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La carretera era peor de lo que recordaba. Se pasó todo el viaje intentando sujetar las jaulas para que no se le cayeran encima. Para cuando llegaron al club, ya tenía impregnado el olor tan especial de sus compañeros de viaje. Mientras se bajaba de la furgoneta, varios hombres y mujeres, bien vestidos, se quedaron helados al verla.

Considerando la suerte que tenía, estaba segura de que Serendipity ya se habría marchado para cuando llegara al puerto. Pero el barco estaba allí, meciéndose suavemente sobre las olas. Rápidamente, fue a pagar al conductor.

Carrie no pensaba que fuera a estar tan contenta de volver a subir a aquel barco, pero así fue. Estaba demasiado agotada para transportar el equipaje al barco, así que lo dejó en el muelle para que lo subiera el capitán Fergus. Sin embargo, no pudo encontrar al capitán, ni a su esposa. Ni a Dev Riley.

Al bajar al salón principal, vio que estaba vacío. Con un suspiro de alivio, se metió en la habitación y se dejó caer en la cama en la que había dormido la noche anterior. Luego cerró los ojos y sonrió.

No le importaba en absoluto estar en la cama de Dev de nuevo. Él no estaba allí y ella solo necesitaba unos minutos para recuperarse. Luego, encontraría un taxista que la llevara a la estación de autobuses más cercana. E incluso, por un precio decente, la podría llevar el mismo a Miami. Sin embargo, durante unos instantes, no se levantaría de aquella cama por nada del mundo. En cuanto a Dev Riley, ya se ocuparía de él más tarde.

Dev regresó a bordo del Serendipity contemplando los potentes barcos que se dirigían navegando al océano. El sol estaba muy bajo en el cielo y brillaba sobre la superficie del mar.

Después de la repentina marcha de Carrie, Fergus le había sugerido una excursión al refugio de cocodrilos, por lo que había tomado uno de los pocos taxis que había y había observado los animales desde la carretera, ya que el refugio estaba cerrado a los turistas.

Dev había disfrutado mucho con aquella primera excursión, pero lo que más le había gustado había sido la conversación que había tenido con el taxista cuando volvían al barco. El joven le habló de una mujer que había llevado a la pista de aterrizaje justo antes de llevar a Dev. Aquella joven estaba tan desesperada por llegar a Miami que se había arriesgado a subirse en un avión con el piloto de peor reputación de los Cayos.

Al taxista, todo aquel incidente le parecía de lo más divertido y luego le contó un montón de historias sobre las aventuras de su tío en el aire. Para cuando llegaron al club de yates, Dev se había empezado a sentir culpable de haber enviado a Carrie a las manos de aquel hombre. Sin embargo, Carrie era una mujer adulta y ella era la que se había querido marchar.

Sin embargo, él se sentía algo culpable por haberla hecho sentirse tan mal. Debería haberse dado cuenta de que era una mujer muy sensible y de que tenía que tratarla con más cuidado. Tenía que reconocer que había hecho pagar a Carrie la frustración que sentía por Jillian, algo que ella no se había merecido.

A pesar de todo, ya no era momento de lamentar sus actos. Ella se había ido y él nunca volvería a verla. Al ver la bandera del Serendipity, se dio cuenta de que estaba solo, pero no se sentía tan contento como había pensado.

Para no volver a la soledad del barco, Dev se detuvo en el bar del puerto y pidió una de las especialidades locales para comer. La camarera le llevó una cerveza fría con un plato de moluscos de la zona. Los demás hombres que había en el bar eran una mezcla de marineros y hombres de la isla que lo invitaron a que participara en su conversación.

Después de compartir algunas cervezas más y un juego de dardos, Dev se dirigió al barco. El sol se había puesto. Al acercarse al barco, saludó al capitán Fergus, que estaba arriando las velas.

Sin saber por qué, volvió a pensar en Carrie Reynolds. Se dio cuenta de que estaba medio esperando encontrarla de nuevo en el barco. A pesar de solo haber pasado una noche juntos, aunque no había pasado nada entre ellos, no podía dejar de sentir cierta unión entre ellos. Ella era tan diferente…

Carrie Reynolds no era su tipo, pero tenía un encanto que él no podía dejar de encontrar atractivo. Y tampoco es que fuera fea. De hecho, era bastante bonita. Sin embargo, aquella noche tendría la cama para él solo.

