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– No le lleves la contraria -aconsejó Cuxot-. A ver adonde llegáis en el sueño.

– ¿Es verdad que a tu ex mujer le gustan los gitanos -preguntó Serafín-y que ha tenido líos con tocaores y cantaores?

– ¿Quién te ha dicho eso?

– Éste. -El jorobado señaló a Cuxot-. ¿Es verdad o no?

– Pues sí -admitió Marés a regañadientes-. Nadie lo diría, con lo fina y catalanufa que es. Ahora, para disimular, se ha liado con un sociolingüista independentista.

– ¿Socioqué…?

– Tan seria y formal, la señora -prosiguió Marés lamentándose, apartando el plato de macarrones que apenas había tocado-. Pues ahí la tienes, lleva una especie de doble vida.

Se bebió un vaso de vino y se sirvió otro. Miró en dirección al mostrador cochambroso, en cuyo extremo, sentado en un alto taburete y de espaldas a la barra, el charnego pinturero le miraba con la frente vendada y el despertador en la mano, sonriendo. Sobre la sien derecha la gasa estaba manchada de sangre. Llevaba su traje marrón a rayas, pero no el sombrero ni los guantes.

– Rediós, estoy muy mal -se lamentó Marés-. Sueño despierto.

Apuró otro vaso de vino. Volvió a mirar el mostrador y allí estaba Faneca, sonriéndole con recochineo.

– ¿Qué tienes en la frente? -dijo Serafín indicando el rasguño sobre la ceja-. ¿Te has golpeado con el acordeón?

– ¡Qué acordeón ni qué hostias! Ya os he dicho que anoche le arrojé el despertador a la cabeza.

– Pero entonces la señal debería llevarla él y no tú -razonó Cuxot.

– ¡Pero es que él soy yo, tarugo! -dijo Marés con gran convicción.

Serafín rebañaba el plato y cabeceó pensativo:

– Seguro que te diste con el canto de la mesilla de noche y no te acuerdas. Eres un caso, Marés.

La aparición se esfumó de repente, cuando tomaban café y Serafín hablaba de su prima, de lo buena que era con él.

Dejaron al jorobado vendiendo lotería en las Ramblas y volvieron a la explanada frente a la catedral. Marés tocó sardanas y llovían monedas, pero en seguida, como una fatalidad, se sorprendió atacando Lisboa antigua y después Caminemos. Una señora gordita de sonrisa dulce y cabellos azulados de muñeca arrojó una moneda de veinte duros entre sus piernas. El acordeón ondulaba en su pecho y Marés pensó en la puta generosa y atenta que invitaba a su primo jorobado a cenar, para que se sintiera menos solo. Luego, repentinamente, no pasó nadie y dejó de tocar, y entonces escuchó a su lado la perorata de Cuxot, que seguía dibujando sentado en su sillita de tijera. Divagaba sombríamente sobre el cuerpo de una persona amada pintado en el recuerdo, después de muchos años; que no se recuerdan las formas, dijo, sino la luminosidad de la piel, la textura y el color. Y que eso era lo que él siempre quiso pintar, esa luminosidad, sin conseguirlo.

Su meditación en voz alta le trajo a Marés el punzante recuerdo de Norma Valentí, y de pronto soltó el acordeón y se mordió los puños desesperadamente. Aullando como un perro, se incorporó de un salto y hundió los nudillos despellejados en los bolsillos del pantalón, se agarró los genitales y empezó a dar vueltas alrededor de la hoja de periódico y del acordeón, que, retorciéndose él también en el suelo, soltaba un débil gemido. Algunos viandantes se pararon a mirarle. Cuxot seguía enfrascado en sus dibujos y apenas le hizo caso. Desconsolado, Marés golpeó la cara contra la esquina hasta que sangró el pómulo. Acto seguido recuperó el acordeón y volvió a sentarse, y empezó a tocar con la cara ensangrentada. Se paró más gente y le miraba con curiosidad, pero fueron pocos los que arrojaron monedas. Creían que todo era una comedia.

– No puedo más -dijo Marés, y anunció a Cuxot-: Voy a llamarla.

– No seas capullo.

– Sólo para oír su voz, hermano.

– Estás convirtiendo tu vida en un infierno -dijo Cuxot-. ¿Por qué persistes en tu loca idea?…

– No tengo más idea que ésta.

– Capullo.

– Oír el sonido de su voz, por lo menos -insistió Marés-. Aunque sea por teléfono, desde una asquerosa cabina. ¡Qué otra cosa puedo hacer!…

– Esa voz te está comiendo el coco. Te vas a matar.

– Es que no sé vivir en mí, camarada. Nunca he sabido.

– Vete al carajo.

– Ten compasión, hermano.

Este pobre amor mío, callejero y zarrapastroso, agonizando en malolientes cabinas telefónicas -se dijo-, o arrastrándose en pos de Norma cubierto de harapos y embozado con la bufanda negra, atisbándola desde las esquinas como un apestado, esperando su paso desde un portal oscuro para llamarla puta con ronca voz, mala puta… ¡Qué otra cosa puedo hacer!

Recogió las monedas y echó a correr escaleras abajo de espaldas a la catedral, tropezando con feligreses ateridos y algún turista japonés. Alcanzó la acera y se precipitó en la cabina, embistiéndola con la cabeza para abrir las puertas. Echó las monedas y marcó el número que llevaba grabado a fuego en su memoria.

Riiingggg. Vio su mano larga de alabastro, en los confines del mundo, descolgar el teléfono.

