieron cinco hombres. A Zanum lo sacó en hombros el doctor con una pierna casi separada del tronco. -Ismaíl hizo un gesto con la cabeza, dándole a entender a Hanna que conocía la historia, se la había oído a su padre cientos de veces-. Pero en la guerra no hay traiciones -Siguió la anciana-, o si las hay, no son nada comparadas con las que tienen lugar en tiempos de paz. -Hanna se detuvo otra vez. Según hablaba, iba sopesando sus palabras, como si dudase entre contar o no contar algo. Cuando se decidió a proseguir, en su voz había una especie de zozobra contenida-. El doctor Gjorg era un hombre entusiasta, lleno de energía, de esas personas que contagian su vitalidad y su alegría. A las mujeres nos gustan los hombres así, que nos hagan reír, que nos escriban cartas apasionadas, que nos halaguen y nos obsequien. -Los ojos de Hanna se habían suavizado ahora con esa añoranza de las personas muy mayores cuando recuerdan su propia juventud lejana y acaso también convulsa, salpicada de vuelcos y renuncias, o errores, quién sabe… Al final de cualquier vida siempre hay demasiados recuerdos. Pero el alejamiento de su mente duró apenas unos segundos. En seguida volvió a referirse al doctor Gjorg-: Él iba y venía de sus viajes -continuó diciendo-, y no se sabía nunca cuándo iba a regresar. Desaparecía y aparecía como un mago cargado de regalos para todos. Una vez, antes de que tú nacieras, le trajo a tu madre una de esas muñecas rusas que están encerradas unas dentro de otras. En los últimos tiempos, a Ella le gustaba abrirla constantemente. Yo creo que buscaba dentro de la muñeca algo que no podía encontrar en el interior de sí misma. -Hanna se detuvo de nuevo, como si se hubiera dado cuenta de que se estaba alejando otra vez del asunto de la conversación-. Ay, perdóname, hijo, ya sé, ya sé que divago, los años no perdonan, los recuerdos se me amontonan en la cabeza y pierdo el hilo. La semana pasada me asusté, porque mientras regaba las macetas de los tulipanes me dio un vahído. No llegué a desvanecerme, pero mi mente se quedó completamente en blanco durante unos minutos que me parecieron eternos. No veía nada, no recordaba nada, no sabía dónde me encontraba. Me asusté de veras. No porque le tenga miedo a la muerte; como comprenderás, a mis años una aprende a convivir con esa idea. Lo que me da miedo verdaderamente es perder la memoria, morirme sin haber cumplido la única promesa que hice en mi vida. Por eso te he hecho venir.
Ismaíl todavía no había despegado los labios. Escuchaba en silencio, sin mover un solo músculo del rostro, con las pupilas muy concentradas. En el fondo de su expectación había un punto de recelo, como si de algún modo intuyera o vislumbrara ya adónde quería llegar Hanna.
Entonces fue cuando la niñera se decidió a reconducir la charla para ir directamente al grano. Lo hizo después de un suspiro largo, tomando impulso, pero con tiento. La tez se le había oscurecido.
Era de color mate ahora, como la madera talada, sus ojos, dos puntos diminutos y brillantes.
– Verás -empezó diciendo-, la relación de tu madre con el doctor Gjorg venía durando ya demasiado tiempo. Yo me convertí en su confidente yen su cómplice incluso. Era difícil no ceder a su entusiasmo. No sé cuántas veces traté de prevenirla y le aconsejé sensatez, pero fue inútil. Los dos se encontraban en una especie de estado de gracia, por encima de la realidad, y aunque tomaban algunas precauciones, lo cierto es que su propio enamoramiento los mantenía alejados del sentido común. ¿Sabes qué es lo que más desea una mujer cuando ama a un hombre? No me refiero a cuando lo quiere o siente simplemente simpatía hacia él, o afinidad e incluso gratitud, sino cuando lo ama de verdad, por encima de todas las cosas. -Ismaíl negó tímidamente con la cabeza-. Pues cuando se ama así a un hombre, lo que más desea una mujer es tener un hijo suyo -continuó Hanna-. No se trata de una elección sopesada, sino de una necesidad, una especie de frenesí, de locura, si quieres llamarlo así. Tu madre estaba enamorada hasta ese punto. Necesitaba tener ese amor dentro de ella para siempre. No pensó nada más, no calculó las consecuencias. ¿Y sabes lo que ocurre cuando al preparar un dulce no se calcula la cantidad de levadura que hay que ponerle? La masa se levanta como una montaña hasta que revienta, desparramándose fuera del molde. Igual ocurre en el corazón humano cuando lo inflama la pasión: se desborda. -Hanna carraspeo un poco. Cuando volvió a hablar, su voz parecía un hilo finísimo a punto de quebrarse, Al final de aquel otoño -añadió Hanna en un tono muy bajo- naciste tú.
Hanna calló de nuevo y observó a Ismaíl con sus ojos que habían visto demasiado, más de lo que hubieran querido ver, sin duda; ojos pequeños y líquidos, empañados por un velo de linfa. Se lo quedó mirando así durante un instante de silencio, con aire fatigado, las dos manos anudadas como raíces sobre el regazo de la falda.
– Zanum no imaginó nada. No en aquel momento, al menos -continuó diciendo con la voz más segura, ahora que ya había contado lo más difícil-. Tu madre seguía siendo afectuosa y solícita con él, incluso más que antes. Te preguntarás cómo conseguía aparentar ser una esposa cariñosa mientras llevaba en las entrañas un hijo de otro hombre. Te parecerá una monstruosidad, pero las cosas no son tan simples, hijo. No creas que tu madre tenía que esforzarse en fingir que quería a su marido. En realidad le tenía afecto y sentía un poco de piedad hacia él. Lo quería como se quiere a un padre o a un hermano mayor un poco pesado a veces. Te sorprenderías si supieras cuántas mujeres conciben un hijo de otro hombre dentro del matrimonio sin que ellos alberguen nunca la menor sospecha. Esas cosas han sucedido siempre, y siguen sucediendo. No, a tu madre no le costaba ser amable y bondadosa con su marido. Por lo menos al principio. Después, las cosas se complicaron, y donde a ella realmente le costaba cumplir con sus obligaciones de esposa era en la cama. Fue entonces cuando Zanum empezó a sospechar, pero ya era demasiado tarde. Uno siempre se da cuenta de todo demasiado tarde… -Y mientras hacía esta última reflexión, los ojos de la anciana volvieron a ausentarse, más diminutos aún y velados.