Se quitó los zapatos y subió a bordo. El capitán Fergus lo llamó y le preguntó que si quería algo de cenar, pero Dev le dijo que no. Al entrar en el camarote, se quitó la camiseta.

En cuanto los ojos se le acostumbraron a la oscuridad, casi no pudo reprimir un grito de sorpresa. El salón principal estaba cubierto de las ropas de él. Las maletas estaban revueltas y una toalla, de la ducha que ella se había tomado, estaba extendida por encima de las sillas. Entonces, él cruzó el salón y abrió la puerta del camarote.

Ella estaba acurrucada encima de la cama, aferrada a una almohada. Durante un momento, él pensó que estaba dormida, pero entonces oyó un suave suspiro.

– Has vuelto -dijo él.

– Qué observador.

– Lo sospeché en el momento en que vi que todas mis cosas estaban ahí fuera tiradas -replicó él secamente. -También he notado que estás en mi cama.

– Ahora es mi cama y no tengo intención de marcharme. Vete. Quiero estar sola.

Dev cerró la puerta tras de él y se apoyó contra ella. Tuvo que apartar enseguida el sentimiento de alegría que había experimentado por verla. Ella había vuelto. A pesar de que no quería hacerlo, la había echado de menos y aquello lo enojaba. Normalmente controlaba perfectamente sus sentimientos, pero en lo que se refería a Carrie Reynolds, le resultaba imposible.

Al verla en la cama, no podía pensar en otra cosa que no fuera tumbarse junto a ella y besarla.

– Pensé que querías volver a Miami.

– No siempre conseguimos lo que queremos.

– Yo siempre consigo lo que quiero.

– Entonces, intenta echarme. ¡Venga, atrévete!

– Esa sugerencia me parece muy interesante. Tal vez disfrutara tirándote por la borda.

– Déjame en paz -dijo ella, sentándose en la cama. -Estoy cansada y sucia y huelo a pollos. Me he quemado por el sol y tengo un terrible dolor de cabeza. Tú me estás poniendo de los nervios. Esta cama es tan mía como tuya. Y ahora me estoy echando una siesta.

– ¿Pollos? ¿Es a eso a lo que huele?

– Voy a quedarme en este barco hasta que lleguemos a una ciudad más importante… A algún lugar con un aeropuerto de verdad y aviones de verdad y entonces me marcharé. Pero, hasta entonces, esta es mi cama. ¿Te enteras?

– ¿Y dónde se supone que voy a dormir yo?

– Me da igual. Por mí como si te atas al mástil.

Dev, en aquel momento, se acercó un poco más para mirarla a la cara.

– ¿Te encuentras bien?

– Ya te he dicho que estoy cansada, quemada por el sol y…

– Tienes granos -dijo Dev, señalándole a las mejillas.

– ¿Granos? ¿Qué clase de granos? -preguntó ella, tocándose la cara.

Dev se acercó a la cama y se sentó en el borde para poder mirarle la cara.

– A mí me parece sarampión o varicela. Pero son mayores y más rojos. ¿Te ha picado algo?

Tras lanzar un grito, Carrie se levantó de la cama y se miró en un pequeño espejo que llevaba en el bolso.

– Dios mío… Tengo granos por toda la cara. Estoy segura de que uno no se contagia de nada por estar con pollos, ¿verdad? Es imposible. Además, yo ya he pasado casi todas las enfermedades infantiles.

Ella se volvió a mirarlo. Al verla, Dev pensó que jamás había visto a una mujer más digna de lástima que Carrie Reynolds. Incluso con aquellos granos, seguía estando bonita. Por mucho que lo intentara, no podía apartar los ojos de ella.

Sin embargo, a Carrie no le gustó que la mirara con tanta intensidad. Las lágrimas empezaron a brotarle de los ojos y ella se hundió la cara entre las manos. Dev, que nunca había podido resistir las lágrimas de una mujer, se acercó a ella.