– Assessorament lingüístic. Digui?

Su voz de leche caliente se introdujo en sus venas como un dulce veneno. Oía su respiración a través del hilo. Luego escuchó ruidos en la línea. Apartó un poco el teléfono, sosteniéndolo delante de su cara. Miró con ansia el aparato del que salía la voz amada:

– Digui.

Reclinó la frente en el cristal de la cabina y se echó a llorar.

11

Norma Valentí al teléfono:

– Assessorament lingüístic, digui?

– ¿Oiga? ¿Dirección General de Política Lingüística?

– Sí, digui.

– Llamo para una conzulla, ¿sabuzté? -enmascaró la voz en un tono varonil y caliente, una dicción rápida agraciada con un deje andaluz que tenía muy ensayado en sueños e insomnios-. M'han dicho qu'hable con la zeñora Valentí, la sosoli…sosolingüi…

– Sociolingüista.

– Eso.

– Jo mateixa. Diguim el seu nom.

Silencio. Marés le ofreció un carraspeo, luego un suspiro y jadeos. Sentía un nudo en la garganta. Se me parte el alma -se dijo-. Ella pensará: vaya, otro charnego analfabeto y tímido que no se atreve a preguntar.

– Perdone la molestia -dijo por fin-. Quería preguntarle un par de cositas, ¿sabuzté? Verá, tengo un problemita de escritura y me he dicho: voy a llamar a la Xeneralitá…

– Parli cátala, si us plau. En catalán, por favor.

– Lo parlo mu malamente, zeñora.

– Entonces procure hablar sin ese acento, porque no le entiendo. ¿Su nombre y dirección?

Otro carraspeo, otro silencio.

– Juan Tena Amores. Vivo en Hospitalet y soy del ramo del comercio. Tengo un pequeño negocio de accesorios de automóvil y mi problema es el siguiente… ¿M'escucha uzté, zeñora?

– Digui, digui.

– Con su permiso, le decía que mi problema es éste: en los cristales del escaparate de mi tienda tengo yo pintados algunos rótulos en castellano y esos gamberros de la Crida me los ensucian con spray cada dos por tres. En vista de lo cual he decidido poner los rótulos en catalán…

– Muy bien. Le interesa a usted saber, señor…

– Tena Amores, para servirla. Tenamores.

– … señor Tena, que, puesto que tiene usted establecimiento, puede usted contar con la colaboración de los empresarios de rótulos afiliados a Aserluz para la presente campaña de catalanización del ramo del comercio. Debe usted ponerse en contacto con los fabricantes de rótulos.

– No, pero si es una cosita de na. Yo creo que uzté misma me pué atender, si es uzté tan amable… Mire, tengo un letrero que dice: «Tubos de escape», y otro que dice: «Recambios.» Este último lo he cambiado por «Recanvis», con uve de vaca, y creo que está bien. Pero, si fuera uzté tan amable, ¿cómo se dice «tubos de escape» en catalán? ¿Oiga…? ¿M'escucha, zeñora sociolingüista?

– Sí, tomo nota. Espere un momento.

– No sé qué está pasando, su voz me llega de muy lejos… ¿Me oye uzté? ¿Cómo se escribe eso en catalán, me hace el favor?

Oía el tecleteo de máquinas de escribir. Norma no contestaba, había apartado la boca del aparato y él la oyó preguntar a alguien de la oficina si le parecía correcto traducir «tubs d'escapament» por tubos de escape. «Collons, maca -dijo al fondo una voz de hombre, tal vez la del mismísimo Valls Verdú-, ara sí que m'has fotut», y en seguida la risa de Norma. Su voz volvió al teléfono:

– Pues mire usted, buen hombre, acaba de ponernos en un aprieto… En este momento no sabríamos decirle con exactitud. Podría ser «tubs d'escapament», ¿sabe? Con apóstrofe.

– ¿Tubs d'escapament? Suena fenomenal, zeñora Norma. ¿Y con apóstrofe? ¿Y ezo qué es…?

– Pero no estoy segura. Debo hacer una consulta. ¿Por qué no llama usted a Aserluz?

– Es muy urgente. Esos hijos de puta de nacionalistas de la Crida y del Moviment Terra Lliure son capaces de prenderle fuego a mi establecimiento, los cabrones…

– Perdone, pero no hace falta insultar a nadie ni descalificar a nadie, ¿me entiende? Esto es un servicio público y le ruego que no levante la voz. Usted qué se ha creído. Le digo que tengo que consultarlo, así que vuelva usted a llamar pasado mañana o el lunes. Buenas tardes.

– ¡Espere, no me deje! Por favor, sólo un minuto…

– Llame el lunes y tendrá la información que desea.

– ¡Por el amor de Dios, espere, se lo ruego…! Una cosa más… Quería pedirle que me perdone uzté si la he ofendío, no era m'intención. Pero es que esos desalmados de la Crida me la tienen jurada, zeñora, me quieren acojonar. Yo sólo soy un pobre murciano, un charnego ignorante que l'estoy mu agradecío a los catalanes por haberme dao l'oportunidá de trabajo y de ser digno de vivir en esta Cataluña tan rica y plena…

– Sí, sí, bueno, tengo que colgar. Adiós.

– … que por na del mundo ofendería yo a una zeñora tan simpática y tan amable y tan amiga de los pobres charnegos ignorantes y paletos como un zervió…

– Adéu, vaja. Llame el lunes. Adéu.